30.5.10

Violines que brotan

Dice Tzara: “Yo hablo de lo que hablo que hablo yo estoy solo no soy nada más que un ruido tengo muchos ruidos en mí…”. Hubo una vez que yo estaba solo, en mi destrozo, roto, y cada día, cada uno de los días de aquel infierno, Xisela cruzaba Santiago DC para venir a ver cómo estaba, a veces unos minutos, otras veces horas que llenábamos cantando. Hubo momentos en que la hondura del dolor la dejaba desarmada y me miraba desde el quicio de la puerta como perdida ante un sima insondable. Decía con tristeza: "Bobi....". Parecía una niña que tuviese que contener una herida, un desgarro colosal con sus dedos pequeños. Pero cada vez, todas las veces, quizá dudando ella misma del fruto de su propio gesto, cada vez, cada vez lo hizo. Colocó su tirita, la sujetó suavemente y su presencia dulce fue lo único que alumbró aquel abismo. Xisela, como yo había hecho con ella algunos meses antes, me cuidó, me curó, me rehabilitó. Se lo debo todo.

Una tarde, le escribí una canción para cantar los dos. En ella cada una de las voces agradecía a la otra el cuidado, el amparo, el mimo, la presencia. Esa tarde, ambos la cantamos acompañados de mi vieja guitarra clásica, que décadas antes me había regalado, también, mi padre.

En el otoño siguiente fue también ella quien me propuso matricularme en Filosofía Alemana. Así ambos conocimos a Rafael. Nuestro profesor. Nuestros horarios no encajaban y Rafael dobló su tiempo lectivo sin compensación ni obligación alguna y cada semana nos regaló tres horas de conocimientos durante un curso entero. Cada jueves, los tres nos encontrábamos en la facultad como culpables participantes de una conspiración y con la complicidad de las conserjes y las empleadas de la limpieza ocupábamos aulas vacías. Éramos tres outsiders de tres generaciones distintas. Encajamos. Había como una sensación de acogimiento, de tres seres perdidos cada uno en su espacio. Tres habitantes de los extrarradios que se encontraban en las líneas fronterizas de la propia orfandad. En ese tiempo, él se convirtió en algo mucho más que un profesor: fue nuestro tutor, nuestro bienhechor, nuestro mecenas, nuestra luz. Le contemplábamos embobados mientras hablaba de la razón, de la ilustración, de ese pequeño foco con el que Diderot rasgó el espacio de penumbra y tiniebla, de Lessing rechazando la mano del saber de dios, de lo bello y lo sublime. Rafael no fue solo la experiencia educativa más deslumbrante y profunda que ambos tuvimos nunca, no solo hizo un ejercicio de ética pedagógica inverosímil por su altruismo, sino que llegó a conmovernos y nos convirtió a su causa, a la causa de la fe en el conocimiento, en el ser humano. Cada jueves, discípulos embelesados, Xisela y yo salíamos de ese edificio con una sed insaciable de aprender y él nos hizo el mejor regalo que nadie puede recibir: amplió los límites de todo aquello que desconocíamos y nos dibujó los espacios de otro universo, la filosofía, el pensamiento, que en los perfiles borrosos de nuestra ignorancia intuimos de una belleza turbadora. A lo largo de una vida, hay un profesor, uno. El mío, hasta que me muera, será Rafael Martínez Castro.

Todos nos separamos después. Xisela tiene una amiga que la quiere por encima de todas las cosas aunque a veces lo olvide. Es Andrea, que también la quiere sobre todo aunque a veces lo olvida. Ambas durante años fueron también outsiders solitarias, se sujetaron, se ayudaron y solo se tuvieron la una a la otra. Son lo que son porque se sostuvieron. Estaban abandonadas y fueron hermanas. Construyeron un lazo que resistirá todas las pruebas. Alicia es amiga de Andrea. La encontré al admirar sus fotografías, en las que habita una ternura intensa, y a la vez una escisión de si misma, el cisma de un rostro que se presenta temeroso y recortado. Alicia fue una presencia volátil, casi gaseosa, y en todos estos meses no logramos ambos encontrar ni un solo día en que yo pudiese resolver mis dudas y palparla, tentarla para saber si era real. Nos pusimos motes. Ella es Vasfi, y yo soy Vasmi. Solo la he imaginado en la distancia. Leyéndola, a veces oyendo su voz, me la figuro padeciendo ese desarreglo suyo de exceso de amor al mundo, extasiándose por la calle ante el mínimo brote de vida. Con los ojos expandiéndose al aire y deseando sorprenderse por todo. Igual que Xise y yo cada jueves, cautivados todos por un mundo que se nos enseña. Alicia y yo hablamos de hacer un Mapa del Desamparo y retratar con su mirada y mis palabras el aislamiento y el desabrigo, el abandono y la pérdida. Pero va y viene, aparece y desaparece, como el viento llevado por las nubes. Sin embargo, esa lejanía no le impidió ofrecerse a crear el videoclip. Para eso la ayudaron, también a ella, sus compañeros de piso que ejercen fabulosamente de actores improvisados. Yo había creado la canción en solitario, con mi ordenador, construyendo electrónicamente el andamiaje para sostener la voz de Xise y la mía. Pero sentí que debía aparecer lo humano y también pedí ayuda. Y me la prestó Curi cediendo su estudio y su música, sus dedos, y mi hermano tocando la guitarra, su colonia creciente de guitarras. Cómo hubiese podido siquiera imaginar un proyecto al margen de mi hermano con el que he tocado los últimos 25 años. Y esa tarde, la misma tarde que nosotros grabábamos, mil kilómetros al este, Alicia se quemaba los ojos colocando fotograma a fotograma con su portátil avejentado. En la misma ciudad donde habita Román, al que tampoco he visto jamás físicamente y también conocí por Xisela, a la que adora, que crea las músicas y pone voz a las melodías donde intentan encajar mis letras. Estoy seguro que Román estaba componiendo en ese mismo momento cuando mi hermano decía en un descanso de la grabación: "me gusta ese Román, como compone, como usa las sextas, como toca la guitarra, tiene algo". Y quizá Rafael estaba dando clases y Xise leía un libro....de filosofía. Todo ocurría en el mismo instante y bajo el mismo cielo.

Este videoclip, en su humildad, en su pequeñez, en su insignificancia es el símbolo de lo que hacen los hombres, las mujeres, cuando se ofrecen las manos, cuando colaboran, cuando se ayudan y se cuidan. Es, de las poquitas cosas que uno puede presentar con orgullo y con un nudo en la garganta. No por lo que es, sino por lo que alumbra. Por lo que anhela aunque no llegue a lograr: crear unos minutos de belleza, expandir el espacio de la luz. Comprometidos todos en la creación, en lo único que nos hace nobles y digna de ser vivida la vida: el altruismo y la búsqueda de la verdad.

Hay otra frase de Tristan Tzara, que me llena de maravilla: “en la abundancia de noche y clara cesta del lago….son los violines nuevos que brotan de los violinistas”.

Brotaron violines de nosotros, violinistas.




Y aquí está el enlace para quien quiera recordarle merecidamente a Alicia en su primer trabajo todo el talento que tiene:

Videoclip Sin saberlo en youtube

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