21.1.09

Obama


Entre dos y tres millones de personas acudieron a una toma de posesión presidencial. La gente quiere creer. Quiere soñar. En Obama están puestas las esperanzas, en el sentido estricto de la palabra, de millones de personas. Medio mundo le mira como a un enviado del bien, que vendrá a traernos la paz y la justicia universal. Que acabará con todos los males que nos acechan, que instaurará el diálogo entre las civilizaciones, el respeto al medio ambiente, el consumo responsable, la solidaridad con los desfavorecidos, la multilateralidad, el planeta se dotará de instituciones justas y efectivas….Obama es el cambio. El cambio deseado. Pero cuando una persona encarna estas ilusiones, en realidad, no son SUS ilusiones, si no que es como el receptáculo de las de otros, que ven en él la forma de que se haga efectiva la utopía. Son los otros, esos millones que le votaron, esos cientos de miles de ciudadanos que colaboraron en su campaña, que donaron su dinero, de todas las clases sociales, esos millones que se movilizaron con una fuerza casi incontenible venciendo los obstáculos del proceso electoral, uno a uno, quienes tienen esos anhelos. Son esos millones los que desean el diálogo, la paz, la justicia social, la apuesta por las energías renovables, los que crean los valores que él refleja. Porque si deseasen otras cosas, las reflejarían en otros. Todos le piden cosas a Obama, como a un rey mago, Paul Auster quiere que termine con las escuchas telefónicas, Alejandro Sanz que cambie la política de inmigración y mejore la sanidad pública, Mario Soares un capitalismo ético, el estricto respeto por los derechos humanos….y así hasta el infinito. En todo el planeta todos le estamos pidiendo algo a Obama, que relance las Naciones Unidas, que termine con la guerra, que solucione el problema de Oriente Medio… ¡Qué enorme responsabilidad para una sola persona!, ser depositario de los anhelos más nobles, de los deseos objetivamente hermosos de tantos millones. ¿Y qué decir de su discurso inaugural? Como los anteriores, cargado de valores morales, convicción y un profundo humanismo. Un discurso que dice a los países pobres que ayudará a “reconstruir sus granjas” y que “fluyan las fuentes”, para “dar de comer a los cuerpos desnutridos”. Un discurso que dice que una nación como la suya “no puede seguir mostrando indiferencia ante el sufrimiento que existe más allá de nuestras fronteras”. Que “no podemos consumir los recursos mundiales sin tener en cuenta las consecuencias”, que “Somos una nación de cristianos y musulmanes, judíos e hindúes, y no creyentes. Somos lo que somos por la influencia de todas las lenguas y todas las culturas de todos los rincones de la Tierra”, que “un país no puede prosperar durante mucho tiempo cuando sólo favorece a los que ya son prósperos”, que “Volveremos a situar la ciencia en el lugar que le corresponde y utilizaremos las maravillas de la tecnología para elevar la calidad de la atención sanitaria y rebajar sus costes. Aprovecharemos el sol, los vientos y la tierra para hacer funcionar nuestros coches y nuestras fábricas. Y transformaremos nuestras escuelas y nuestras universidades”. Y allí no estaba un mesías aleccionando a una masa de idiotas, si no estaba un hombre, explicitando para todos, los valores con que todos le habían adornado, lo que le habían pedido, esos millones que le han llamado para que intente crear un mundo más bello, construido a partir de esas, y no otras, convicciones.

Por suerte para nosotros, estas cosas solo ocurren en una democracia corrupta, imperfecta y meramente nominal como la estadounidense y en una sociedad de cabrones egoístas, ignorantes que no saben situar España en el mapa, y miserables que se creen en posesión de la verdad divina. En un régimen político donde los representantes democráticos son en realidad unos monigotes dirigidos por oscuras redes empresariales, con un sistema electoral putrefacto y fraudulento.

Cuando vemos que cientos de miles de personas se movilizaron como voluntarios en una campaña electoral, cuando vemos ese torrente desbordado de pasión y utopía, la alegría, los llantos de emoción incontenible..un país entero que habla de construir un nuevo mundo mejor… Ah, con qué displicencia, autoridad moral y altura de miras les observamos desde nuestra perfecta democracia. En nuestro sistema electoral perfecto que elimina el fraude incontrolado y lo sustituye por un fraude legislado que premia la pertenencia o no a determinados territorios y castiga sin representación, elección tras elección, a millón y medio de votantes de Izquierda Unida. En nuestra perfecta democracia donde las empresas constructoras campan a su antojo, derriban gobiernos autónomos, compran voluntades y modulan un paisaje urbano salvaje con sus manos de infecta avaricia especulativa.

Por no hablar de los valores que reflejan nuestros representantes, las convicciones que nos devuelven en sus discursos, las que queremos oír, las que les reclamamos. No esas banalidades y mamarrachadas buenistas sobre cooperación con el tercer mundo, el medio ambiente, etc…. Que va. Cosas más perfectas de democracia perfecta. Este mes, que empieza la campaña electoral nosotros afortunadamente no tendremos a un Obama construyendo pequeñas piezas literarias cargadas de humanismo militante. En su lugar, nuestro presidente, que cuando se dirige al representante de la oposición le dice: “Señor Partido Popular”, nos conmoverá con frases como “nuevas retas, nuevos metos” en su afán por dar a este país “un cambio de rumba” sin que tengan cabida los “delicuantes”, ni se permita que continúe la “desgallización”,y donde se crearán “dispositivos de extinción de personas” y “se terminará con el empleo juvenil”. Y por más suerte aún, podremos elegir entre este sabio y su vicepresidente actual, cuyo mayor mérito en cuatro años es organizar pantagruélicas y populistas comilonas para 50000 ancianos, en las que firma autógrafos como una estrella de rock, y que figuran en publicaciones de tan contenido humanístico como el libro Guiness de los records. Para jactarse luego diciendo que “hemos devuelto a los ancianos a la actualidad”. El mismo tipo que es capaz de mostrarnos el verdadero rostro perverso y maligno de las energías renovables, tan sobrevaloradas por imbéciles como Obama, cuando coloca uno de cada dos parques eólicos en espacios naturales protegidos. Todo esto, en un territorio que tampoco va tan sobrado de espacios naturales, que eso es lo bueno. Y para poder ya dar gracias al cielo por los dones que nos ofrece nuestra perfecta democracia, frente a estos dos prohombres…¡todavía podríamos elegir a uno del PP! Joder, es que me da algo.

En nuestra democracia perfecta la población civil no se moviliza como voluntaria, no coloca carteles en sus jardines ni llama por teléfono a sus vecinos para transmitir el mensaje ideológico de su partido. Mucho menos dona dinero. Nuestro grado de perfección da por hecho que ya roban lo suficiente como para que tengamos que darles algo. Y oye, es pasta que todos nos ahorramos. Tampoco generalmente nos recorre una ola de ilusión incontenible, de esperanza y utopía. Nosotros como miembros más perfectos, bien sabemos hace ya tiempo que total da igual unos que otros y que aquí están todos para robar y para enchufar a los suyos. No como esos memos que creen ensoñaciones infantiles de cambio y justicia. Así que en general, las elecciones nos importan lo justito, o nada. Son vistas no como una celebración de la voluntad ciudadana y del diálogo entre hombres, sino más bien como un incordio y un peñazo. Y en cuanto pasan, a otra cosa mariposa. Es una democracia tan perfecta que elimina absolutamente del discurso político, básicamente porque a nadie le importa ni tres cojones, nuestra posición en el planeta con respecto a la cooperación, el medio ambiente, etc. Y así, podemos superar nuestra cuota de emisiones o exportar bombas de racimo tranquilamente. O alentar que miles de personas pierdan la vida cruzando el mar en esquifes, atraídos por la garantía y la promesa de subempleos infrapagados y alojamientos chabolarios. Ah, pero en nuestra perfección tenemos la conciencia limpia. Son otros los que ensucian, son otros los que matan. Y el hecho de que el estado no cierre ni sancione ni una sola de las explotaciones de mano de obra esclava y que haya una enorme clase social empresarial que se esté lucrando indignamente con el repugnante trato que se le da a los inmigrantes ilegales “no es culpa nuestra”. Nosotros “no les llamamos”, es sencillamente “una tragedia”. Si fuese la frontera mexicana no podríamos si no tener una cierta sospecha de que hay un poco de hipocresía en el hecho de que no se persiga la explotación humana en una oferta objetiva de miles de puestos de subtrabajo y luego nos demos golpes de pecho porque alguien acepte esa oferta. Y mejor aún, el peligro del viaje por mar supone una suerte de filtro darwinista que hace que solo lleguen obreros verdaderamente fuertes y dispuestos a soportar cualquier penalidad. Pero afortunadamente, ese tipo de análisis de culpabilidad queda para los estudiosos y sociólogos de las democracias imperfectas. En nuestra perfección, eso son fruslerías a las que ningún político le dedica ni dos minutos, básicamente porque supone, con razón, que a nadie le importan ni un huevo de pato. ¿Para qué si “podemos devolver a los ancianos a la actualidad”? ¿Para qué si podemos organizar la pulpería más grande del mundo? ¡Y encima con los impuestos de los de Getafe! Joder, pero qué bien se vive aquí. Qué bien se vive.

14.1.09

Las armas de la razón

Leo Strauss fue un exiliado alemán del régimen nazi, profesor de filosofía de la universidad de New York y Chicago. A riesgo de caer en una caricatura de su obra por la evidente falta de espacio, Strauss afirmaba que la democracia liberal era el mejor de los sistemas posibles y por tanto debía ser exportada globalmente. Sin embargo, es un sistema frágil que puede ser puesto en peligro precisamente de un modo democrático por las masas, y se apoyaba en el surgimiento de las dos tiranías más sanguinarias de la historia, el nazismo y el estalinismo. Para enfrentarse a esto, los líderes demócratas están moralmente justificados para mentir u ocultar la verdad en la búsqueda de ese bien superior que es el establecimiento de la democracia. Leído en un párrafo puede resultar banal, pero no lo es en absoluto si no que se trata de una construcción teórica sólida y fundamentada y ha tenido una influencia determinante en la actuación de varias administraciones norteamericanas y su política exterior, siendo el padre de los pensamientos de Huntington o Fukuyama entre otros.
Las armas de destrucción masiva iraquíes fueron el fruto más conocido de esta praxis, y resulta un tanto cerril pensar que solo se trataba del latrocinio de los combustibles fósiles. Al contrario, en toda la década anterior florecieron los ensayos, estructurados, meditados, razonados de personas bien intencionadas, que veían un nuevo amanecer social, económico y cultural en oriente medio con el encadenamiento de círculos virtuosos que comenzarían si antes, como condición inexcusable, se terminaba con el régimen iraquí, por otra parte genocida y antidemocrático.

En el lado contrario, enfrentándose a esta concepción del mundo, el terrorismo islámico, edificado sobre un monumental y estructuradísimo corpus de ideas y mandamientos éticos que legitiman el suicidio, el asesinato indiscriminado de civiles y la guerra a aquellos que no comparten su misma concepción religiosa. Y esto no se apoya en las demencias estúpidas de unos barbudos chiflados si no en miles de páginas de estudiosos del Corán y la Sharia, en fatuas documentadas, en el diálogo constante y enriquecedor (para ellos) entre pensadores y filósofos islámicos, en el aprovechamiento de determinadas ideas contemporáneas como el marxismo y en el uso extraordinario de las nuevas tecnologías, particularmente de Internet.
Fue Hannah Arendt el que nos mostró con ocasión del juicio de Eichmann en Jerusalén el rostro de la banalidad del mal. Eichmann, que organizó diligentemente el traslado de millones de judíos al exterminio no era tonto “sino simplemente irreflexivo”, no tenía ningún motivo para hacer lo que hizo, era poco más que un funcionario diligente. Arendt aprende, con las últimas palabras de Eichmann: “la lección de la terrible banalidad del mal, ante la que las palabras y el pensamiento se sienten impotentes”.

Pero no siempre el mal es banal. Acostumbramos a pensar que el pensamiento reaccionario es una síntesis de cuatro ideas tradicionales y añejas, una doctrina rancia que pasta en el liberalismo económico, la observación de mandatos religiosos y una moral retrógrada. Nos gusta creer que su construcción intelectual es ridícula y en realidad no se trata más que de pocas consignas que no resisten un mínimo análisis racional y que solo justifican o esconden los intereses de una clase dominante en mantener su status opresivo. Por el contrario, nuestra ideología izquierdosa es radicalmente moderna y se apoya en las aportaciones de los mejores intelectuales del planeta: sus diversas vertientes en el campo de los derechos civiles y humanos, en la protección del ecosistema, en la defensa del status de la mujer o de las minorías se asienta en profundas consideraciones éticas y en el desarrollo del humanismo. Ellos están anclados en un pasado polvoriento y nosotros somos receptivos a los nuevos tiempos, defendemos las artes y la cultura contra su oscurantismo. Nosotros portamos la luz y la justicia, ellos la oscuridad y la desigualdad.

Pero quizá no sea exactamente así. Hace unos días E. defendía el uso de animales en la investigación médica alegando que gracias a ello, se han salvado “millones de vidas”. Sin embargo, no fue capaz de darme ningún ejemplo concreto de terapia o medicamento fabuloso que deba su existencia a las pruebas con animales, y (esto es muy importante) que no hubiese sido posible concebir de otro modo menos gravoso. Esto no le impedía cuantificar en “millones de vidas” los beneficios de esta práctica. Preguntada acerca de la justicia de usar a los animales para este fin me dijo que era “necesario”. Pero la necesidad puede llegar a ser un concepto peligroso, y estoy seguro que el estado de Israel considera “necesaria” su política con respecto a Palestina y el propio Eichmann consideraba “necesario” la “evacuación” de judíos a Auschwitz. Y desde luego Mengele consideraba “necesario” la investigación médica con sus prisioneros. La conversación luego derivó más o menos en esa línea. Es decir, E. que es inteligente, tiene preparación y sensibilidad social, en realidad no se había preguntado a sí misma seriamente sobre un tema que además le atañía directamente en su experiencia profesional. No se había dotado de armas para defender sus ideas. Puede tener razón en lo profundo, pero no sabe por qué la tiene. Unos días antes, P y H. (este está en todas) criticaban a Unión Fenosa por establecer su sede social en Madrid y “pagar allí sus impuestos”. Dejando a un lado que tal afirmación supone tener una idea un tanto limitada del sistema impositivo en España, no parece que le molestase tanto el hecho de que los madrileños en general aporten más a las otras comunidades autónomas de lo que reciben y los gallegos sin embargo estemos en el caso contrario. Al fin, los impuestos de los madrileños nos subvencionan a nosotros. Esto lo justificaron con la supuesta deuda histórica…pero..¿Cuándo se termina de pagar? ¿Podemos estar un par de décadas más dilapidando el dinero público en imbecilidades y seguir alegando una deuda histórica que explique nuestro atraso? La lluvia de millones de la UE que desperdiciamos durante más de una década por el sumidero de la burrez ¿enjuga la deuda o no la enjuga? ¿Y los mileuristas que pagan hoy sus impuestos en Coslada o Villaverde Alto son culpables de nuestra deuda histórica? Creer en una deuda histórica exige demostrar que hubo un tiempo pasado (no ahora que somos beneficiados en el reparto) en el que nuestra contribución económica era superior a lo que recibíamos. Dada nuestra anterior capacidad productiva, uno puede ser escéptico de que tal evento llegase a ocurrir jamás, pero aún sin descartarlo quien esto afirma debería cuantificarlo y probarlo. Y aún suponiendo que tal deuda fuera demostrable..¿esa mileurista de Villaverde es responsable? Supongamos que sí, es una chica agradable y de izquierdas, tiene grandes valores éticos y cree que como disfruta de mejores servicios, supuestamente por habernos usurpado en el pasado parte de nuestra renta, quiere devolvérnosla. ¿le parecerá bien que nos la gastemos en construcciones faraónicas, en políticas culturales imbéciles, en francachelas, en construir recintos para el maltrato de animales que se usan durante 7 horas al año? ¿Puede opinar cuando viene aquí de vacaciones y ve nuestro urbanismo, cómo deforestamos, como tratamos nuestros recursos? Porque ella paga. ¿Hacemos una excepción en nuestra soberanía nacional para poder recibir los impuestos de otros? Por supuesto, para P. y H. la inmoralidad de pagar impuestos fuera de nuestras fronteras es solo unidireccional, porque las empresas foráneas que se establecen aquí y los pagan aquí, hacen muy bien y son muy bienvenidas y la lógica de Unión Fenosa, no se aplica, por ejemplo a la factoría de Citroën en Vigo. Y en fin, la cháchara acostumbrada. Todos estos argumentos normalmente no resisten ni un razonamiento de barra de bar mientras al mismo tiempo hojeas el Marca y comes cacahuetes. Aquí sin embargo son considerados como muy progresistas y dejan entrever algo latente que damos en general por hecho, y es que “es mejor” invertir aquí antes que en otro lugar. Nadie se cuestiona esto. La corrupción racional que produce el dogma teológico nacionalista y localista hace que personas de buena fe crean honesta e increíblemente que tienen algún tipo de cercanía o responsabilidad por relación de pertenencia a una concepción política imaginaria con otras personas con las que no han cruzado ni una palabra, de su edificio, por ejemplo, de otro pueblo de su provincia que jamás visitaron ni piensan visitar, de su “nación”, de su pueblo, de su ciudad, y no con otros, de otras “naciones”, pueblos o ciudades con los que tal vez sí hablan, con los que se escriben, a los que leen… Con respecto a la evidencia de que el ecosistema es global y la regionalización de la preocupación por el medio ambiente es absurda, anticientífica y contra toda racionalidad, la pareja de ideólogos manifestaban que “por cercanía” es mejor invertir en un pinar de un pueblo de Lugo que en un parque nacional de España. Y esto es ser de izquierdas aquí. Y nadie se pregunta si no sería mejor que en realidad los recursos fuesen hacia los que más los necesitan, que se priorizase las situaciones de más desigualdad, o que en el caso de los ecosistemas, se priorizasen los espacios de mayor valor ecológico y diversidad, o aquellos sometidos a amenazas más graves. ¿La cercanía geográfica es un criterio de reparto de riqueza que está por encima de la equidad? ¿Debo desearle un mayor bien, una mayor protección, a un desconocido de A Gudiña que a Raquel en su pueblo de Salamanca o a la chica de Villaverde? ¿Qué prefiero que se haga con mis impuestos, que se cree una mayor red asistencial para los subsaharianos en Canarias o que se pongan parrillas para churrasco en el pinar de Lugo? ¿Ese pinar, por ser cercano, es más importante que Doñana? Porque al fin, cabría preguntarse por qué hay que dar por hecho que es importante dónde se gasta, en lugar de en qué, o en quién. Cabría preguntarse por qué hay que dar por hecho que las fronteras tienen valor moral y que es peor dejar necesitado a un conciudadano de nuestro país que un habitante de otro. ¿Qué es más justo: "primero lo nuestro" o "primero lo más necesario"?

Constantemente escuchamos y pronunciamos frases temerarias sobre todo. Mi amigo O. no hace mucho decía que el 84% (este ajusta bien, no se anda con bobadas) de los bares ponen garrafón en las copas, y preguntado por los datos de su estadística contestó que es algo obvio y que se ve en la experiencia de sus resacas. Esto puede ser gracioso, pero hoy mismo mi compañero C. que se define como libertario marxista, decía que el 90% de lo que se dona a las ONG termina en corruptelas de todo tipo. Tampoco, por supuesto, era capaz de ofrecer su fuente estadística y ante mi reconvención luego añadió, “o el 80%”. ¿Y por qué no el 100? ¿O el cero? Da lo mismo, lo que convenga. En algún lado lo había leído, ya no se acuerda, pero no se lo inventó decía. Y esto, que “en algún lado había leído” “el 80, o el 90 no me acuerdo”, esto, era su justificación moral para no donar absolutamente nada de su sueldo para ayuda humanitaria. Según fuentes del Banco Mundial en 1990, mil millones de dólares de ayuda sacaban de la pobreza a 105.000 personas. Ocho años después, la cifra era de 284.000. La ayuda se optimiza. La Cumbre del Milenio se marcó objetivos dirigidos a reducir a la mitad la pobreza y el hambre en 2015. Solo con que cada persona del mundo desarrollado con renta media/alta donase un 1% de sus ingresos anuales a ayuda humanitaria, tales objetivos serían rebasados absolutamente, no reduciéndose a la mitad, si no eliminándose totalmente, y antes del plazo. Cuando vemos las cifras de mortalidad infantil y el drama cotidiano (ese sí lo es) de esos millones de personas, se hace difícil justificar que uno se niegue siquiera a donar ese 1%, aduciendo la razón que aduzca. Y sin embargo, desde el discurso presuntamente de izquierdas, amparándose en que debería cambiarse “el actual sistema injusto”, en que las actitudes individuales solo son parches para lavar la propia conciencia, o en que solo sirven para que se enriquezcan regímenes corruptos se justifica la pasividad y la complicidad. Al fin, un 1% podría ser la cifra que señala nuestra frontera entre ser indiferentes a la pobreza extrema y a la muerte o, sin grandes heroísmos morales, llevar una vida moralmente digna. O al menos aceptablemente digna. Un 1%. Y ante la posibilidad de terminar con la pobreza mundial en menos de una década, que no parece asunto baladí, todavía los presuntos ilustrados, comprometidos, progresistas, no nos interesamos, utilizamos argumentos banales, cuando no radicalmente falsos, no reflexionamos, y no necesariamente por maldad ni egoísmo, si no por el raquitismo de nuestras concepciones morales.

El propio H., sin duda una buena persona y sensible, cuando defiende una fiesta que ama, es incapaz de encontrar ni un solo argumento ético que justifique el por qué tenemos derecho a usar a los animales para nuestro entretenimiento y se enfanga en insultos personales, falacias banales o acusaciones de manipulación y mentira que no demuestra ni prueba. Podía intentar demostrarnos (con datos no inventados, con relación racional de causa-efecto) por ejemplo, que la desaparición de la fiesta causaría un mal mayor a los animales que el que produce su existencia. Si fuese capaz de demostrar tal cosa, no convertiría lo malo en bueno, pero al menos estaría ofreciendo una justificación ética sólida y aparentemente difícil de rebatir. Pero no lo ha pensado. No se ha preguntado por la justicia o no del maltrato, solo ha repetido la panoplia de lugares comunes y majaderías que él cree políticamente correctas sobre la tradición, la cultura popular, la identidad de grupo y las pobres viejitas echando piñas en la chimenea. En algo que afecta a su comportamiento ético con otros seres vivos, no ha dedicado ni cinco minutos a preguntarse a sí mismo por lo que hace y ante una acusación tan grave como la de maltrato no sabe cómo defenderse. A mí al menos, me gustaría pensar que si me abalanzase junto a otros compinches sobre caballos aprisionados, les golpease y derribase por la fuerza, tendría algún sólido principio al que agarrarme, algo que me diese derecho. Pero hete aquí, que lo que lo justifica son las noches de frío de las pobres viejecillas.

Parece que da igual, que podemos inventarnos porcentajes, cifras, “millones de vidas salvadas”, que podemos acusar a los demás de mentirosos, de alcohólicos, que podemos llamar a este o al otro fascista o retrógrado, españolista, lacayo, sin ofrecer ni una sola reflexión que merezca su nombre. Yo mismo, cuando acompañé a A. a ver la exposición “Bodies” y vi una galería de fetos de diferentes edades sin más comentario que el número de semanas de cada uno, no pude dejar de asombrarme de la apariencia de humanidad de todos ellos, de la expresión en sus rostros y me di cuenta, a mi edad, que ya no soy ningún niñito, que mis concepciones sobre el aborto se basaban en auténticas banalidades, en consignas de manifa. Que había dado por buenos razonamientos tan pobres como “yo decido qué hago con mi cuerpo” cuando en primer lugar es evidente que no es SU cuerpo, y en segundo lugar, es falso. El estado no permite que hagamos lo que queramos con nuestro cuerpo, no nos permite morir de anorexia, no nos permite auto mutilarnos, no nos permite suicidarnos, nos dificulta drogarnos, penaliza que fumemos..Alguien que se arrancase dedos sería internado por la fuerza y puesto a tratamiento psiquiátrico. Me di cuenta que acepté sin preguntarme que el feto “no es humano” (además, se suele decir como con desprecio, con una separación sentimental que no usaríamos con un animal siquiera: “eso no es humano”, “esa cosa”, etc), y entonces ¿qué es? ¿Cuándo es humano? ¿En qué semana, en qué día, en que minuto, en qué segundo? ¿Cómo se define su humanidad? ¿Cuando tiene actividad cerebral? ¿Cuándo tiene autoconciencia? ¿Y cómo se sabe? Recordé que “no son humanos” es la justificación habitual del genocidio, aunque reconozco que esta comparación es odiosa, pero así es. Solo hay forma de matar cuando deshumanizamos a la víctima. Me di cuenta que puse el “derecho de la mujer a decidir” sobre el “derecho a la vida”, aunque aún solo sea una vida posible y que en cualquier caso, podría planteárseme que dado que no es fácilmente discernible y existe tal grado de disenso sobre en qué momento ese ser vivo adquiere el rango de persona (si es que lo adquiere y no nace ya con él desde el principio), la mera probabilidad de asesinar a una persona supone un daño mayor, que no guarda proporción con el daño del trauma del embarazo. Cabría pensar en un estado, por ejemplo, que apostase por la adopción ofreciendo a la madre todo tipo de cuidados, hasta el mimo extremo con el fin de atenuar su daño. En fin, en cualquier caso, me di cuenta que una opción ideológica que había mantenido durante décadas y que todavía no he abandonado, o no del todo, estaba basada en presupuestos tan endebles como ni siquiera haberme parado a ver fotografías. Incluso debo confesar que había como un rechazo a mirarlas, un no querer saber. Hay razones sólidas de bioéticos renombrados a favor del aborto, pero yo no sabía cuales. Supongo que se vive mejor de lado de los buenos, de la izquierda, aunque no sepamos por qué. Y esta fragilidad intelectual podía aplicármela a casi todos mis posicionamientos acerca del reparto de riqueza, de la ecología, del comercio mundial, de los embriones, de la eutanasia, pero también de las relaciones de pareja, de la fidelidad, del compromiso, de nuestro comportamiento en sociedad, del civismo….en general, hablando en plata, no tenía (ni probablemente tengo) ni puta idea de nada. No lo había pensado ni un minuto, no había investigado sobre nada, casi todo eran majaderías, paparruchas como las de H. ,con las que construimos nuestra cotidianeidad y nuestra mirada al mundo y nos quedamos tan contentos. Tan felices.

Yo aún no me he posicionado firmemente, sigo investigando, pero si sigo siendo partidario del aborto será porque haya encontrado razonamientos éticos y médicos firmes y no porque repita consignas sin sentido, algunas insensatamente cercanas a las justificaciones del asesinato en masa. Si algún día me veo en esa tesitura, y pasa constantemente, decenas de miles de veces al año, que la posición que adopte se base en la razón, en la ilustración, en la luz, en la ética, en lo justo y no en la necesidad, la cobardía o el adoctrinamiento becerril, ya sea político o religioso. E. puede tener razón y ser moralmente justificable, incluso obligatorio, utilizar a los animales para experimentos médicos que puedan salvar vidas. Particularmente, no estoy seguro, hay mucho en contra, pero en todo caso ella debe encontrar las razones correctas que lo justifiquen, lo expliquen y lo limiten. Debe investigar, adquirir un discurso profundo y dotarse de legitimidad moral. Porque si está equivocada, entonces lo que hace es sadismo gratuito. Así que debería preocuparse por no estarlo. A los otros, con excepción de O. y sus investigaciones sobre el garrafón, se lo veo más jodido. La defensa del egoísmo por razones geográficas, de la rapacería, del doble rasero, de la subyugación de cualquier valor a la idea principal de identidad grupal, del maltrato animal por diversión y de la insensibilidad absoluta y la ceguera ante el sufrimiento del tercer mundo no sé si pueden alcanzar alguna justificación, aunque también ellos deberían intentarlo. Pero con la luz, con la razón, con la equidad, no con la mentira, la demagogia, la exageración y el insulto.

Porque los otros, los malos, los que traen la oscuridad, los que asesinan indiscriminadamente por imponer su religión, su concepción del planeta, los que se saltan la legalidad internacional, los que se creen depositarios del bien absoluto y no tienen escrúpulos para imponerse por la fuerza bruta, los que desprecian las otras concepciones, esos sí piensan las cosas, esos sí se dotan de instrumentos morales que les justifican, esos sí pueden razonar sus motivos con solidez argumental, eso sí se han molestado en explicar sus acciones con argumentos preciosamente construidos. Las mismas acciones que nosotros, en nuestra banalidad del bien, consideramos perversas y malignas, injustas, enfrentándonos a ellas con nuestros razonamientos superficiales, repetitivos, dogmáticos, bienintencionados pero cuántas veces cínicos, y casi siempre desestructurados. Y por eso, entre otras cosas, nos ganan. Y no es que nos ganen, es que nos están barriendo.

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Unicef

6.1.09

Somos lo que somos

NOTA ACLARATORIA:

Este texto tiene dos años y medio y ahora no lo escribiría de este modo. Creo que las alusiones personales no aportan nada, ni tampoco la historia del desarrollo de aquella actividad para los niños.

De igual manera, creo ahora que las manifestaciones referidas a la cultura gallega son en general desafortunadas (y en ocasiones de mal gusto), a pesar de que continúe opinando que la defensa de lo propio no puede justificar la barbarie y que el localismo o el nacionalismo llevan en ocasiones a una indefendible ceguera ética y a una autocrítica imposible.

Sin embargo, sigo pensando lo siguiente:

-No se puede defender éticamente el uso de los animales para nuestro divertimento en ningún tipo de espectáculo. Ninguno. Del tipo que sea. No son propiedad de los seres humanos ni están puestos en el mundo para nuestro goce. Son seres vivos que comparten el mismo planeta. Para no alargar el razonamiento me remito a los textos de Peter Singer.

-Obviamente hay manifestaciones "culturales" también muy enraizadas históricamente en sus respectivas comunidades que son más salvajes y sangrientas que A Rapa. Eso no absuelve a esta última sino que vuelve más repudiables y deleznables a las primeras.

-Ni uno solo de los argumentos que se utilizan para defender el uso de animales para la diversión de un público que paga su entrada resiste un mínimo razonamiento y no son más que falacias autojustificativas. La mayoría de ellos son copias exactas de los que usan los defensores de la tauromaquia, incluso en sus manifestaciones más aberrantes, o de otras celebraciones como la cabra arrojada del campanario. Los habitantes de esos lugares usan, uno a uno, el mismo argumentario moral e histórico. Para muestra un botón: El toro embolado data de culturas prerrománicas

-Pese a todo lo que se diga, la celebración no sirve para crear sinergias positivas a lo largo del año en un pueblo que, año tras año, agoniza y que ahora cuenta con 60 personas censadas. El futuro no muy lejano es de una fiesta multitudinaria en un pueblo fantasma.

-Me gustaría pensar en una sociedad que dedicase sus esfuerzos a la salvaguarda y respeto del ecosistema y sus habitantes. Todos poblamos el mismo mundo.

-Para ahorrar polémicas manidas y discusiones repetidas infinitas veces insisto en la lectura de los textos referidos a bioética de Peter Singer y otros. A partir de ahí se puede establecer una discusión si se quiere.

-Las dos primeras fotografías del blog, son de jpereira que me ha afeado con razón usarlas sin permiso. Lamento no saber nada más de él ni poder dar más datos, y desde aquí, le ofrezco mis disculpas y la retirada de las mismas si así lo desea.


En Galicia poseemos una virtud que yo considero extraordinaria, y que constituye posiblemente nuestra seña de identidad más definitoria: podemos convertir cualquier actividad, sea cual sea, en una astracanada. De hecho, no es que podamos si no que debemos. No se trata tanto de una posibilidad como de un impulso irrefrenable, una certeza. Hay quien dice que nuestro hecho diferencial es la ignorancia militante y aún sin atreverme a descartar del todo esta afirmación, yo diría que es la facilidad para la chabacanería, la destreza para la patochada y la maestría en la zafiedad lo que nos hace únicos. Da igual lo que sea, al final todo lo que hacemos resulta ser una mamarrachada.

Como nuestra capacidad de producir cultura es un tanto limitada, aquí abrimos un poco la mano en el concepto. Hay que tener un poco de manga ancha a la hora de definir qué es o qué no es un hecho cultural, si no, vamos un poco jodidos. Y así, consideramos cultura las fiestas gastronómicas, las romerías campestres y esas cosas. Los alemanes puede que no conciban como muy cultural el hecho de organizar una fiesta donde lo único que se hace es beber cerveza y se puede vomitar y orinar al suelo desde la misma mesa. Ellos podrán permitirse ese lujo, pero nosotros, si no contabilizamos esas movidas, las supersticiones y las fiestas gastronómicas, a ver que coño nos queda. Como a veces esto causa cierta sospecha, tenemos a una legión de estudiosos pagados por el estado para dar verdadera luz sobre los frutos de nuestra idiosincrasia. Y así, donde un observador externo solo vería a unos cuantos alcohólicos con las camisas desabotonadas hasta el ombligo y manchados de tinto peleándose por coger sitio en la pulpería mientras circulan por el barrizal niños vestidos de gaiteiros ante la indiferencia general, estos constructores de nuestra identidad son capaces de ver en estas reuniones grandes centros de erudición y sapiencia popular.

Una de las manifestaciones que más encendidos elogios y estudios despierta es una romería llamada A Rapa das Bestas, que consiste en localizar y perseguir manadas de caballos salvajes, encerrarlas en un cercado y luego proceder a cortarles crines y colas por la fuerza, derribándolas al suelo, mordiéndoles y dándoles patadas. Tal actividad es jaleada por centenares de personas en evidente estado de absoluta embriaguez y uno de sus méritos principales es que lleva cinco siglos celebrándose ininterrumpidamente. Es obvio que un observador externo podría alegar que el mantener en el siglo XXI manifestaciones de barbarie animal medievales no es mérito alguno, como tampoco consideraríamos meritorio organizar romerías para la quema de brujas o las torturas inquisitoriales. Pero eso equivaldría a no comprender lo que significa la “ignorancia militante” que nos define. Hay que estar en guardia contra la ilustración y la educación, que es percibida como una imposición foránea, y eso exige una disposición constante, un celo decidido. El paso del tiempo, la contaminación con otras culturas o la pura mala suerte podría acabar volviéndonos civilizados. Y sí, posiblemente seríamos mejores seres humanos, pero sin duda seríamos peores gallegos.

Hace años, alguien consideró que tal manifestación de maltrato tenía virtudes pedagógicas y se organizó una de estas romerías especialmente para público infantil. Casi un millar de niños pudo asistir, boquiabierto, a la celebración. Para la ocasión, se aconsejó a los “aloitadores” que así se llaman los que participan en el evento, que se abstuviesen, o en su caso, redujesen, los habituales mordiscos en las orejas de los animales, las patadas en el vientre y los puñetazos en la cara. Esto se hizo un poco a regañadientes. Más polémica despertó la propuesta de eliminar la ancestral costumbre de darles un tajazo en las orejas con unas tijerotas oxidadas para que los animales tengan la “marca” de la parroquia. Algunos se habían percatado que los regueros de sangre podían dar lugar a malentendidos así como falaces argumentos para esos miserables envidiosos y analfabetos que consideran la fiesta como un canto al salvajismo. Pero también, tras encendidos y sesudos debates, esto pudo dulcificarse para la ocasión y así proceder a la instrucción de los niños de hoy en los cernícalos cerriles de mañana. Por supuesto, antes de dar paso a la mortificación de los caballos se da a los chavales una charla educativa con manchurrones históricos, antropológicos, sociológicos, que para el observador externo no sería más que un burdo intento de enmascarar la violencia pero para nosotros es nuestra identidad, la justificación de nuestro propio ser, nuestras raíces en la burrez que llevamos como una bandera. Mi amigo H. es un fiero defensor de esta fiesta y cada año nos desgrana los argumentos que justifican su moralidad, todos ellos reflexivos y juiciosos. Con cierto aire de superioridad que le otorga el conocimiento del medio rural sobre los urbanitas nos informa que “tú no sabes lo dura que tienen los caballos la piel” para explicar la obligatoriedad y las bondades de las patadas en el vientre. De igual modo somos educados en las curiosidades de la biología caballar cuando se nos dice que los mordiscos y los cortes sanguinolentos en la oreja “no hacen daño porque es cartílago”. Pero sin duda mi favorita es la que expone que “es por su bien: si no les cortamos las crines y cola, se enredan en las zarzas” lo que convierte a los parroquianos en una especie de correctores de la naturaleza caballar, enmendando los errores evolutivos de la especie equina. Incluso, sin parar mientes, susceptibles de ser exportada su altruista labor ecológica o su ejemplo por todo el planeta, salvando, por qué no, a los caballos de las peladas estepas mongolas de que por un maléfico azar se le enrede una cola en alguna zarza perdida. Por último, añade siempre otra justificación, a simple vista irrefutable: “si no fuera porque nosotros les mantenemos vivos durante todo el año para la fiesta, se extinguirían porque el caballo salvaje es inútil”. Esta tiene cierto parecido con la que usan los taurinos cuando dicen que la fiesta nacional salva al toro salvaje de la extinción. Pero a mí también me recuerda a un proyecto nazi para salvaguardar en zoológicos a algunos judíos de forma que las generaciones futuras pudiesen comprender los motivos de su aniquilación. Tal cosa se haría mediante la construcción de granjas de judíos de las que se extraerían familias judías que desarrollarían sus actividades cotidianas a la vista del público. Se buscaría a familias particularmente observadoras de la tradición y piadosas para que el público pudiese verlos en su ecosistema con la mayor verosimilitud. Se organizarían también excursiones de escolares para que entendiesen el glorioso esfuerzo del exterminio. Igualmente, también se pide que el toro bravo sea bravo para deleite de los espectadores, que sea según su naturaleza, y que los caballos ejerzan de caballos y ofrezcan resistencia. ¿Tendría sentido la fiesta sin resistencia del animal? No, se necesita que se comporte “salvaje”, que sea verosímil, que se oponga, cocee, se necesita, al fin y al cabo, que sufra. Un observador externo podría pensar qué clase de sociedad es la que acaba con el ecosistema de la vida salvaje, liquida todas las posibilidades de existencia de otras especies en libertad, aniquila y coloniza los espacios vírgenes y luego, amparándose precisamente en ese exterminio sistemático, salva a los supervivientes para convertirlos en objetos de feria y mofa en celebraciones de exaltación de la violencia. Un observador externo podría argüir que los ingentes recursos económicos que se dedican a tales manifestaciones de brutalidad disfrazada de cultura popular, bien podían dedicarse quizá a reconstruir precisamente esos ecosistemas destruidos, a crear un mundo en el que podamos vivir armónicamente con la vida salvaje en lugar de explotarla y cosificarla ferozmente. Pero tal observador no tendría en cuenta que la ilustración y el respeto por el medio no coadyuvan en la construcción identitaria. La concepción de un mundo en el que los seres humanos debemos convivir y no sojuzgar a la naturaleza, el entendimiento de que la tierra es un ecosistema global para todos que no entiende de diferencias regionales, no colabora en la invención de nuestra propia diferencia cultural. Y la edificación falsaria de los rasgos identitarios (en este caso, una peculiar y original forma de maltrato) está por encima de la moralidad de los actos. Si es nuestro es bueno. Sí, podíamos ser mejores humanos, pero seríamos peores gallegos.

En fin, ese día la jornada pedagógica se desarrollaba con la placidez que era posible, pero si creemos en la teoría de la inevitabilidad de la patochada esto no podía durar. Y así fue. Al rato, apareció uno de los personajes más conocidos de la parroquia, conocido como El Manco. Desde luego, si lo que se pretendía era que los escolares tuviesen un ejemplo de hasta donde llega la superación personal y de cómo una tara física no tiene por qué impedir el desarrollo integral de la persona, El Manco es un modelo a seguir. Con un solo brazo del que por una extraña aleación surge un bastón, y ayudado por sus dientes, es capaz de mostrarse como uno de los “aloitadores” más efectivos y fogosos. Realmente constituye un espectáculo inenarrable ver con que saña y violencia descarga bastonazos, mordiscos, patadas, con una furia incontenible. Desgraciadamente, la facción moderada le había impedido actuar en esta ocasión por deferencia al público escolar pero el Manco nos tenía reservada otra sorpresa. Ante el casi millar de niños estupefactos saltó al foso y comenzó una enconada discusión con un vecino acerca del presunto robo de un caballo escuálido al que unos minutos antes todos estaban pegando. El debate fue todo lo sosegado que cabe suponer, con bastonazos sobrevolando el aire, y afectuosas y cálidas exhortaciones como “ladrón hijo de puta” y amables ofrecimientos como “te voy a meter el bastón por el culo, te voy a matar cabrón”, que en nuestra lengua vernácula suenan más dulces y melodiosos (vouche meter o bastón polo cú, voute matar cabrón). Los niños al fin encontraron un motivo para la carcajada y el alborozo, pero desgraciadamente para ellos, cuando mejor se ponía la cosa, aquellos que no se avergonzaban de organizar, participar y mostrar un acto donde se violenta de ese modo la vida salvaje, estaban profundamente abochornados y se interpretó que el giro que había tomado el show no era tan educativo como darle ostias a unos animales aprisionados. Hubo que suspender el resto de la jornada didáctica y desalojar a las decepcionadas criaturas mientras la nueva función cada vez subía más de tono con empujones, insultos, amenazas, nuevos participantes, brazos que volaban, ostiazos por aquí y por allá. Hombres contra hombres, hombres contra bestias, qué más daba. Y al final, de nuevo, lo habíamos logrado, lo habíamos convertido en una caricatura, en una exhibición, una vez más de nuestra pobreza ética y cultural, de nuestros terribles déficits educativos, de nuestro incivismo, de nuestra complicidad cotidiana con la ignorancia y el atraso moral. En una mamarrachada grotesca.

Por eso, cuando mi madre nos lió para disfrutar la cena de fin de año en el Restaurante Velis Nolis de A Estrada, algo en mi interior me dijo que no saldría decepcionado, que valdría la pena el experimento. Pero eso queda para otro día.


Sobre bioética:

http://www.bioeticanet.info/animales/index.htm

http://www.igualdadanimal.org/entretenimiento

http://blogs.periodistadigital.com/verdes.php

http://es.wikipedia.org/wiki/Peter_Singer


Interesante testimonio de un defensor de la fiesta:

O trobador urbano e amigos