23.4.10

Contra la impunidad

El mal triunfa, cuando los hombres buenos no hacen nada. Y al fin, tenía que llegar. Los que vamos siendo mayores hemos asistido en los últimos años a un continuado proceso de envalentonamiento de la derecha franquista. En los primeros años de gobiernos socialistas, esta gente, quizá un poco atemorizada, se contentó sobre todo con pasar desapercibida, semioculta y un tanto silenciosa. Se preocuparon de dotarse de un discurso vagamente liberal, adaptado a la nueva coyuntura y sin hacer excesivas demostraciones de una nostalgia que socialmente les señalaba.

Sin embargo, cada vez se exhiben con más fanfarronería y desvergüenza. En sus medios de comunicación, que cada vez se extienden más como una enfermedad maligna. En sus atalayas mediáticas se alardea y se hacen constantes homenajes a ese pasado glorioso del régimen franquista. Se publican cada vez más libros en esa órbita suya al principio justificatoria, ahora ya claramente apologética que “revisan” lo que ellos llaman la versión oficial de la historia del golpe de estado y la guerra civil.

¿Y qué es esa revisión? En su versión suave, menos exaltada y de consumo mayoritaria, es la formulación de esa especie de impúdica equidistancia moral entre “los unos y los otros”. “Todos cometieron excesos”, se dice, como si fuera esta una verdad incontrovertible. Y que hubiese personas muertas por “ambos bandos” es la prueba evidente de que así fue. Así que, con los años, el distanciamiento cronológico con el franquismo, lejos de generar una conciencia moral de libertad y justicia en la sociedad, lo que ha ido construyendo, justamente al contrario es una visión de aquella guerra como el enfrentamiento de dos poderes similares, casi análogos y con estrategias afines donde la victoria de unos sobre otros fue una cuestión de talento y aptitudes. Incluso el lenguaje conspira constantemente en esta visión maniquea: “los unos”, “los otros”, “ambos bandos”…todo el discurso ideológico que se formula sobre la guerra civil y los crímenes de guerra y post-guerra promueve esa igualdad entre las partes y formalmente establece una equivalencia entre el agresor y el agredido, entre el torturador y el torturado, entre la legitimidad democrática y la dictadura fascista.

Tales usos del lenguaje, afortunadamente, no se oyen cuando se habla del genocidio nazi o de la violencia de género. Cualquiera entendería como una muestra de un cinismo insoportable que se dijese “las unas” y “los otros”, o, ya no digamos: “ambos bandos” para judíos y nazis, indios y vaqueros o negros y miembros del ku kux klan…Sin embargo, aquí tenemos que asistir de modo cotidiano a ese discurso obsceno donde al estado democrático y a unos golpistas se les llama “las dos facciones en disputa” u otras comparaciones repugnantes del mismo jaez. Entretanto, la izquierda ha hecho deserción de la defensa moral y social de aquel pasado, como si fuese de algún modo algo vergonzante, y su comportamiento ha sido acomplejado y distante. Como mínimo. Y también la izquierda ha participado en la construcción de ese modo de pensar que habla de “no remover el pasado”, de “no desunir a los españoles” y que coadyuva en la minimización de un sistema de gobierno genocida y criminal y corrompe al mismo tiempo la ideología de equidad y justicia social en la que se basaba la democracia republicada agredida y golpeada. Si alguna vez es evidente como el lenguaje contribuye a la construcción de la realidad social, esta es una de esas veces. Y mientras las víctimas reales, los exiliados, los represaliados, estuvieron silenciosas, asumiendo su papel de sacrificados en la construcción de esta paz social que exigía su silencio y su anuencia, más o menos todo se fue llevando bien. Mientras en nuestras plazas permanecían aún sus homenajes a los asesinos, en las fachadas de las iglesias esas listas de nombres con sus “mártires”, todo iba bien.

Simplemente ha bastado una ley de memoria histórica, timorata, bastante hipócrita y casi aprobada como pidiendo perdón después de nada menos que tres décadas de silencio para que todos estos apóstoles de esa “imparcialidad” entre “unos y otros” se solivianten. Y ahora por fin muestran su rostro verdadero aquellos que pontificaban esa ecuanimidad y neutralidad que equiparaba simbólicamente, como si fuera una pelea de matones portuarios por un alijo, a agredidos y agresores, a un régimen democrático y a una banda furiosa de golpistas y asesinos.

Se han crecido porque nosotros hemos mirado a otra parte. Porque no hemos honrado a aquellos que lucharon por ese sueño de justicia social. Porque no hemos respetado a los que dieron su vida por nosotros de todos los países del mundo movidos por la utopía, porque no hemos peleado por la celebración de los valores democráticos que entonces se vieron violentados. Se han crecido porque no hemos combatido. Y ahora quieren volver a contar la historia a su modo, con esa síntesis de mentiras, falta de escrúpulos, y enaltecimiento de rancios valores imperiales. Y mientras nosotros aprobábamos esa legislación bochornosa que convierte en un periplo indigno y dificultosísimo el que unas familias recuperen los restos de sus parientes muertos, ellos beatificaban en el vaticano con todo el boato a sus mártires. La iglesia, responsable moral de decenas de miles de asesinatos, hace ostentación ofendida de sus escasas víctimas mientras el estado tiene que justificarse constantemente por su comportamiento, como si le hubiesen pillado en falta, por defender precisamente los valores en los que se sustenta y que los otros desprecian.

Y lo de estos días con el proceso jurídico mediático al juez Garzón, la gota que colma el vaso. Yo particularmente llevo 24 horas en mi conocido proceso de autocombustión interna e intentaré ir así tenga que ir andando. Creo que la manifestación de este sábado en Madrid contra la impunidad del franquismo es una de las más importantes de nuestra historia reciente. Alguien tiene que decir que sí nos importa la justicia y la memoria de los hombres justos, alguien tiene que honrar a los héroes que fueron hombres, a los muertos, nuestros valores, alguien tiene que alzar la voz, que ya hemos callado bastante y el aire está henchido de los gritos de los monstruos.

http://www.alba-valb.org/

http://www.kaosenlared.net/noticia/manifestacion-contra-impunidad-franquismo

18.4.10

Aclaración de principios

Como una bomba de vacío que expulsa el aire al exterior dejando solo el hueco donde habita su ausencia, así el dolor, ese que se escribe con mayúsculas, puede funcionar como una gran fuerza física que expele al espacio nuestros valores, dejándonos únicamente con la nada. Algo así, quizá con otras palabras, dijo en el Matadero un extraordinario Lluis Marco en la no menos extraordinaria Rock & Roll de Stoppard. Unos días antes, era de nuevo en Calígula donde se reflexionaba acerca de ese saqueo interior que produce el sufrimiento más hondo. Ese que cuestiona, banaliza e incluso ridiculiza todo lo anterior a su advenimiento. Aquello que nos conformaba, que nos explicaba ante nosotros y ante los demás reaparece en su verdadero valor: la bagatela. Y desmantelado por medio de esa succión del agujero negro insaciable de la herida, se nos muestra como lo que siempre fue, una tramoya, un decorado, el maderamen carcomido de esa escenografía donde representábamos nuestra desdichada tragicomedia. Un teatrillo.

La intensidad de ese dolor es tan sobrehumana que ejerce su dominio absoluto sobre el páramo helado en el que nos hemos convertido. El dolor se apodera del sentido: es el sentido. No es que nada lo tenga, no es que se pierda, es que ninguna otra cosa puede ser siquiera una triste sombra de esa presencia que tiende a ocupar todo el espacio. Así, no es insensato cuestionar los valores, la vida, la muerte, matar, morir. No es insensato comprender la futilidad de la existencia hasta entonces, la levedad del edificio mental que habitábamos y cuyas paredes no resistieron ni el primer soplo de ese hálito de desconsuelo. Lo insensato era lo otro, haber vivido en ese espejismo, en aquella confianza jactanciosa.

A aquel ser tembloroso yo le di nombre. Era: el despojo. Y con la perspectiva veo que fue un nombre afortunado. Despojar comparte raíz con espoliar, cuyo primer significado es arrancar la piel, el pellejo. Y yo, como despojo, era exactamente eso, un ser que había perdido su epidermis. Que había perdido la envoltura de ideas, recuerdos, concepciones, y creencias. Los proyectos y aspiraciones que hasta entonces envolvían mi carne sangrante hasta que ésta quedó expuesta, tras el desgarro, en su informe masa blanda de músculos, vísceras y venas latientes. En su absoluto y total desamparo.

De todo aquello, emergió –entre otras cosas- un nuevo modo de acercarme al conocimiento, y sobre todo, una perspectiva más cabal de mi propio peso en el mundo. El acerbo de saberes que había ido adquiriendo y atesorando, con los años, se reveló con su verdadero volumen: algo irrisorio, insignificante, risible en su antigua existencia arrogante. No sabría decir cómo se iluminó esta idea, pero en seguida se hizo certeza, de las pocas que tengo, quizá la única. A partir de entonces, conocer, aprender, se convirtió en un proceso únicamente de aumento del vacío infinito. Y cada nueva línea, cada nueva idea encontrada en este proceso no ha sido más que expandir el horizonte de lo que se desconoce. En la confección del mapa de lo que sé, no he podido en estos dos años trazar ni siquiera ni un nombre nuevo, un jalón fijo en el espacio investigado. Justamente al contrario, aprender es un constante revelar la propia imbecilidad, y, a lo sumo, titular en ese mapa del universo una nueva región con un nombre, donde antes solo había Terra Incógnita. Pero ahí sigue, igual de inexplorada que antes. Como mucho, quizá un indicio de que los límites, que ni siquiera intuimos, están aún más lejanos en su nebulosa inaprensible. Aprender es empequeñecerse, ser cada día más consciente de la propia insignificancia.

Por eso, hace algunas semanas dejé de escribir en este blog. Porque estaba un tanto hastiado de mis propias naderías. Debo confesar que el motivo principal que me impulsó a comenzarlo fue de algún modo que sirviese como una auto-explicación. Como tantos otros, soy más capaz de ordenarme cuando escribo, pero incluso ese ordenamiento, una vez publicado, parece tan insustancial, tan decepcionante, tan torpe…no pensaba volver a escribir. Exponer esas reflexiones, que yo mismo juzgaba como necedades o pamplinas, me parecía una pedantería. Cancioncitas, algún poemilla ...cosas en las que entretenerse. Y ya está.

Colaboró en mi decisión el actual hartazgo absoluto que siento por el debate. En ese renacer, en ese redescubrir como enfocar la construcción de mi interior (no debería utilizar “reconstrucción” porque considero que en realidad no había construido nada en el pasado), al principio hay como un deseo infantil de explorarlo todo. Y parecía que la discusión, la argumentación eran poderosas armas. Pronto me he decepcionado de todo esto y la mayoría de las discusiones en las que me he enfangado me han espantado por el uso obsceno y absolutamente deshonesto del razonamiento en un continuado e indecente ritual masturbatorio de réplicas y contrarréplicas donde todo, la falacia, la mentira, el disparate o el ataque personal, está permitido y que no tienen más justificación ni objetivo que la petulancia y la egolatría. En este proceso he conocido a personas que dicen “disfrutar discutiendo”. Pocas cosas me han parecido más tristes y vacías y reconozco que he perdido horas en esa pantomima que se asemeja a las antiguas películas cómicas de persecuciones donde el perseguido arroja al perseguidor percheros, cubos de basura, jarrones, sillas, y cualquier cosa que se encuentra en su camino. De igual modo he visto a éstos arrojar sin ningún escrúpulo en su huida desquiciada argumentos elegidos al azar, nunca reflexionados ni considerados (no pre-meditados) hasta ese instante, y si acaso, uno, pacientemente, fuese capaz de apartar los obstáculos uno a uno y arrinconar al interlocutor en su propia construcción falsaria, empezar este a arrojar de nuevo los argumentos contrarios a los anteriores, los antagónicos, sin el menor atisbo de sonrojo.

Por su simbolismo no puedo evitar referir un suceso biográfico: hace algún tiempo trataba de explicar yo a uno de estos disfrutadores de la discusión un episodio de carácter estrictamente personal y sentimental. Tras media hora aproximadamente de charla, mi interlocutor me dijo que en realidad no le había dicho más que “milongas de principio a fin" para luego atribuirme en realidad otras razones, bastante más egoístas que las que yo había tratado de exponer, añadiendo finalmente que tal era su opinión y que consideraba exponerla un rasgo de honestidad. Al principio, reconozco que me sentí un tanto atónito. Luego, la perplejidad dio paso a una sensación de ser un imbécil redomado por haber perdido el tiempo otra vez de ese modo. Pero más tarde, reflexioné sobre varias cosas. Hay algunas obvias. Quizá la primera es por qué alguien, o quizá todos, llegamos a sentirnos tan importantes para suponer que quien nos habla está mintiéndonos durante media hora. Aquí hay algo más que un insulto y una apelación a la deshonestidad del otro: hay una concepción del valor del propio juicio, tan elevada que presupone que los demás mienten por lograr algún tipo de aprobación nuestra. Ya sé que resulta un tanto cínico igualar el hecho de mentir con el de demostrar algún tipo de interés pero lo cierto es que cuando el juicio del otro carece de auténtico relieve..¿a qué mentir? ¿para qué esforzarse? Quizá un tanto cruelmente pensé entonces: “pero …¿por qué cree que iba a molestarme yo en mentirle?" Y de eso se trata. Paradójicamente, ser mentido es visto como una prueba de nuestra importancia, de que no somos indiferentes. Importamos hasta el punto de que se falta a la verdad para buscar nuestra anuencia. Pero además somos sagaces y sutiles, pues lo “descubrimos”.

Luego uno sigue escarbando y deduce que esta persona considera que el que alguien pueda dedicar media hora de conversación -sobre un tema que afecta únicamente a quien lo expone- a construir una falsedad “de principio a fin” es como mínimo habitual o razonable. El hecho de que tal cosa no solo no se considere un absurdo sino al contrario, como algo muy probable dice más del acusador que del acusado. En la misma lógica, ese disfrutador de discusiones considera también que puede llamar mentiroso a su interlocutor sin prueba alguna (imposible demostrar nada en algo tan subjetivo e interior). ¿Y por qué puede? Porque lo piensa, porque ese es su juicio. O lo que es lo mismo, el juicio tiene un valor intrínseco más allá de su contenido por el mero hecho de ser propio. Esto se escucha a menudo con las cosas más extravagantes: “pues YO creo que quizá los pobres vivan mejor que nosotros” dice uno, “pues YO no estoy de acuerdo con la ciencia” dice otro. Pues YO creo que los polos no se derriten, dicen aquel. No importa que este o aquel aspecto de la realidad sea abrumadoramente evidente, cualquiera puede contradecirla con un “Yo no creo en eso”. Y el solo hecho de que la aseveración sea pronunciada por ese yo mayúsculo, expresión triunfante de si mismo, hace que no necesite ser demostrada. “Pues yo lo pienso así”, y ya es una última palabra, indiscutible, no hay nada más que decir. Se justifica todo: juicios infundados sobre personas, teorías descabelladas, existencia de seres sobrenaturales, cualquier cosa. El yo es un muro infranqueable y refractario a cualquier razón.

La filosofía desde Descartes nos dice que el yo pienso, habla sobre todo de la existencia del yo. Del yo como entidad primera, como condición indispensable para la existencia del pensar. No hay pensar fuera del yo. Sin embargo, en esa relación da la impresión de que la construcción de nuestra identidad en esta cultura contemporánea de hiperindividualismo da como resultado un yo sobrealimentado e hipertrofiado que es principio y fin de todas las cosas. Da la impresión de que el yo no es la condición del pensar, sino que es este pensar una estrategia instrumental del yo: una caracterización entre otras posibles. Un utensilio que sirve únicamente para el mantenimiento de esa personalidad que creemos formada y nos produce pavor cuestionar.

En mi caso singular, quien me acusa de mentir sin ofrecer fundamentación alguna considera además esta imputación como una prueba de su honestidad. La magnificación del yo hace que se convierta en un argumento per se. Un razonamiento no es ya verdadero o falso, sino honesto o deshonesto, y esto tiene que ver no con su adecuación a lo real, que es, en todo caso un valor secundario y tangencial, sino por su extensión del yo. Es honesto, porque es pronunciado por mí. Es honesto por el mero hecho de estar a mi servicio, y aún más, la expresión pública de mi juicio, sea este acertado o no, es de por sí, prueba de mi honestidad. Y esa "honestidad" es en realidad lo importante, pues la verdad de las cosas no importan, sino que importa únicamente el YO. Lo que el YO pronuncia, lo que el YO proclama. No importa que sean dislates. Por ser expresados adquieren el peso de la púrpura y aquel que habla puede exclamar orgullosamente: "digo esto y al menos soy honesto".

Kant establece en su Crítica de la razón pura las diferencias entre el saber, la opinión y la creencia. La opinión es un tener por verdad con conciencia de que la validez de nuestro juicio es insuficiente tanto subjetiva como objetivamente. Tenemos una creencia cuando consideramos que la validez subjetiva es suficiente pero no así la objetiva y finalmente tenemos saber cuando ambas con suficientes. La adición de fundamentos objetivos, el conocimiento, puede convertir la opinión en saber. Y la discusión, el debate, pueden ser armas eficacísimas para ese descubrimiento de los elementos de lo real que consiguen armar nuestras opiniones en su tránsito a las certezas. ¿Y para qué? Para ser hombres y mujeres libres, con juicios autónomos sometidos a una perpetua autocrítica, a un perseverante autoexamen en ese camino de la razón hacia su autoconocimiento. Lo contrario, es vivir sometidos a la heteronomía del prejuicio, la superstición o la mentira.

Pero en este territorio de yoes hiper inflamados, en esa exaltación de la propia identidad, la razón termina siendo justo lo contrario. Cuando nos encontramos con esas personas que “adoran discutir” ¿debemos pensar que “adoran” utilizar el encuentro de argumentos para la crítica y el autoexamen de las propias convicciones? ¿Debemos pensar que “adoran” reconocer las propias opiniones como aún carentes de fundamentaciones objetivas suficientes que deben ser buscadas con las aportaciones del interlocutor? A mí, el menos, lo que me parece es que toda esa pantomima no es más que un “como si” se razonase, un “como si” fuese crítico, un “como si” se aprendiese: un espectáculo pirotécnico más o menos luminoso en función del talento de quien lo ejecuta pero al servicio de la nada, de trazar figuras en el aire.

Quizá yo haya tenido mala suerte. Pero en esa búsqueda un tanto ingenua mía de luces en esta oscuridad absoluta de mi alma tan falta de certezas, no he encontrado buena voluntad más que en raras ocasiones. Muy al contrario, la razón se usa solo en su envoltorio y asisto a una puesta en escena en la que formalmente se desarrollan algunas de sus liturgias, pero que sirven exclusivamente al amo contrario. Que sirven a la justificación cínica de la propia conducta, del statu quo del comportamiento, que es aquí en realidad la fundamentación previa a todo el teatro resultante. A partir de entonces, todo está permitido: los ataques personales, las falacias tu quoque o las insinuaciones maliciosas cuando de la discusión se deriva, aún mínimamente, algún tipo de cuestionamiento de los valores, incluso en sus aspectos más nimios, morales, políticos, etc, que una persona dice defender. Esto se ve constantemente y muy nítidamente cuando nos adentramos en el terreno pantonoso del comportamiento personal. Ante cualquier posicionamiento ético que el interlocutor no asuma como propio, existe una tendencia agresiva a iniciar un interrogatorio en clave personal sobre cualquier aspecto ético, tenga o no tenga que ver con el primero, en una escalada absurda e hipócrita que busca únicamente, no por supuesto debatir acerca de la verdad o de la justicia del tema que inició la conversación, sino justificar el egoísmo o la inacción del otro. Así, si alguien fundamenta los motivos que le llevan al vegetarianismo o a donar fondos a organizaciones no gubernamentales, o al voluntariado, etc, se le preguntará si también separa todos los residuos y si todavía se contesta afirmativamente, si compra en los mercados rurales, y si todavía es que sí, si no utiliza vehículos a motor o fuel para la calefacción, convirtiéndose lo que debería ser un razonar acerca de un hecho determinado en una cacería de “inconsistencias”. Y cuando al final se “acorrala” al interlocutor con alguna ingeniosa trampa del tipo: “¿y acaso no deberías irte a Africa?” aquel que no era vegetariano, el que no donaba, el que no era voluntario, el que no separaba sus residuos, el que no compraba en mercados rurales, etc, tiene ya la victoria racional que necesitaba para continuar tal cual estaba. Y a eso, lo llama razonar. Todo da igual, el sufrimiento humano se vuelve una burla en estos debates de hamburguesería, en boca de personas que no estarían dispuestas a modificar ni un ápice su ritmo de vida. Y se llega a justificar cualquier cosa: los que abominaban de la religión, la consideran ahora algo inane y folclórico cuando bautizan a sus hijos, los que abjuraban del matrimonio, lo consideran después una convención sin importancia cuando van a los cursillos prematrimoniales. Si la conversación deriva en algo que no les implique, pongamos el papel histórico de Pío XII, entonces vuelve por arte de birlibirloque a ser la iglesia una amenaza contra la humanidad , pues hay que mantener el prurito de izquierdoso. Y así una y otra vez, en una concatenación de impudicias presuntamente objetivas que llegan al infinito sin que importe argumentar ésta y su contraria contraviniendo una y otra vez las reglas más elementales del sentido común. Retorciéndolo de forma más o menos maliciosa siempre al servicio de ese si mismo que debe ser defendido ferozmente, que no debe ser puesto en duda, que debe operar como el cimiento indubitado sobre lo que todo lo demás se construye.

Y luego están esos otros, esos que “disfrutan” discutiendo y que entienden la controversia como una pelea donde lo que verdaderamente se dirime es la habilidad para discutir, y no la idea que motiva la discusión que es una mera excusa para el divertimento. Esos otros que priman la polémica sobre la dialéctica y que carecen de ningún deseo sincero de llegar a ningún fin último más allá de la mera exhibición pavorrealesca. Esos otros que confunden el “relativismo” con el puro cinismo.

El debate, que podría servir para ofrecer un poco de luz en este universo infinito en el que nos movemos ciegos, solo colabora en promover precisamente los modos de la ofuscación. Aquello que debería ser un instrumento para cuestionarnos para fortalecer en lo posible nuestras opiniones y ayudarnos a cambiar, funciona, única y exclusivamente como arbotantes del egoísmo y de la glorificación de ese yo inamovible.

Todo esto me ha agotado un poco. Me ha aburrido mi propia insignificancia tanto como la ajena. Leerme, en mi proceso, tan personal, de autobúsqueda, de deseo de ver algún reflejo de luz en este vacío de certezas ha resultado frustrante. Me considero un ser de saberes irrisorios, un pobre hombre cada vez más perdido. Y además sé que no hay ningún remedio, que será peor, que las vagas ideas que he ido moldeando aún un tanto informes en estos años, o meses, se verán desbordadas, arrasadas, destruidas por otras, que tampoco serán definitivas, que cada vez, eso espero, sabré menos, cada vez menos, mientras siga ampliando como es mi único deseo y lo único a lo que puedo aspirar, el ámbito de mi ignorancia. También reconozco, que pensar así, ha convertido el intentar aprender en algo muchísimo más hermoso. Precisamente por lo inalcanzable ahora tiene para mí una belleza que me conmueve.

¿Para qué escribir entonces? Porque en este proceso he encontrado a algunos y a algunas, pocos, que se saben tan ciegos como yo, con el mismo anhelo de ver, con la misma conciencia de lo paupérrimo de sus juicios y con la misma sensación de ser náufragos en un esquife inestable, apenas cuatro tablas mal ensambladas en un océano infinito que nos supera en todos los momentos. Y porque en una de estas lecturas que sirven para extender el territorio de lo ignoto, me encontré a Pierre Bourdieu diciendo que nuestra única esperanza era crear una red de informadores, de buena voluntad, que hablen, que se expresen en libertad, que deseen encontrar la verdad. Y esa red, de ciegos, de indigentes, de mutilados, a la que pertenecemos con esa humildad de los que nos sabemos derrotados de antemano en una lucha imposible, esa red de informadores que es tanto como un hospital de desahuciados, un hospicio, un albergue de menesterosos, en el que debemos colaborar para que no se derrumbe y cierre y a veces te toca recoger la mesa, limpiar los desperdicios, fregar la vajilla desvaída. Eso es todo, y para eso vuelvo a escribir, para extender mi mano a otros inválidos, a los otros ciegos. Y antes de empezar de nuevo, necesitaba explicar esto.. Aunque a veces me traicione el lenguaje, o el entusiasmo…en realidad no hay ninguna certeza en nada, nada a lo que asirse, nada que ofrecer a los demás, nada que ofrecerme a mí. Conozco mi verdadero peso en el mundo y la historia, soy un despojo, menos que nada. No sé nada, miro hacia el mundo como uno de esos personajes de C.D. Friedrich empequeñecidos ante el infinito de la naturaleza. No me aguarda futuro espléndido alguno ni tengo más ambición que la de intentar habitar este tiempo dignamente, como un ser humano que merezca este nombre. Y esto, en absoluto es poca cosa.

6.4.10

Extraído del blog de Leo Bassi

Manifiesto en Favor de la Ley de Salud Sexual y Reproductiva e Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE)

promujer.jpgNUEVA EDICIÓN CORREGIDA

  • ¿Por qué este Manifiesto?
  • El problema ético del aborto es de primera importancia y es nuestro deber, como seres humanos, tener posiciones muy claras al respecto.
  • La nueva Ley de Salud Sexual y Reproductiva e Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE) es justa y el gobierno socialista necesita nuestro apoyo.


El Manifiesto

En contra de los que, en el intento de imponer al resto de la sociedad sus propias convicciones religiosas como norma, quieren instrumentalizar la difícil decisión de abortar, declaramos que:

  1. El largo recorrido hecho por la humanidad en materia reproductiva desde los tiempos de la copulación sin conocimiento de su relación con el embarazo hasta llegar a la planificación familiar que disfrutamos, la concepción in vitro y los próximos avances en las técnicas de clonación, es un logro que surge de nuestra misma esencia y que nos define como humanos.
  2. Lejos de asustarnos, consideramos esta transformación un bien profundo que nos ennoblece y nos hace más libres.
  3. Esta libertad supone, también, más responsabilidades. Transforma el acto de constituir una familia en una decisión personal, voluntaria y más que todo, deseada.
  4. En este mundo más humano y más culto, todos los niños tienen derecho a nacer amados y queridos.
  5. La lucha por la liberación de la mujer ha sido fundamental para el progreso de la humanidad. Tanto es así que las sociedades mas dinámicas y fuertes son aquellas en las que la mujer tiene más libertades.
  6. Nunca más queremos ver mujeres obligadas a sacrificar sus ambiciones, su creatividad y sus proyectos porque han tenido que cuidar familias que no habían previsto. Es toda la sociedad la que pierde cuando una mujer no consigue desarrollar su propio talento y alcanzar sus propios sueños.
  7. El bien de la humanidad pasa por el derecho de una mujer a controlar su útero.
  8. Consideramos el debate acerca de la supuesta vida independiente de un embrión como necesario pero sospechamos que las posiciones radicales y fundamentalistas de los Providas son pura hipocresía y una manera pérfida para hacer perder a la mujer su dignidad y sus derechos. Aprovechemos este punto para recordar a los mas jóvenes que los mismos que empujan la campaña Provida eran antes, por los mismos criterios religiosos, contrarios al transplante de órganos humanos.
  9. No es que estemos a favor del aborto, es que estamos a favor de la seguridad y la higiene de las mujeres que ,desgraciadamente, necesitan abortar.
  10. El rechazo de la educación sexual y de los preservativos nos parece una aberración y retrata pésimamente como oscurantistas a los Provida que promueven estas ideas: ellos mismos se descubren al afirmar que abortar es matar, sin embargo guardan silencio y tienen tabúes ante los métodos para evitar el embarazo.
  11. Con una población mundial que se ha multiplicado por 7 en tan sólo 150 años, es irresponsable y inhumano seguir procreando niños por ignorancia, coacción o dogmatismo. La humanidad tiene responsabilidades consigo misma y con el planeta que nos sostiene y que compartimos con el resto de la naturaleza .
  12. El uso de argumentos falsos o tendenciosos para asustar a la mujer que aborta es algo odioso y revelador de una mentalidad perversa. A nadie se le ocurriría asustar a futuras madres hablándoles de las muertes durante el parto o de los suicidios por el síndrome posnatal.La solución propuesta por los enemigos del aborto de obligarla a llevar a cabo un embarazo no deseado para dejar el bebe en adopción es una barbaridad y una aberración. Nos parece de una crueldad sin nombre el castigar a una mujer con una maternidad inútil y dejarla, para siempre, con el remordimiento de haber abandonado a un hijo. Sólo personas cegadas por el dogmatismo puede querer que otra viva esta pesadilla.
  13. El uso de un lenguaje apocalíptico por parte de los antiabortistas es una práctica extremamente peligrosa por sus efectos sobre la opinión publica. En los EEUU, palabras como "crimen", "asesinato" o "holocausto" han llevado en los últimos años a ciertas mentes confusas a actos de puro terrorismo como las quemas de clínicas, asesinatos de varios médicos o el famoso caso de las cartas con Antrax.
  14. Recordamos a los antiabortistas que la ley aprobada NO OBLIGA a nadie a abortar y que las personas que por Fe o por convicción personal no quieren abortar, son libres de parir en cualquier momento.
  15. Por último, pedimos a los Provida que nos aclaren sus intenciones si consiguieran revocar la nueva ley aprobada. Visto que consideran el aborto como un asesinato: ¿ Tendrán previstos castigos para las mujeres que han abortado y para el personal sanitario que les ha secundado ?. Nos gustaría saber, aproximadamente: ¿ A cuántos años de cárcel serian condenadas estas personas?.

Por estas razones y en los términos definidos en el manifiesto, anunciamos nuestra total adhesión a la Ley de Salud Sexual y Reproductiva e Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE) propuesta por el gobierno del Señor Zapatero y recién aprobada en el Senado.