5.5.09

Echamos el cierre

Este sábado, en A Estrada, en la zona deportiva, a una hora aún curiosamente misteriosa incluso hasta para nosotros mismos, pero probablemente sobre las 11 de la noche, Robín de los Estercoleros echa el cierre a 21 años de historia como banda de rock and roll. Es el concierto perfecto para acabar nuestra carrera: se ha anunciado y suspendido un sin fin de veces y en el ambiente hay como un aire de improvisación y desastre. Pero si es terreno resbaladizo, es nuestro terreno. Por algún increíble efecto del destino, la fecha elegida es un nueve de mayo, el día del calendario que tiene para muchos de nosotros un significado único, por ser el aniversario de la muerte, en un intervalo de diez años pero en el mismo día, de Toño y de Pepe Risi, los dos componentes del grupo Burning que tanto y de tantos modos nos influyó.

En la construcción del pensamiento épico que acompaña la vida de una banda de rock son necesarios estos referentes más que musicales, morales. Hay bandas que ponen su mirada en los vencedores, en las fiestas de la mansión play boy, en las multitudes jaleando, en los caza autógrafos. En su imaginario, sueñan con cruzar el espacio entre la limusina y la entrada al backstage protegidos por la policía, sorteando una avalancha de fans enloquecidas. Nosotros nunca soñamos con eso. Pusimos nuestra mirada en los perdedores. En esa especie de poética del vagabundeo de poblacho en poblacho, de arrastrarse con la furgoneta, lo comido por lo servido, de ese vagar honesto y errático. Nosotros amamos a los que amaron a la música, a pesar de no recibir nunca los premios merecidos. O sí, o igual sí se merecían esa vida, sí nos la merecimos todos, de semi-oscuridad, de invisibilidad, de hostales en villas pequeñas, algún éxito de vez en cuando, un año bueno, una canción que suena, o ni siquiera eso, casi siempre sumidos en el mar de la indiferencia. Quizá sí. Y si nos la merecimos, la conseguimos.


Burning, encarnaba para nosotros esa consistencia ética. Esa perseverancia en el rock and roll, pese a todo, pese a la muerte, pese a las catástrofes. Salen al escenario honestamente y ejecutan lo mejor que pueden y como mejor saben. Y sobre todos, nunca nadie más nos enseñó ese camino que Pepe Risi, al que muy poco antes de morir y después de una temporada larga sin haber coincidido con ellos vimos sobre el escenario, tan deteriorado que nos dio miedo, tan destruido, tan débil, tan frágil. Y Pepe, que muchos, muchos, muchos años antes nos había dicho en su furgo, “aquí, soy lo que soy, estamos hablando, soy lo que ves, pero cuando te subes a un escenario tienes que creerte que eres el mejor del mundo”, ese mismo Pepe, ese día, con la garganta rota, rozando a veces el gallo, se acerca al micro, y con aquella voz que te ponía los pelos de punta y que evocaba en su timbre todo aquel paisaje de losers que dibujaban los Burning en su imaginario, ese mismo Pepe, ese día, tan enfermo, tan poquita cosa y a la vez tan grande, tan inhumano en su escuálida humanidad dijo: “Hey, chicos, no tengo voz, pero tengo corazón”.

Y eso es todo. Siempre ha sido así. La divisa de esta banda que ahora muere. No tener voz, pero tener corazón. Nos vamos en la misma indiferente invisibilidad en la que caminamos toda nuestra vida. A nadie importamos nunca y estoy seguro que pocos, o nadie, se acercará a despedirnos. Puedo contar con los dedos de una mano quienes te han preguntado, quienes han llamado, quienes te han consolado…Da igual, no estábamos aquí para eso. Era para otra cosa, para no tener voz, para cantar hacia el satélite que nos da la espalda, en el eclipse eterno, como la protagonista de una de las canciones, la loba solitaria que aúlla a la luna, falta de amor. El sábado, una vez más, desde el escenario, miraré el terreno yermo de la explanada, despoblado, deshabitado de toda emoción. Algún amigo al fondo, apoyado en algún poste, silencioso, mirándote, algún borracho pegando voces, los técnicos de la mesa intentando ligar con alguna chica perdida, los organizadores al fondo, decepcionados por el vacío, luego te dirán “sonáis de puta madre pero yo no entiendo a la gente, siento mucho que tuvieseis tan poco público” y tú sonreirás. Un despistado te pedirá la hoja del set list, o probablemente no, y termine allí, en el escenario, embarrada, pisoteada por los pipas que recogen los bártulos o se la lleve el viento de la noche. Y tú también recoges tus cosas, tranquilamente. Los cuatro gatos que había se han largado y ya no queda ni dios. Ni siquiera suena música de ambiente. Solo el silencio, Rayas desatornilla sus anclajes, guarda sus cosas en la funda, yo ayudo a llevar los amplis al maletero, estoy sudando, nos tomamos una caña y Josemi dice para todos: “hoy hemos tocado de puta madre”. Y nadie contesta. Es la pura verdad, pero es como si no hiciese falta decirlo, como si nadie necesitase ánimos. No estábamos ahí para eso, estábamos ahí por la música. Daba igual. Manolo es el primero en dejarnos, dice: “bueno tíos….” Y se ve que ha disfrutado de ese tiempo, pero solo dice: “Bueno tíos…” y uno podría continuar si Manolo fuese de los que dice las cosas: “…tíos, he sido feliz en el escenario, tíos, hemos tocado cojonudamente, joder jorge te has esforzado un huevo, larry, lo has hecho lo mejor que sabías, tíos, de puta madre, es un placer esto y me voy a casa nuevo y disfruto aquí de un modo que no sabría explicar y que no quiero perder”. Pero solo es “Bueno tíos…”.



Nos quedamos, solos, como siempre, después de haber tocado lo mejor que sabíamos, para nadie, como tengo la certeza que ocurrirá este sábado. Todo dará igual, a nadie le importamos nunca una mierda. Te vas sin despedirte sencillamente porque no hay nadie de quien despedirse. Pero nosotros, en el escenario, tocaremos como si fuésemos los amos del mundo, por momentos tiernos y sensibles, por momentos desafiantes y chulescos, eléctricos, siempre sin voz y siempre con corazón. Se apagan los últimos focos, nos damos la vuelta, y nos perdemos en la noche.