24.11.08

Encounters at the end of the world

Al fin del mundo se llega en avión de carga. Con cuerpos humanos intercalados en los huecos de la estiba, acomodados en los intersticios que dejan los tramos segmentados de misteriosas estructuras blancas. Y cuando el avión aterriza en el hielo y abre su enorme abdomen curvo, hombres y máquinas son depositados en el blanco polar, sobre la superficie helada del Mar de Ross, como si de algún modo ni uno ni otros hubiesen sido dueños de su destino. Elegimos cuando viajamos a destinos más prosaicos, elegimos los horarios y las compañías aéreas, elegimos este u otro itinerario en nuestra excursión de verano, pero al fin del mundo se llega, se cae, se te arroja después haber vagado, despojo de marea, entre aquellas otras elecciones cuando ya no quedaba otra cosa que elegir.

Werner Herzog nos dibuja la ruta, el mapa al fin del mundo que él coloca en el polo Sur, el lugar donde desaguan los meridianos, arrastrando consigo en su remolino a seres fronterizos de todo el mundo en el único punto donde esas líneas de latitud y longitud dejan de encarcelar el globo, donde desaparecen las cuadrículas, el punto cero. Y allí, habitan en el lugar donde no hay noche y se hace obligatorio soñar de día, soñar despierto, soñadores profesionales. Y uno de ellos se imagina caminando, durmiendo sobre el Iceberg B-15 a la deriva, y nota su respiración, el crujido del gigante bajo sus pies. Nos muestra el seguimiento de los hielos desde el satélite, y realmente lo que parece es un ecocardiograma de la tierra donde las masas heladas laten y verificamos las funciones vitales de los magníficos bloques blancos que se mueven como microorganismos juguetones o aminoácidos saltarines en el caldo primordial. El soñador del iceberg, se emboba mirando una foto de su B-15, nos lo muestra con orgullo como si fuese su pequeña criatura, su hogar, su lugar en el mundo y solo nos falta imaginarlo como a otro que vivía en otro B raya, arrancando las malas hierbas del baobab o mimando a una flor caprichosa.

La base de McMurdo es el ecosistema que recoge a los soñadores profesionales, agentes de bolsa convertidos en conductores de autobuses polares, lingüistas mutados en botánicos, filósofos ahora maquinistas de palas excavadoras… De nuevo todo se conecta y el filósofo nos cuenta como ya recién nacido le contaban historias de La Ilíada y La Odisea y de ahí surgió su pasión por el viaje a mundos espirituales y terrenos. Al fin, los aventureros, los descubridores no son más que lectores. Lectores de otros lenguajes escritos en la tierra y en el cielo, que silabean la tabla periódica u hojean las capas térmicas de las aguas. También se agachan, sobre el hielo inmaculado, tumbados en el suelo pegando su oreja a la superficie helada y desgranan el lenguaje de las focas en otro mundo bajo este mundo, un lenguaje que parece inorgánico, sobrecogedor en su extrañeza y su complejidad expresiva, y que no sabría definir de otro modo más que como el ruido que harían un puñado de electrones solitarios golpeándose en una caja cerrada de paredes de membrana de altavoz, mientras esquivan a pájaros metálicos que vuelan a cámara lenta.

En McMurdo se conserva la cabaña de Scott. En aquella carrera hacia el polo en los tiempos en que el hombre ocupaba los últimos vacíos de los mapas, fue el perdedor. Pero fue el único también que nos enseñó algo. Casi siempre aprendemos más de los perdedores. Entre otros factores que explican su catástrofe está el de que se negó a usar perros y eran los hombres quienes arrastraban el equipo. Consideraba inmoral sojuzgar a estos animales y no digamos el uso alimenticio que de ellos hizo Amundsen. Igualmente, incluso cuando ya estaban cercanos a la muerte, ni por un momento dejaron de recoger muestras geológicas. Al morir, en unas condiciones físicas deplorables, todavía portaban 14 kilos de muestras. Y con las rocas que arrastraron en su total declive físico, otro lector entendió el movimiento de las placas tectónicas de la tierra. Scott quiso comprender la naturaleza sin oprimirla. Hoy McMurdo lo pueblan cientos de científicos que en su quehacer cotidiano convierten el blanco impoluto de la nieve y el hielo en un barrizal de lodo negro y rocas basálticas herido por maquinaria pesada. Cuando observamos algo lo modificamos. Al estudiar cambiamos el objeto de estudio pero aún a pesar de ese principio de incertidumbre no podemos renunciar a leer, a entender, y algunos, biólogos marinos observan el crecimiento de microorganismos que son capaces de organizarse, seudópodos constructores de estructuras, con criterios puramente estéticos. Bajo el hielo, otra fauna maravillosa habita, monstruos a escala en un lugar donde los buzos exhalan burbujas de oxígeno que se ven aprisionadas en la cúpula helada, acariciándola, como si fuesen resbaladizos glóbulos de mercurio. ¿Qué nos dicen esas construcciones? ¿Qué les dirán a otros esas burbujas aprisionadas en el tiempo helado? ¿A qué lectores se dirigen? Y también hay vulcanólogos, leyendo en los gases y los estallidos del magma que quizá también empezaron como deshollinadores de cráteres en miniatura en asteroides imaginarios. Y un misántropo que estudia los pingüinos y nos muestra una de las imágenes más hermosas nunca vistas, al ejemplar solitario que da la espalda al mar y a la colonia y se dirige, irrefrenable, tenaz, insobornable, hacia el horizonte blanco desconocido de las montañas enormes, hacia lo que nosotros sabemos una muerte segura, quizá también un explorador, un lector solitario de su especie, un espíritu curioso, quizá un pobre enfermo desorientado, al que nosotros, que sin embargo podemos agujerear los hielos con dinamita, no debemos detener para no interferir en el orden natural. Podemos ensuciar pero no podemos curar. Y en McMurdo, otros desentrañan también los mensajes del cosmos a la caza de neutrinos, mensajeros invisibles del espacio que en cada instante, nos atraviesan, millones de ellos, sin dejar huella en nosotros, sin dejar memoria.

En McMurdo, en el verano sin noche, el filósofo que conduce la excavadora, citando a Alan Watts, nos habla del hombre como conciencia del universo. La creación entera adquiere conocimiento de si mismo por nuestra razón. "El individuo es una apertura a través de la cual toda la energía del universo toma conciencia de sí misma". Y para ello, se esfuerza en hablarnos cada día. Y nos habla en el lenguaje imposible de las focas, nos envía infinitos mensajes que nos atraviesan sin comprenderlos, pero persiste, y sigue, y continua, nos habla en los ladridos fantasmas de los perros que Scott no quiso sacrificar. Han tenido cachorros, otros ladran. Y se nos muestra en sus tesoros arqueológicos de esturiones congelados que aún conservan el escorzo y la expresión como sorprendida. Nos habla en erupciones y en formas, catedrales, esculturas, microscópicas que construyen las foraminíferas. El universo queriendo conocerse a través de nosotros como un ciego que guía a otro ciego como el último hablante de una lengua tratando de hacerse comprender, quizá gesticulando, quizá elevando su voz, sus infinitas posibilidades de creación de frases, palabras, canciones, neutrinos al aire de nuestros oídos sordos. Y si este es nuestro papel en esta tierra, por qué entonces caminamos torpemente, como pingüinos solitarios, aventureros al fracaso, descubridores de la nada blanca, quizá enfermos, desorientados, hacia las montañas, tan altas, tan frías, tan altas.

13.11.08

El hombre que creyó en la poesía

“Así se celebraron las honras de Héctor, el domador de caballos”.
Esta frase, tan desnuda de artificios, tan escueta, es el fin de La Ilíada, probablemente el texto más importante del mundo antiguo. Y al cerrarse así, casi como en falso, abre otras puertas que continúan en La Odisea, en Las Troyanas, en La Eneida, la Etiopide… Y es en estas nuevas construcciones en el aire sobre el polvo que levanta la Ílíada, donde nos enteramos de la destrucción de la ciudad, de la estratagema del caballo de madera, del talón de Aquiles, de la hybris desatada por parte de los vencedores, del castigo de los dioses; o de la muerte de Astianacte, arrojado desde una de las torres, ante la mirada de su madre que parte al cautiverio…
Pero la Ilíada no nos cuenta nada de esto. Finaliza ahí, tras las exequias de Patroclo y Héctor, con los ejércitos enfrentados y todo por decidir. Y sin embargo, o quizá por eso, esa frase…esa frase resonó en mi infancia como un eco: “Así se celebraron las honras de Héctor el domador de caballos….el domador de caballos….el domador de caballos”, evocando, emparentándose con otros héroes que cabalgan, agrandando su presencia mítica. Sí, cuantas veces imaginé, cuántas le puse rostro y paisaje. Y si de niño yo hubiese soñado con tener un niño, le hubiese llamado Héctor, el domador de caballos.

Muchos años antes, hubo otro niño, en el que esos versos ejercieron una fascinación casi fronteriza con la locura y cuya biografía también camina bordeando los límites de la leyenda y la realidad. Heinrich Schliemann escuchaba desde muy pequeño las historias que le contaba su padre sobre pasajes de la Ilíada y miraba una y otra vez, como hipnotizado, un grabado que representaba a Eneas huyendo de Troya en llamas. Aquellos muros ardiendo, las torres, el fin de una era y los héroes supervivientes esparciéndose por la tierra al exilio. Y pocos años después, cuando la pobreza le había obligado a dejar los estudios y a trabajar de dependiente, tuvo un encuentro que le terminaría de marcar para siempre. En su tienda, entró un molinero borracho, antiguo pastor protestante, y Heinrich recuerda esto:

...no había olvidado Homero, puesto que aquella noche en que entró en la tienda, nos recitó más de cien versos del poeta, observando la cadencia rítmica de los mismos. Aunque yo no comprendí ni una sílaba, el sonido melodioso de las palabras me causó una profunda impresión. Desde aquel momento nunca dejé de rogar a Dios que me concediera la gracia de poder aprender griego algún día.

Heinrich se juramentó para descubrir la localización de Troya, para sacar a la luz los restos donde habitaron los personajes de su fantasía. Sin otro sustento científico que los textos del poeta Homero y contra todos los criterios históricos y arqueológicos del momento, que la consideraban una invención literaria, como si alguien quisiese descubrir hoy la localización de Mordor o la Tierra Media.

E inició así un recorrido vital lleno de esfuerzos y penalidades, con el único objetivo de desentrañar la verdad de la poesía. Un inextinguible espíritu de aventura, una tenacidad insobornable puesta al servicio de dotar de forma física sus ensoñaciones. Amasó una de las fortunas más importantes de su tiempo sin importarle el dinero excepto como medio para su realizar su auténtica vocación y al fin, en 1871, en la colina de Hissarlik, sacó a la luz los estratos de nueve Troyas super puestas en sus sucesivos aconteceres históricos, y en la Troya VI: la Troya de Andrómaca, el prudente Néstor, de Menelao y Paris. Halló también un tesoro fabuloso, que su frenética imaginación desbordante atribuyó instantáneamente a Príamo, y una diadema de oro que por supuesto no podía ser más que de Helena. Los arqueólogos de entonces se quedaron espantados ante sus métodos y su absoluta falta de preparación. Sus excavaciones habían sido dictadas por una pulsión tan impetuosa y desesperada que destruyeron parte de los restos. De igual modo, propuso hipótesis aventuradas, incluso descabelladas, más basadas en su fértil fantasía poética que en ningún atisbo siquiera de razonamiento arqueológico. Pero el método poético de Schliemann todavía consiguió frutos aún mayores, y en su siguiente expedición, descubrió la civilización micénica y lo que él supuso nada menos la tumba y el palacio de Agamenón, su mítico rey.
Hoy, en la sala micénica del Museo Arqueológico de Atenas podemos contemplar objetos tan sorprendentes como el casco de cuero recubierto de dientes de jabalí que llevaba Odiseo, el escudo de Ayax hecho con siete pieles de buey o la copa de Néstor, adornada con clavos de oro y que tenía dos palomas en sus bordes. Toda una construcción mítica que solo habitaba en el espacio de los sueños tiene ahora su lugar en el mapa. La fe inconmovible en la belleza de un solo hombre, su convencimiento absoluto, indubitado, de la verdad, de la certeza de la poesía, convirtió en hecho histórico lo que no era más que una ficción literaria. Su búsqueda insensata, en las antípodas de cualquier análisis realista dotó de vida a dioses y héroes. Y ahora ya sabemos que todo el pueblo de Troya se sintió admirado ante la llegada de Helena, la mujer más hermosa del mundo, sabemos que los mirmidones no temían a la muerte, sabemos que Héctor se despidió para siempre de Andrómaca mientras el niño de ambos jugaba dulcemente con el penacho del casco de su padre y que sus restos fueron arrastrados luego por las arenas empapadas en sangre. Sabemos, que Aquiles tras matar a su hijo, tomó la mano del rey Príamo y ambos lloraron en silencio. Sabemos, que “con los ojos preñados de lágrimas, el cadáver del audaz Héctor, lo pusieron en lo alto de la pira, y le prendieron fuego. Mas, así que se descubrió la hija de la mañana, Eos de rosados dedos, se congregó el pueblo en torno de la pira del ilustre Héctor. Y cuando todos se hubieron reunido, apagaron con negro vino la parte de la pira a que la llama había alcanzado; y seguidamente los hermanos y los amigos, gimiendo y corriéndoles las lágrimas por las mejillas, recogieron los blancos huesos y los colocaron en una urna de oro, envueltos en fino velo de púrpura. Depositaron la urna en el hoyo, que cubrieron con muchas y grandes piedras, amontonaron la tierra y erigieron el túmulo. Habían puesto centinelas por todos lados, para vigilar si los aqueos, de hermosas grebas, los atacaban. Levantado el túmulo, volviéronse: y reunidos después en el palacio del rey Príamo, alumno de Zeus, celebraron el espléndido banquete fúnebre.
Así se celebraron las honras de Héctor, el domador de caballos.”

5.11.08

Micología


Noviembre trae otras luces de la mano. La lluvia emborrona el amarillo del haz de las farolas y hace tiritar los faros de los coches. Entristece aún más las paredes de hormigón, que se diluyen en grises taciturnos como una acuarela desleída. Cuando llega de nuevo el sol, aún conservan pedazos como de gris mojado y da la impresión de que el invierno hubiese dejado heridas imposibles de sanar, que no importa el tiempo que transcurra desde la última lluvia, la humedad se queda ahí, para siempre, oscureciendo, enfriando, como una especie de lesión incurable que nos deja la señal de la enfermedad en el rostro.

Pero la lluvia trae también la temporada de setas. Hace algunos años, con mi hermano encontré un prado enorme, en una ligera cuesta abajo, donde crecían centenares de lepiotas y champiñones. La visión de aquel campo es inolvidable, y jamás volvimos a hallar nada ni remotamente parecido con aquella miríada de manchas blancas sobre el verde. Estupefactos, lo convertimos en nuestra mina secreta, pero en pocos años el número descendió hasta convertirse en un prado como tantos otros, donde algunos días crecían y otros no. Yo culpé a dos caballos que pastaban allí, a otros saqueadores misteriosos, al cansancio de la tierra, a la mala suerte, inventé múltiples y alocadas explicaciones con mi ciencia demente, pero en realidad lo que había ocurrido es que las primeras veces no sabíamos. No cortamos las setas por el inicio del tallo, las arrancamos de cuajo, y así destruimos el micelio, las redes subterráneas que las unían y dejaron de crecer. Cuando me di cuenta de lo que había sucedido, ya no fue posible rectificarlo y me sentí como si hubiese participado en la destrucción de una obra milenaria, como si hubiese cometido un genocidio a escala microscópica añadiendo una nueva culpita a mi granja de culpas, donde alimentaba el recuerdo de la destrucción de un hormiguero, de burlarme de niños más indefensos que yo, de no querer pasear con mi abuelo, y otras que no puedo contar.

Pero con el tiempo me di cuenta que no había destruido nada en realidad. Que yo no tenía tanta importancia en el mundo. El micelio puede crecer a un ritmo de un milímetro por hora, podríamos verlo desarrollarse con nuestros ojos si lo mirásemos, pero no lo miramos, solo buscamos golosamente la ganancia inmediata que a veces nos regala. Claro que hubiese sido mejor no destruir aquellos enlaces ya creados, pero bajo nuestros pies, la vida invisible siguió bullendo, tomando nuevas direcciones, reconstruyendo algunos nodos, creando otros, expandiéndose sin necesitar de nuestra mirada.

Ahora creo que el mundo está colonizado por esas redes invisibles. A. me dijo el otro día “todo está conectado” y cuando encontré el blog de Raquel me vino a la cabeza aquel poema, “Correspondances” de Baudelaire, que descubría esa relación mágica entre los olores, los sonidos, los colores….la naturaleza entera, ese “templo de vivos pilares que dejan escapar palabras confusas”. Pero las conexiones solo son evidentes cuando sabemos mirar. Cuando nos admiramos del mundo, éste nos ofrece su plenitud efervescente. Un entomólogo es alguien que dejó de mirar el horizonte y se asombró de la enorme magnitud del universo de lo diminuto. Un fotógrafo es alguien que puede apagar a voluntad esa luz amarilla difuminada en hormigón mojado que alumbra nuestra vida cotidiana para prestar durante unos instantes el foco luminoso de su vista a un recuadro, un fragmento en el aire, de todo lo que en esos momentos podrían abarcar sus ojos y construir en la foto un nuevo universo. Y la fotografía estaba ahí, pero solo él la vio porque solo él quiso mirarla.

Entonces, cuando las setas desaparecieron, pensamos que aquel prado había dejado de tener valor, que era uno más de otros que tampoco visitábamos y por qué iba a ser este especial. Cuando dejamos de recibir el premio inmediato, nos giramos y le dimos la espalda al paisaje. En realidad lo único que revelamos así fue la mezquina limitación de nuestros intereses, lo obtuso de nuestra mirada glotona. Otros prados que conocimos también desaparecieron, nuestras minas fueron cerrando y al final, salir de casa a recoger setas no ofrecía la gratificación que deseábamos, así que para qué mojarse, para qué caminar sin sentido entre la hierba, para qué a veces calarse hasta los huesos, perseguir a Lunita cuando ladra a las vacas y luego en el coche deja en la tapicería las huellas de sus patitas manchadas de barro, para qué perderse y preguntarle a algún paisano que nos mira como si fuéramos imbéciles: “¿en qué aldea estamos?”, para qué meter el coche en zanjas, cruzarse con un conejo, con un zorro, ver las ardillas saltar de copa en copa, pisar las agujas de los pinos, descubrir a veces un corro de hadas de senderuelas, o esas colonias que crecen cespitosas en los tocones de los robles. Fantasear con las amanitas, con extraer su veneno para hacer pociones diabólicas que usaríamos contra nuestros enemigos imaginarios, jugar a clavar la navaja en el suelo, saltar un riachuelo y hundirse en el fango de la otra orilla, oler los champiñones, que huelen a anís, moldear un barquito deforme con la corteza de los pinos grandes, mirar los níqueles y musgos, por ahí está el norte, Alina lo leyó en la enciclopedia de los jóvenes castores, tener de nuevo, otra vez más, esa conversación con Larry: ¿qué sabríamos inventar si fuésemos a la prehistoria en un viaje en el tiempo? ¿Sabríamos hacer un molino, un horno, sabríamos hacer fuego, sabríamos hacer una catapulta? …para qué, para qué ya, y se está mejor en casa, hace frío, se está mejor sentado mirando el hormigón y su triste gama de grises mojados, el reflejo amarillento de la farola de la esquina moteado por la lluvia. Quizá el fumador de la ventana de enfrente salga de nuevo a fumar y mire hacia mi ventana para saber que hago, porque se aburre mirando el hormigón que tiene también frente a él. Y yo estaré en penumbra, ante la pantalla del ordenador que se estremece en su blanco mudo. Llueve, nadie habla hoy, las conexiones están ahí pero no las vemos. Hemos decidido no mirar. Hemos decidido que sean otros los que busquen, otros los que encuentren, otros los que se maravillen de los efectos mágicos del azar, otros los que se emocionen, entomólogos haciendo taxonomía de nuevos insectos, el universo se expande sobre y bajo nosotros, la vida estalla en lo grande y en lo diminuto. Tiembla la llama de la estufa y no sé que leer hoy, pero este sábado creo que iré a buscar setas ¿alguien se apunta?. Y entre tanto, al menos Obama ha ganado en Carson City.

President Carson City
John McCain (R) 43% 6,291 votos
Barack Obama (D) 52% 8,796 votos

30.10.08

Carson City


Ayer encendí de nuevo la luz que nace del frío, la llamita del gas. Fuera llovía intermitentemente o quizá no, estaba oscuro y la pared de enfrente siempre parece mojada. Estaba tan cansado que apenas oía la televisión, donde creo que un documental hablaba de un terremoto. Una familia entera celebraba un funeral en una iglesia. Con los primeros temblores no salieron a la calle si no que se refugiaron en la seguridad de su fe, pero la iglesia se derrumbó y los lapidó. El teléfono y el ordenador estaban mudos, llevaba una bufanda negra y uno de los pliegues se resbaló desde el cuello al esternón mientras tocaba la guitarra. Me sobresalté y pensé que era un pájaro negro que me salía del pecho. Deseé estar viendo una película en V.O. como otro noviembre pasado. Recordé la travesía, cada vez más larga e infructuosa, de los osos polares, y en la televisión anunciaron una ola de frío hasta el viernes. Encender la estufa por primera vez cambia las cosas. Uno dilata ese momento en lo posible porque una vez hecho, el invierno ya es inevitable, sin remedio. Por alguna razón pensé en Carson City. Dónde está Carson City. Qué hora es en Carson City, qué hay en Carson City, qué hacer en Carson City. Quise hacer una canción sobre alguien que está en su casa y empieza el invierno, y tiembla un poco el rojo oscuro del butano ardiendo, sin más llama que una primera llama, fuera hace frío y llueve intermitentemente y él piensa en Carson City.

Y averigüé que si tomas la carretera hacia el sur, la 395, llegas a Indian Hills. Y al norte está Dayton. Averigüé que en Carson City el transporte público se llama JAC. Y que hay un observatorio llamado Jack C. Davis desde el que miran las estrellas en Carson City. Y un lugar llamado Moonlight Bunny Ranch, el gazapillo de la luz de luna, que pensé que era un rancho, y el nombre me parecía precioso pero resultó ser un club nocturno y me decepcioné. Un establecimiento llamado Carson Custom Cycles al lado de Centennial Park y que la ciudad lleva el nombre del famoso “hombre de la frontera”, aventurero, descubridor, coronel en las llamadas guerras indias, Christopher “Kit” Carson de Madison, Kentucky. Hay también un museo del ferrocarril en Carson City y la primera línea se llamaba Virginia and Truckee Railroad y llegaba a las ciudades mineras de Virginia City, Silver City y también Gold Hill. Gold Hill que ahora es uno de esos pueblos históricos fantasmas donde paran los turistas.

Y pensando en ese alguien que busca información sobre una ciudad que no conoce, que ni siquiera sabía situar en el mapa, sin motivo alguno, encontré el blog de Raquel, que se llama “ecos del sonar”, violinista afincada en Madison, Wisconsin, que con su cámara de fotos, roba atenciones y gestos ensimismados, y no deja de admirarse, constantemente, cada día, como si asistiese a un fabuloso fenómeno sin fin, de los sutiles cambios de color del paisaje y de las plantas. Y con ella viajé a South Lake Tahoe y al “rincón de lo insospechado” de Woodford Station, y se lo agradecí, devolviéndole a su email el eco del sonar, y ella me devolvió el eco amplificado.

El que trataba de escribir una canción que hablaba de otro que hacía lo que él al tratar de escribirla, mise en abyme, encontró los relatos de otra música, a miles de kilómetros hacia el oeste, mujer de la frontera, llevando melodías a Bolivia, extasiándose por la naturaleza, por los colores de las flores, por los brotes de los árboles, que hablaba de cómo su alumna Grace de siete años compuso su primera melodía, y de “la importancia de vivir lo que vives y hacerlo significativo”. Y terminaba diciendo: “no podía ser de otra manera”. Y no puede ser de otra manera, y nos gustaría que la llama de la estufa de butano que apenas nos calienta, osos polares, perdidos en el inhóspito territorio polar, corriendo, corriendo hacia delante, parándonos a olisquear el aire, buscando los ecos del sonar de la costa, de otros osos, nos gustaría que esa llama no durase solo unos instantes y luego se transformase en un magma rojizo, si no que ardiese, y ardiese, y ardiese, recogiendo los tonos de las flores multicolores de Raquel, los brotes de las plantas, los atardeceres del lago Tahoe, la soledad de la calle principal de Carson City y los neones rojos del Cactus Jack´s Casino. Nos gustaría que de verdad brotasen pájaros del pecho y que la vida se viviese siempre en versión original. Y nos gustaría que hoy los astrónomos del Jack C. Davis tengan una noche clara y divisen, al menos ellos, las estrellas que a nosotros nos tapa la lluvia, intermitente en mi calle de pueblo fantasma que parece siempre mojada. Mientras, ya he apagado la estufa, oso polar cansado, y me voy a la cama, exactamente a las 18:39 h. hora local de la capital de Nevada, situada en los paralelos 39º 9´ 39" Norte y en el 119º 45´ 14" Oeste. Hora local de Carson City.


http://raquelparaiso.blogspot.com

28.10.08

Especuladores

Falseamos la realidad cuando la alejamos de la fantasía. La empequeñecemos y la disfrazamos cuando la ceñimos únicamente al mundo de los hechos, la convertimos en lo que no es. A veces, asustados ante el abismo de lo infinito, buscamos la solidez de lo posible, y concedemos solo patentes de verdad a lo visible y lo corpóreo. Ajustamos nuestros deseos a lo que valoramos como concreto, a lo que juzgamos como práctico. Somos realistas, decimos, y terminamos constriñendo el ámbito de lo real hasta convertir la vida en un simulacro tan pequeño que oprime. Pero la vida en realidad está hecha con el material del que se construyen los sueños, y a nuestro alrededor, las fronteras de lo terreno se expanden constantemente en sus lindes con lo ilusorio como las aguas dulces y saladas de un estuario.

En ese revoltijo constante entre la ficción y la realidad, fue el suicidio verídico del joven Karl Wilheim Jerusalem el que inspiró a Goethe el personaje de Werther. Y posteriormente la publicación del libro sería el desencadenante de una oleada de suicidios entre jóvenes románticos de la época. Lo real, necesitó de lo ficticio para existir, lo material, tuvo que transitar antes en los territorios de la fantasía para ser efectivamente real. Muchos años después, los sociólogos llamaron efecto Werther al carácter contagioso del suicidio mientras algunos historiadores pusieron en duda aquel aumento de muertes apasionadas del que no fueron capaces de recoger evidencias. Unos bautizaron fenómenos y otros lo devolvieron al terreno de la leyenda romántica. Al fin, todo se enmaraña en ese trasiego entre ambos mundos. Jóvenes ataviados con chaleco amarillo se quitaron la vida por desamor, o no; historiadores buscaron sus rastros en los registros, encontraron algunos y otros no, para algunos un hecho, para otros, leyenda; pintores dibujaron el drama de Werther, aprendices en museos copiaron sus cuadros, otros se perdieron, se quemaron, las cenizas fueron de verdad pero se volatilizaron en el aire; poetas escribieron sobre ello, otros los leímos, tocamos esas páginas de árboles talados. Napoleón afirmaba haber leído siete veces el libro. ¿Era verdad? Pero Napoleón sí existió. ¿Y existió sin su fantasía? En las guías turísticas de Wetzlar aparecía la tumba del infortunado Jerusalem y otros, aquí y allá, muriendo, o deseando morir, o suspirando por tener el valor para morir, por amor. Por lo intangible. O no.

Mucho antes, a mediados del siglo XII, el obispo Hugo nos dejó la primera prueba escrita de la existencia del reino del Preste Juan. Posiblemente no lo inventó sino que recogió una creencia muy difundida entonces. La existencia de un poderosísimo reino cristiano en el extremo oriente animó a los reyes cristianos a realizar la Segunda Cruzada, esperando la llegada de un misterioso ejército que avanzaría desde el este y que nunca llegó. Conrado III y Luis VII fueron derrotados ante Damasco y Saladino tomó Jerusalén. Otros hombres murieron, territorios cambiaron de rey, de leyes, de oraciones, el Santo Sepulcro, símbolo de la fe de millones de personas cayó en manos enemigas. La fe, eso incorpóreo, eso invisible. Y cuando mayor era la desesperación y la derrota, en 1165, apareció una carta, falsificada, ilusoria, posiblemente escrita por Federico Barbarroja, en la que el Preste Juan se presentaba y daba noticias de su reino. De su reino donde abundaban la leche y la miel, lleno de esmeraldas, zafiros, topacios, ónices y berilios. Donde los vestidos se hilan con piel de salamandra, y se lavan arrojándolos al fuego de donde salen frescos y limpios. Lechos de zafiro, mesas de esmeralda donde comen treinta mil comensales, siete reyes, sesenta y dos duques, trescientos sesenta y cinco condes…. Noticias de un lugar fabuloso que finalizaba “si podéis contar las estrellas del cielo y las arenas del mar, podéis juzgar por ellas la vastedad de nuestro reino y poder”.

Y de nuevo, la carta del Preste Juan fue la inspiración que llevó a Barbarroja, Ricardo Corazón de León y Felipe Augusto a una nueva derrota en Jerusalén en la Tercera Cruzada, donde otros hombres murieron, buscando en vano las nubes de polvo que vendrían de Oriente. Ricardo, cuya existencia real sería el germen de otras sagas fantásticas, de relatos artúricos que movieron a otros hombres, reales, a búsquedas descabelladas, y que partió de su patria animado por la fantasía. El combustible del ensueño desencadenó la historia y esta, desencadenó a su vez la leyenda. Sin embargo, la carta del Preste Juan tuvo otros efectos. Se hicieron miles de copias, en latín y en todas las lenguas vernáculas de Europa y se convirtió en la obra literaria más popular de aquellos tiempos. Pasando de mano en mano por copistas y traductores la carta se complicó y distorsionó hasta convertirse en el compendio de todos los mitos, maravillas y fábulas de la Edad Media. En el reino del Preste Juan habitaban hormigas gigantes cubiertas con piel de pantera, alas de saltamontes y colmillos de jabalíes que hundiéndose en la tierra desenterraban montañas de oro, hombres astados con un solo ojo, caníbales, dragones de siete cabezas, serpientes cuyos ojos brillaban como lámparas. En el reino del Preste Juan estaba la fuente la eterna juventud y también un espejo encantado donde se refleja el mundo entero, sobre una torre de trece pisos frente al palacio del rey.

Más adelante, llegaron nuevas noticias fidedignas del Preste Juan. Destrozada la Quinta Cruzada, en 1221, Jacques de Vitry escribió al papa sobre un nuevo soberano que avanzaba al frente de un ejército sin par. Pero resultó ser Gengis Khan, y Marco Polo encontraría pruebas luego en su camino a Catay de que Preste Juan había sido derrotado por la Horda de Oro. Otros testimonios similares llenaron Europa de desconsuelo, sin embargo, el mito sobrevivió y cincuenta años después, su rastró volvió a aparecer, esta vez en África, En Etiopía, en Negrolandia, en la Terra Incognita, y sería la búsqueda de su reino fantástico uno de los motivos que impulsaría a Enrique el Navegante a crear en Sagres la Escuela de Navegación donde reunió a los mejores cartógrafos, astrónomos, matemáticos, pilotos, capitanes de nave, fabricantes de instrumentos náuticos de todo el mundo conocido, para que en su biblioteca se acumulasen las cartas náuticas, los libros de viaje, los mapas….los documentos con los que el hombre quería explicar y conocer el mundo real, a la búsqueda de lo imaginario. Y aunque tras el Cabo Bojador está el Mar Tenebroso y los cielos vomitan fuego líquido y las aguas hierven, las rocas tienen forma de serpiente, las islas acechan con rostro de ogro, monstruos marinos devoran las naves y el mar es oscuro. Enrique pidió a sus navegantes que doblasen ese Cabo, que lo cruzasen, siempre hacia el este, siempre hacia el sur. Y los navegantes portugueses expandieron el mundo físico, agrandaron los mapas, se inventó la carabela, se comerció con materiales exóticos y el 8 de agosto de 1441 se desarrolló tristemente el primer mercado de esclavos, donde las víctimas, los negros, desaparecían en Europa para jamás volver y alimentaron la leyenda en Africa de que los blancos éramos antropófagos. Siempre la leyenda. Las historias del Preste Juan iniciaron el género llamado “relato especular”, donde un relato tiene dentro de sí otro, como en el juego de espejos que reflejan su reflejo, lo que también se llamó “Mise en abyme”, matrioskas rusas, teatro en el teatro, ficción en la ficción, que no sin sentido se traduce como “puesta en abismo”, mirar al abismo de lo ilusorio para entender la verdad del mundo. Especular, que es relativo al espejo, pero que al tiempo significa perderse en hipótesis sin base real, y también comerciar, traficar, procurar provecho. Especular, reflexionar con hondura, perderse en sutilezas, fantasear, imaginar, recrear, inventar…porque así adquirimos ganancias, beneficios, aquellos que somos especuladores.

Al morir en 1460 Enrique el Navegante, de los cinco objetivos que se había marcado cuando inició su aventura exploratoria, había logrado cuatro. Solo le faltó encontrar el reino del Preste Juan. Porque los sueños no siempre se alcanzan, no siempre se logran como los imaginamos, pero a pesar de ello, son el aliento que hace que se mueva el mundo, son los que nos abren los ojos a las nuevas tierras, a los territorios lejanos, los que nos hacen desear morirnos de amor, los que expanden nuestros mapas, los que llenan nuestro espíritu, nuestra alma, del valor suficiente para ver que se esconde detrás del Cabo, y atrevernos a cruzar el Mar Tenebroso.

20.10.08

Cuenta Atrás


La ciudad que amo tanto, tanto, tanto, tanto, nos reconcilió con el teatro, y en otro ring asistimos a la debacle de Urtain, transmutado en un Roberto Álamo inhumano que nos hizo entender lo maravilloso, lo tremendamente hermoso que es ser actor. Sin conocerle, a alguien capaz de trabajar un papel así, de conmocionar así, de hacer lo que hizo por nosotros, por la Verdad, se le podría perdonar casi todo. O todo. ¿Qué clase de corazón puede tener una persona capaz de regalarnos ese sentimiento? Sin conocerle solo cabe amarle. Esa noche, asalto tras asalto, en una cuenta atrás contraria, reconstruimos la vida de derrota del boxeador desde la muerte al nacimiento. Y quizá que el primer cuadro fuera su suicidio lo convirtió todo en mucho más desesperanzado, cruel e inevitable. Cuando releemos podemos soñar con que esta vez Héctor venza a Aquiles, y aunque sepamos que las páginas no se reescribirán, en cada ocasión, mientras avanzamos llevados de la mano de la narración, de nuevo todo puede ocurrir, de nuevo la historia se reescribe en nuestra imaginación. Y siempre termina igual, sí, pero siempre se reescribió de nuevo. Sin embargo, aquí la muerte aparecía como el primer ladrillo que construía una vida de miseria y tristeza infinita. Condenado desde el día en que fue engendrado. Y entre tantas escenas de enorme emoción, le vimos temblar como una marioneta con sus músculos enloquecidos tiritando mientras a su alrededor, el corifeo de aduladores le cantaban “yo te amo con mi carne y con mi alma…yo te amo a puro grito y en silencio..yo te amo de una forma sobrehumana..yo te amo..te amo tanto..te amo tanto…” Y Urtain, buscando a su alrededor constantemente ese amor nunca encontrado se repetía una y otra vez “¿Qué he hecho yo para que todo lo que hago sea tan sucio? ¿Qué he hecho yo para que todo lo que hago sea tan sucio?”.

Almas que jamás encuentran la luz. Nosotros en nuestra cuenta atrás si la tuvimos, y como siempre fue la música la que nos iluminó. En su primera canción, Jason Ringenberg tuvo un problema con la amplificación y comenzó a cantarla al natural mientras se solucionaba. El silencio era sobrecogedor, no tintineaba ni un hielo mientras rasgaba su guitarra al aire y de repente desde arriba se escuchó una segunda voz dulcísima, angélica, y en lo alto, desde el mirador reservado que tiene la sala El Sol, Stacey Earle ayudó y acompañó a su compañero, los dos elevando sus voces sin artificios al cielo de humo azul y focos descascarillados. Más tarde, con Mark Stuart, nos desgranaron su música, tan hermosa, tan sin artificios, y al tiempo esas miradas cómplices de amor, de amor absoluto, el mismo que le faltó a Urtain, el mismo por el que todos suspiramos, con arpegios de guitarra que parecían el sonido de una caja de música y sus voces conjuntándose tan armónicas, a veces como si nos cantaran nanas al oído. Y al fin, los tres, enseñándonos lo que es la amistad, el respeto entre músicos, abriéndose literalmente el pecho Stacey para mostrar una camiseta de Obama, entonando ese salmo que dice que vendrá la luz, que cesará la oscuridad y la noche, que encontraremos guía los que vagamos con nuestra alma llena de pecados, sin objetivos, a traernos la felicidad. La felicidad que estaba desde principio donde debía, en el amor, donde no cabe lo sucio, y días antes la bailarina Caterina Varela
se arrastraba por el suelo en la piedra húmeda interponiéndose entre éste y Alexis Fernández, colocando sus manos y su pelo donde él pondría sus pasos, como una sombra que se anticipa, y él hollaba con sus pies desnudos esas palmas mullidas con su cabello rubio y así es el amor, y por eso le guardamos eterno agradecimiento a los actores que nos hacen llorar, a los bailarines que nos cortan la respiración, a los músicos que elevan nuestras voces hacia el cielo, hacia la luz, para que nuestra cuenta atrás se inicie en el renacimiento diario y cuando digamos te amo, te amo con mi carne y con mi alma…yo te amo a puro grito y en silencio..yo te amo de una forma sobrehumana..yo te amo..te amo tanto..te amo tanto…sea verdad, y nuestra voz suene desde lo más profundo del sentimiento arrancado, para que nunca más, nunca más, volvamos a pronunciar ¿Qué he hecho yo para que todo lo que hago sea tan sucio? ¿Qué he hecho yo para que todo lo que hago sea tan sucio?

5.10.08

Reyes del KO

Desde hacía quince días flotaba su amenaza en el aire. Venían hacia aquí y algunos los esperábamos como los isleños aguardan los huracanes del fin del verano. Llegará el miércoles, estad preparados. Pero nosotros rezábamos para que su fuerza se multiplicara al cruzar los mares del norte. Rezábamos para que pudiesen desencadenar sin trabas todo su poder destructivo, para que arrasase nuestras puertas y ventanas al mundo, para que hiciese volar por los aires nuestros jardincillos y setos cuadriculados. Destruirlo todo, demolerlo todo y que nos dejase desnudos, tatuados con el barro y la lluvia, moviéndonos como marionetas en el viento de su tormenta enfurecida. Que lleguen y lo barran todo. Unos necesitan reflexión, otros necesitamos golpes, y anhelando los golpes para convertirnos en boxeadores sonados, rezando por la voladura incontrolada, llegaron los Backyard Babies. Para asolarlo todo, para joderlo todo

Y cuando el huracán sónico pasó, dejándonos atónitos, despojándonos de todo lo inútil, éramos más nosotros mismos, nos excitaba más vivir. Los supervivientes del estallido nos levantamos de aquel suelo negro y ya éramos otros hombres. Dejamos de caminar, para saltar, de hablar para aullar, de temblar para latir, con el corazón golpeándonos como el timbal base, como el bajo, bum, bum, bum, toma ostia, bum, bum, bum, vive, bum, bum, goza, bum, bum, expón tu piel al viento que castiga con su guante de cuero, quédate sin palabras, di, “joder, joder, joder, ha sido la ostia”, Bum, Bum. Bum. Salimos a Vigo y Andrea quería un cartel del concierto. Lo arrancamos pero era casi más grande que ella. ¿Dejarlo? Llévatelo Andrea, nunca se sabe como termina la noche. Durante el concierto dos chicas punks se extasiaban con Dregen, y cuanto más él escupía, sudaba, exudaba por todos los poros quien sabe qué ponzoñas, quien sabe que tóxicos, ellas más le amaban. Y cuánto más cerca estaba él de su pérdida absoluta de consciencia, más cerca de la muerte, del éxtasis, de la desaparición, enviándonos las llamaradas de su explosión descontrolada, más ellas querían tocarle, lamerle, arañarle, devorarle. Te voy a hacer padre, Dregen, te voy a hacer padre. Y casi al final, desde el escenario alguien señaló a una de ellas y le dijo “you´re beautiful”.

Esa noche Vigo era como la ciudad devastada, desierta, por la que solo caminábamos los despojos del huracán, los insomnes. Al rato en una Iguana semi vacía aparecieron las punkis. Habían raptado al bajista de Bullet, otra banda acedeciana, honestos, ilusionados, transmitiendo alegría mientras se comprometían en la misma labor de aniquilación por la distorsión. Y Adam, cayó entre músicos, entre tipos apasionados con los que compartió copas, que le regalaron su disco, que le dieron las gracias, por tocar, por estar ahí, por darnos ese Bum, bum, bum. Alguien sería padre esa noche. Descubrimos que Backyard Babies estaban en un callejón oscuro, hogar de yonquis y grafiteros y llevamos hasta allí a Andrea remolcando su cartel enorme. No importa cuanto pesen nuestras ilusiones, arrastrémoslas con nosotros. Sí, era más cómodo ir con las manos en los bolsillos vacíos pero el que soporta el peso quizá reciba su premio. Y Andrea obtuvo el suyo, cuando salió Dregen, entonces tan pequeño, tan amable, envuelto en su batín de boxeador cansado, sonriéndonos a todos, agradeciendo otro disco y firmándole a ella su trofeo. Horas más tarde, en la autopista Alberto narraba como había hablado con él, qué le había dicho, nos lo contaba a nosotros mismos, que estábamos allí. Relataba en voz alta para nosotros nuestra propia historia. “Entonces le dije a Jorge, Eh! Jorge! Ahí está Dregen, y Jorge me dijo…..”. Y en la radio sonaban “Los del Gas”, tocando “Pégame a mí”, y cantaba El Drogas de Barricada. No era lo mismo, pero en otras partes, otros, como podían, como mejor sabían, como mejor sentían, seguían golpeando para nosotros, Bum, Bum, Bum.

Al día siguiente, apenas sin dormir, sonó el teléfono de Josemi y alguien le anunció una nueva tormenta que también venía del norte. Los Reyes del K.O. daban un concierto sorpresa en el Malas Pécoras. Y allí volvimos, al cuadrilátero de la música, a recibir más golpes en el alma, a encontrarnos otra vez con Marcos y Adrián, protagonistas de algunas de nuestras bandas sonoras más caóticas, de las noches de blues, en Santiago DC cuando había blues, cuando todos bullíamos, cuando cada noche, cualquier noche, podía ser una reunión de golpeadores y golpeados, en el Bum, Bum, Bum. Allí apareció ese enorme blues man que es Xulián Freire, siempre en pie, siempre sobre la lona, con otros proyectos, otros músicos, otras bandas, y apareció Fran Pérez, (NARF) al que tanto admiramos desde siempre, desde que también nosotros empezamos a golpear y a ser golpeados, cuando mirábamos a Carlos Santiago extasiados y queríamos ser como él, cuando gritábamos por la calle “No me gusta señora que me digan lo que debo hacer” y no estaba Alberto entonces para recoger nuestra propia historia pero sí estoy yo ahora para contarla. Y allí, de nuevo, en un bar estrecho donde el humo nos hacía casi llorar, donde las chicas intentaban bailar en la primera fila, allí estaban de nuevo, Los Reyes del KO, los que han luchado por su pasión hasta la extenuación, los que no podían pagar el alquiler, no tenían que comer, los que vagaban con su guitarra, su armónica y su sonrisa perenne, los que se arriesgaron, se lo jugaron todo, los que ahora frecuentan a algunos de los mejores músicos del mundo, con el mismo equipaje que entonces, el hambre, su latido, Bum, Bum, su púa, su saliva, su aliento, su brillo en los ojos.

A mi derecha dos amigos se encontraron. Ambos se relataron su noche anterior, a los dos les habían pegado. Uno insultó a un hippy “pero me pegó poco”. Otro acabó de copas con el chico con el que se había peleado, después de hablar corazón con corazón muchísimo tiempo. Dijo: “Al final, pelearse viene a ser algo súper íntimo, como hacer el amor”. A mi izquierda estaban mi hermano y Fran, que se había alegrado mucho al recibir, también él, nuestro disco, que regalamos a los que nos emocionan, lo poco que sabemos, lo poco que tenemos, es vuestro, tomad, que nos habéis dado tanto. A Fran le brilló la cara, de verdad, y nos había dicho, “joder, seguís ahí, seguís ahí, como campeones”. Y mientras Adrián nos emocionaba hasta el tuétano, nos dejaba sin palabras, golpeados, temblando, con “Young boy blues” (quiero llorar cuando oigo su nombre. Si lloro me siento avergonzado, así que dejo que el orgullo sea mi guía, guardo dentro las lágrimas, y cada noche es como mil años), Fran se encontró, con otro superviviente, de Os Quinindiolas. Y le oí decirle lo que valoraba estar, lo que valoraba continuar, seguir, seguir, mira a esos dos en el escenario, les conozco desde antes de que les cambiara la voz y mira, decía, qué músicos tan enormes, y yo, que también llevo mis años en esto, me sigo emocionando cuando los veo ahí, con esa ilusión, con esa fuerza, después de momentos malos, peores, y siguen, no imaginas lo que yo respeto eso, lo que lo valoro. Mientras, Marcos descansaba en la barra después de haberse fundido de nuevo con su armónica, que es capaz de evocar todos los sentimientos en su boca y Adrián, que no sabe cantar sin sonreír, seguía diciéndonos: “cuando beso a alguien nuevo, me hago creer que te beso a ti…..no saber a dónde ir, no saber qué hacer, estoy tan perdido y solitario porque te he perdido a ti…”, rey del KO, venciendo algunos asaltos, siendo derrotado en otros, levantándose cuando le derriban, para seguir recibiendo él su paliza cuando escucha a otros, cuando se emociona con otros, golpeándonos en lo más hondo a nosotros, que aspiramos a golpear a otros, a trasladar a otros corazones y otras pieles las emociones, la alegría de vivir, la electricidad, la excitación de estar ahí, que algún día le diremos a una punk emocionada “You´re beautiful”, y lo merecerá, por estar ahí, gritando, latiendo, Bum, Bum, Bum, para que otros puedan latir al tocar, al cantar, al tocar el bajo, como Larry, que también latía allí, y que llevaba latiendo tantos años, Bum, Bum, Bum, en la pelea de cada día, que nos une a todos en el intercambio de derrotas y victorias, golpes, sudor, saliva, los guantes de cuero en la piel, no, jamás nos bajaremos del cuadrilátero, jamás dejaremos de pulular por los bares del rock, por el Malas Pécoras, por el Piraña, con Isa y Emma, con Adolfo, por los escenarios, arriba, abajo, donde están las ostias, donde se desencadenan las tormentas, sí, llevaremos arrastrando con nosotros los carteles con las fotos de los que amamos, nuestro equipaje de sueños, más grande que nosotros mismos, cansados, en nuestro batín de boxeador sonado que no quiere bajarse del ring, jamás, no sin mi chupa, no sin mis botas, no sin mi guitarra, no sin mi corazón, no sin la música, donde pelear es como hacer el amor, Bum, Bum, Bum, reyes del KO.


http://www.losreyesdelko.com
http://www.psicofonica.com/narf.html

30.9.08

Animales Artificiales

Estamos solos también viviendo la emoción. Y esta tarde, ante “Animales Artificiales” de Matarile Teatro, cada uno de los espectadores éramos islotes golpeados por distintos grados de oleaje. La luna ejerce su fuerza gravitatoria en las masas del mar más cercanas a su órbita, y al acercar éstas, hay otras, en el hemisferio contrario, que se alejan. El mar se mueve… porque no es tierra, porque no está anclado… porque es mar. En hemisferios sentimentales contrarios estábamos esta vez X. y yo, ella aburrida y yo fascinado, yo mirando el escenario y ella observando fascinada los efectos de mi mirada en mi rostro que bullía. Otras veces soy yo el que miro el reflejo de la emoción en el suyo que baila. Y parece que en todo este océano enorme, al rodearnos del agua del sentimiento, nos aislamos del contacto de las otras pieles, de los otros hombres. Sabíamos que estábamos solos en la angustia y el daño. Sabíamos que estábamos solos en el miedo a la muerte y en la culpa. Sabíamos que estábamos solos en el abandono y el dolor, pero no imaginábamos estar solos también en el goce, en el disfrute de lo hermoso, en la felicidad, en el placer.

Y abajo, en una de las escenas más sobrecogedoras que he visto nunca, dos actores se buscaban girando sobre si mismos hasta encontrarse y enroscarse, fundirse, siameses agitándose, acoplándose, bullendo también en dos individualidades que apenas coinciden durante unos instantes breves, para separarse de nuevo en el basto espacio rojo y negro. En el territorio donde otras dos actrices, parecían hundirse, deformarse, empequeñecerse, ser absorbidas por sus sillones, mientras miraban y no veían, y las paredes negras del teatro desnudo rompían todas sus fronteras esfumadas en el llanto cansado de la tuba. Mirar y no ver, mirar y no ver, y otra actriz intentó hablar y no pudo, y no sabemos por qué decimos las cosas, para qué hablamos, para qué escribimos, para entendernos, para que nos entiendan, para que nos oigan, para que alguien hable y otro escuche, una marea suba y otra baje, y aquí es de noche, pero para ella es de día al otro lado del planeta, alguien solo hablando, alguien solo escuchando al que habla solo.

Y al fin, lo que realmente perturba es la impresionante humanidad del teatro de Matarile, con esas personas que dudan, que temen, que se exponen, que reflexionan en voz alta sin saber muy bien a veces a donde les lleva el razonamiento ni para qué razonan, que se encuentran unos a otros a veces, en cortos episodios de comunicación impostada, espejismo de compañía, de compartir, pero donde uno explica y otro aprende, uno acaricia y otro recibe el calor de su mano, un plato de la balanza sube y otro baja. Seres humanos que vivimos solos, bailamos solos, cantamos solos, reflexionamos solos, e incluso a la hora de morir, como dice Ana Vallés, millones de nuestras células siguen todavía trabajando para un cuerpo que ya no necesita de su esfuerzo, sin saberlo, sin mirarse unas a otras, sin hablarse, batallando ciegas, mudas, para un organismo muerto.

23.9.08

Locos

Todas las noches, después de terminar su trabajo en la peluquería, C. barre el cabello del suelo, recoge los tintes, el papel de plata, pone a lavar los mandiles y desinfecta tijeras y peines. Ordena las revistas del corazón, apaga todas las luces, cruza a oscuras la sala de espera sin tropezar con la mesita, sola, todas se han ido ya, y antes de salir a la calle de su barrio de extrarradio, casi siempre desierta, mira quizá a un coche que pasa, salpicando en los charcos de la noche de invierno y C. se pregunta quien viaja en él, a donde va, si tiene familia, si huye de su casa, si es un aventurero, si es un capitán de barco, si es un intérprete de lenguas misteriosas.

C. toma el metro y vuelve a casa atravesando el subsuelo como una hormiguita más, y algunas de esas noches, C. se disfraza. Para sí misma, en su piso de alquiler, bajo la luz amarilla, frente a un espejo que la hace un poco gorda, C. se transforma en duquesa, en vampira, en prostituta, en mendiga, en enfermera de guerra, ensaya las poses, la forma de andar, se saca fotografías que luego pegará en un álbum, en otro álbum, tiene tantos..., enciende un cigarro, se mesa la peluca rubia, tiene el rimel corrido, el pintalabios le ha desfigurado los labios en una mueca de dolor infinito. Ha llorado mucho. Por ninguna razón especial, solo porque su personaje estaba triste esa noche, había muerto el boxeador de tercera al que amaba; starlette fracasada, no había conseguido el papel; bailarina de antro tenía un esguince, no podría trabajar, no podría mandar dinero a sus padres, enfermos, oh, el pobre timmy, minusválido….. C. llora un rato, aprieta con el puño cerrado el cubrecama de ganchillo herencia de la abuela y luego apaga el cigarro y llama a alguien porque le apetece conversar sin más, de nada en especial, de lo que surja cuando se encadenen las palabras.

C. respira en lo extraño, escucha música, ve películas, que nosotros desconocíamos. Nos sorprende averiguarlo, ella se guarda esas cosas para su mundo propio, sin exhibirlas. Hace de lo extravagante algo rutinario. La escuchamos hablar de oscuras manifestaciones culturales con la misma normalidad cotidiana con las que teoriza sobre la vida de las estrellas del pop. No cree estar navegando en un barco de locos, se asombra de que tú no lo conozcas y es generosa, te baña entonces en libros, en discos, en vídeos. Te hace recopilaciones de música, estudia el orden, piensa en tu personalidad, en qué sentirás. Te pregunta cosas raras. “¿a qué hora escucharás la recopilación?” Y tú contestas: “no sé, ¿qué importancia tiene?” Y ella te mira como si mirase a un pobre tontuelo y piensa: “claro que tiene importancia, si estás cansado, si hace frío, si amanece un día precioso, si va a anochecer, si has leído un libro antes, si tenías hambre, si has visto una flor, si volaba un pájaro…todo tiene importancia”. Y al fin te graba decenas de recopilaciones, con las mismas canciones, siguiendo distintos órdenes para adaptarse a ti, aunque tú no comprendas esa lógica, para crear el momento musical perfecto si viste o no esa flor, si volaba o no ese pájaro.

Y hace muchas más cosas como ésta cada día, sin apabullar, con una naturalidad casi infantil. Se acerca a hablar con desconocidos, te pregunta: “¿puedo llamar a tu madre por teléfono? Es que quiero preguntarle una cosa de cuando eras pequeño”. Baila, empieza siempre increíbles proyectos que nunca llegan a nacer, o a veces sí, o siempre, o no se sabe, se enardece en guerras e ideas insensatas, y parece que todo tiene como un aire de aventura a su lado, que los tonos del mundo adquieren otros colores. Algo puede suceder, hay una promesa de magia en el aire. Y cuando se queda un rato meditando en silencio, con la mirada perdida en algún punto, todos deseamos saber qué va a decir, en qué piensa, como el público expectante ante un telón cerrado. Y quizá solo dice: “huuum. No hace calor”. Y no sabemos por qué, esa frase banal nos parecerá divertida, única, y le diremos: “¿llevas diez minutos pensando en eso?”. Y nos mirará otra vez como si fuéramos tontos y dirá: “claro que no”. Y haga lo que haga, no nos sentiremos nunca decepcionados, la tensión permanecerá viva, quizá ahora no lo ha dicho, pero lo dirá luego, dirá algo nuevo, algo que no sabíamos, me hará reír, dios mío, con lo difícil que es que nos hagan reír, me hará perder la paciencia, se portará como una niña, imitará a actores por la calle y me sentiré ridículo, hablará a voces en el tren sobre cosas absolutamente desequilibradas y yo miraré con timidez a mi alrededor……Sí, el día será menos gris.

Hasta que un día descubro que C. se ha enamorado de mí apasionadamente, como siempre hace todo, y hacemos el amor, apasionadamente, como siempre hace todo. Y esa noche, apenas unas horas después, bajo su cubrecama de ganchillo, C. nota ya como la vida empieza a formarse en su vientre, como la recorre en oleadas. Todo cambia y sabe que será madre. Se disfraza de madre en la cama, se acaricia el ombligo. No ha amanecido y ya le han crecido los pechos, o no, “no estaban así ayer” se dice. Se mira al espejo, qué hermosos, qué espléndidos, que río maravilloso es la maternidad, siente nauseas, todos los síntomas se agolpan……y C. llama, sin esperar, a su familia, les habla de su niño, de mí, e inicia de nuevo la rueda de revelaciones, discusiones, decisiones, previsiones, todas basadas en castillos en el aire, en su fantasía desatada, que hace que la llame loca, loca, más que loca, con esto no se juega, loca.

Y la loca vive su maternidad durante unos días, quien sabe qué vastedad imagina, la he dejado sola, será madre soltera, no importa, una heroína, se enfrentará al mundo con su bebé, ella le educará, ya piensa en los viajes que harán, qué cuentos le leerá, que ropa le comprará. Hasta que la realidad aborta de nuevo su sueño, no había nada dentro, deseándolo no ha conseguido crearlo, aunque yo llegué a pensar que sí podría, que su sueño germinaría solo con su voluntad. Y vuelve a llorar, a corrérsele el rimel, sola, sobre el cubrecama, con su pintalabios arrastrado por la cara, con su mueca de dolor, porque ha perdido a su niño, a su bebé. Y ya no quiero saber nada de la loca que me coloreaba el mundo. Ha ido demasiado lejos. Esto no es bailar por la calle. Quiero una locura normal, controlada.

Entonces huyo, y vuelvo con las personas no locas, y claro que me río, y claro que me divierto, y claro que aprendo cosas nuevas….pero falta algo, falta esa amenaza de que en algún momento se abran las puertas de la fantasía y la fábula, de que algo me remueva el corazón como nunca me lo removieron. Me regalan cosas, pero no eran los regalos que me hacía la loca. Oh, si, son muy bonitos estos, pero donde están las previsiones de pájaros, de hambre, de si has visto una flor. Dónde esta aquel momento que construyó para mí, solo para mí, que era único, pensado hasta el ínfimo detalle solo para mí, yo, único, este yo, para nadie más en el mundo, por el que si hubiese amado a aquella loca, si hubiese estado a su altura, le hubiese dicho con lágrimas en los ojos: “solo por momentos como este, por muy mal que vayan las cosas en un futuro, lo recordaré, y jamás podré dejar de amarte”. Y quizá la habría mentido, como me mintieron a mí cuando me lo dijeron. Donde están esos instantes que me daba con tanta generosidad, ¿cuánto reía entonces y cuánto río ahora?

Y al fin, yo me quedo con la impresión de que esos locos no son más que los fedatarios de nuestra invalidez, el espejo invertido donde nosotros, los seres domesticados, nos vemos tal cual seríamos si no hubiésemos convertido nuestro corazón en un reformatorio donde enmudecemos a nuestros monstruos, a nuestros delirios, sueños y deseos, mientras que ellos liberan los suyos y vagan por la noche salvaje, aullando a los satélites. Y tantas veces les hacen daño, les hacemos daño, y tantas veces sufren, pobres locos, con esa vida que no está nunca a la altura de su imaginación desbordada, de la aventura, del desorden, del caos en el amor, del caos en la piel. Quién me amará como la loca, quién llorará por mí como la loca, por qué he dejado que el miedo ennegrezca mi vida, por qué se ha abierto el telón para siempre y en el escenario no había nada, o ya había visto la obra, o ya puedo prever el final. Y ahora los coches pasan y no me pregunto quién viaja dentro, y solo puedo ya imaginarme en la distancia a la loca, de qué se ha disfrazado hoy, a qué juega esta noche, de quién se ha enamorado, qué cosas ha descubierto en su búsqueda incesante de lo fantástico, porque ella continuará viviendo, viviendo, viviendo cada instante con pasión, y yo ya no. Y a quién hará reír. No a mí. No a mí. Ya nunca más. Ahora son otras risas. Son distintas, más aburridas, más pesadas. Dios mío, cómo era su risa de loca, como la música, lo llenaba todo. Y qué pensará esta noche cuando esté sola, barriendo el cabello, ordenando las revistas del corazón, cuando cierre la peluquería y mire al cielo, qué verá en las estrellas, qué le dice el firmamento al oído en el lenguaje de las estrellas que solo entienden los locos, que yo no escucho, pobre de mí, pobre de mí que fui tan necio que le llamaba pobre loca.

18.9.08

Científicos

En el grupo, el que más y el que menos es algo científico. Mi hermano, por ejemplo, se autodefine trotskista y dice que desde Marx, todo se explica desde la materia científica. Creo que confunde los conceptos, pero bueno, él mismo. Él y Larry también están bastante interesados en la química. Y como el que mucho abarca poco aprieta, se han especializado en la del etanol. Del resto, ni zorra. No es que ninguno pueda decir qué es la función OH o qué es un monol, diol o poliol, y la fórmula de su composición química (CH3CH2OH) solo les evoca cierta forma de hablar a partir de cierta hora en las ce haches sustituyen a las eses, “¿quieres otra birra?” y el otro contesta: “Chi”. Pero sin embargo, saben que el etanol es el antídoto para los envenenamientos por etilenglicol, posibilidad ésta que aunque otros juzgamos remota, a ellos debe aterrarles pues la previenen constantemente, y son capaces también de establecer postulados teóricos de gran alcance tal como el que le escuché ayer a Larry: “si tomo birra, doblo. Pero en cambio si tomo cubatas…….yo creo que será la cafeína”.

En fin, el propio Larry demuestra también curiosidad hacia el estudio de la física, y ayer mismo pudimos debatir durante varias horas algunos de los aspectos más complejos y enjundiosos de “Los cazadores de mitos” que emiten en Discovery, como por ejemplo, el “Especial MacGyver” o el programa que analizó si es factible construirse un equipo de gadgets como el de Batman, un tema que nos trae de cabeza últimamente.

Pero a riesgo de parecer pedante, el más científico suelo ser yo. Y así, cuando empezó el pogo en el concierto de los Sex Pistols, ellos se largaron a la seguridad de la hierbecilla y me quedé solo, genio incomprendido, con mis cavilaciones.

Quizá peque de ingenuo, pero yo era de los que suponía que los punkis eran unos seres, un poco como los Oscar Wilde contemporáneos, magíster elegantiae, conocedores de las últimas tendencias, distinguidos sin caer en la cursilería, gentiles, chics….. charmants llenos de glamour, en suma. Bien, el que me tocó al lado, desde luego no se correspondía con el arquetipo. Media metro y medio y la única tendencia que se apreciaba en su estética era la tendencia al lodo. A la primera ostia que me dio, intenté responder de algún modo, pero luego empecé a darme cuenta de un curioso fenómeno. Más o menos cada 37 segundos lo tenía otra vez dándome un ostiazo en el hombro y me percaté que el chaval estaba trazando una órbita casi perfecta, que empezaba en mi hombro, salía rebotada al pobre desgraciado de las gafas que estaba delante, trazaba un arco hiperbólico hacia otro trompa que gritaba constante y misteriosamente “¡los payasos a casa! ¡wichita! ¡los payasos a casa!” y luego adoptaba una trayectoria cónica separando a la pareja de tortolitos y cayendo de nuevo sobre mi hombro. El tío era las leyes de Kepler todas en una. Al rato el pobre tipo de las gafas, se acabó largando, lo que demostró la variable de Stern y Levinson sobre la capacidad de un cuerpo celeste para limpiar su órbita de cuerpos menores. El chavalillo era a todas luces un cuerpo menor, no tenía presencia para el universo pogo-punk, y esto era tan así que su ausencia apenas modificó la órbita del punki, que pasó a tropezar con el siguiente tipo de la fila antes de volver a Wichita y seguir su marcha.

La tercera ley de Newton según la cual cada acción genera una reacción igual en sentido contrario se demostró cuando la tía a la que yo, empujado por el minipunki, le caía encima, tocándole el culo una de cada cinco veces (yo llevaba una órbita discontinua), me soltó otra ostia cayéndome de nuevo encima del tipo de gafas, que se creía ingenuamente en una zona a salvo de colisiones, e iniciando una nueva cadena de encuentros de astros en el baile cósmico. Pero en general, todos acabábamos de nuevo volviendo a nuestras posiciones iniciales en el orden planetario. Me empecé a preguntar sobre qué cuerpo orbitaba el punki pequeño. Era sin duda necesario otro de una masa muy superior que ejerciese la gravedad suficiente para que el pequeño no acabase como un descontrolado cometa beodo. Y sí, allí estaba su estrella de referencia, un punki enorme, gordo, como el Java de la guerra de las galaxias, algo digno de ver que, además, me fijé, era el que le daba las birras al pequeño. Eso explicaba el movimiento constante de este. Efectivamente, la birra era la variable que hacía que el principio de conservación de la energía no se viese afectado por la fricción con otros objetos. El chaval estaba en marcha y nada podía detenerlo. Las leyes de Newton se demostraron desgraciadamente veraces. Si el punki enano se hubiese movido en ámbitos subatómicos, le afectaría la física cuántica, con lo que su trayectoria sería impredecible (y no me caería siempre a mí encima), como la de otra pandilla de punkis que estaba a la derecha, bastante cuánticos, que se tiraban encima de la peña, un poco así al tun tun cuántico. Pero no, el mío era cabezonamente newtoniano, el muy mamón. Hasta cierto punto me era fiel. Cada 37 segundos ahí estaba de nuevo.

Desafortunadamente un cerebro científico como el mío nunca descansa, y horrorizado, empecé a comprobar otras leyes físicas. Concretamente, la de la viscosidad de los fluidos.




Por muy perfectas que fueran las órbitas del punki, el principio de acción y reacción antes descrito hacía que en las colisiones conmigo y con wichita, parte de la birra se le cayese por encima, iniciándose sin duda curiosas reacciones químicas con el lodo, la roña, la mugre, el “tatuaje” pintado a boli Bic, y unas nada apetitosas heridas y postillas negruzcas en el hombro. Lamenté que no estuviesen a mi lado Josemi y Larry, los dos expertos en la química del etanol. Me podrían haber aleccionado. Pero no era así y como la ignorancia es la hermana del miedo empecé a temer que se me adhiriese de algún modo. ¿Y si todo aquel fluido mugriento iniciase una reacción y se pegase a mí? Sí, mierda, maldita sea, llevaba la chupa vaquera, era mucho más porosa que si hubiese vestido la de cuero que imita a la Gestapo. Y ni pensar en quitarse la chupa porque los rockeros NO NOS QUITAMOS LA CHUPA. Imaginé sus polímeros bazofientos buscando anclajes en mis poros, me imaginé unido al punki de por vida, hermanos siameses inseparables. Iría con él a otros pogos, iniciaría la peregrinación punki por las fiestas estivales, comería con él del suelo el bacalao al ajoarriero que tiran desde la plaza de toros a la calle en los san fermines, tocaría patéticamente la flauta, me lo llevaría a la Sala Alfil a ver a Yllana. Dios, lo que se reiría el chaval con 666. ¿Se enternecería también conmigo en el Hamelin de Animalario, con la versión teatral de 2666? ¿Pagaríamos dos entradas o una? ¿Ocuparíamos un sitio, o dos en el avión? ¿Nos dejarían entrar o nos considerarían arma de destrucción masiva? Pero de repente tuve un pensamiento aterrador, ¿y si me colonizaba? ¿Y si gradualmente mis moléculas y las suyas se fusionaban en un solo mugroso cuerpo punki? Recordé esa ilustración de André Masson al poema de Lautreamont: “soy sucio, los piojos me roen, los cerdos vomitan al mirarme…”. El punki enano y yo nos fusionaríamos, nos saldrían raíces, telas de araña, las ratas corretearían entre nuestros cuellos, iniciaríamos una metamorfosis con los detritus callejeros, un nuevo feto, un nuevo renacer mierdoso.

Afortunadamente para ambos, no parecía que esto se produjese. Estaba de mi lado la energía cinética y la dinámica del movimiento circular uniforme que impedían cualquier fusión. La aceleración producida por la Heineken imposibilitaba cualquier estado de reposo. Y mientras respiraba aliviado, otro científico anónimo,
un alma gemela, quiso comprobar la lucha entre la fuerza centrípeta y la velocidad, aplicada a la trayectoria parabólica de los proyectiles. ¿Como lo hizo? Tirándole un teléfono móvil a la cabeza a Johnny Rotten con un cálculo tan eficaz que le dio en plena ceja. Joder para el científico. Menuda máquina. Si hubiese aprendido yo algo de ese notas, no hubiese hecho el ridículo el otro día, tal cual Mr. Bean o Ben Stiller en “Algo pasa con Mary” intentando sujetar un móvil que se me caía delante de la preciosa monitora rubia en una lamentable y fracasada exhibición de malabares.

El caso es que el estudio de trayectorias parabólicas, terminó con la música e ipso facto, todo se paralizó. El movimiento que parecía perenne del semipunki, yo tocándole el culo a la tía de al lado, la pareja de tortolitos desesperada, el super gordo punki trasegando sin parar..….la danza cósmica entró en un impasse. ¿Todo? Bueno, casi todo. El tío que gritaba “¡Wichita! “Misis Wilians guitar! ¡los payasos a casa!” seguía incansable aún cuando su expresión anunciaba un pronto coma etílico. Mientras, con la banda en silencio, Johnny Rotten llamaba pajillero, y unos diez mil insultos más, al científico. Yo no considero que ser pajillero sea algo de lo que avergonzarse, por supuesto. Lo tengo muy a gala, pero allí incomprensiblemente se usaba la palabra como algo intrínsecamente malo. ¡Ah! Desde Galileo nos han perseguido. Quemaron en la hoguera a Servet. ¿Por qué iba a ser diferente ahora? Otro mártir silencioso de la ciencia aquel chaval anónimo. Pero lo peor es que todas las teorías de la física se me estaban yendo al puto carajo. ¿Cómo se había parado todo aquello? Joder, ¿dónde estaba el pogo? Al fin, después de un buen rato, sonó el primer acorde, y volví a sentir la cálida presencia en mi hombro de mi punki. Sí, ya había confianza, lo podía considerar mío. Le caí encima otra vez a la tipa, se cayó al suelo el notas de gafas, el gordo volvió a trasegar, la pareja de tortolitos volvió a estar hasta los putos cojones. Se reinició el movimiento de los cuerpos celestes. Fue la ostia. ¿Y todavía hay lerdos que se preguntan cual es el origen del universo? ¿El primer motor? Yo lo tengo claro. Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo decía Arquímedes. Que va, basta, con un micro punki bien mamado.

16.9.08

Clave de sol

Solo deberíamos juzgar los actos por su belleza. Imposible prever a priori el alcance de nuestras acciones. Solo podemos plantarlas, las buenas y las malas, y ellas adquieren su vida propia, crecen y se extienden, trazan trayectorias imposibles, afectan a personas en las que jamás pensamos, o se agostan y desaparecen en el olvido, borradas incluso de nuestra memoria, diluyéndose en otras, renovadas cada día, que las entierran en la ola de sucesos. Podemos desear, pero no hay forma de saber qué podemos lograr con el deseo. Yo creo que todo, lo infinito, lo imposible, pero quizá no. Sin embargo, lo que sí podemos valorar es la hermosura, la generosidad. La idea que se lanza al aire movida por las alas de la nobleza y el amor, del compromiso con el ser humano. Y quizá no llegue muy lejos, quizá no se eleve lo que soñamos, quizá se pierda de vista en el horizonte, pero qué espléndida era cuando desplegó sus alas en la cumbre.

Nuestra amiga Susana ha puesto una idea a volar, generosa, fantástica, llena de bondad y cariño, aunque ella la cree modesta, humilde. Con su trabajo y su mimo, inventa princesas, caracoles, fresas, enfermeras y molinillos de viento, para que otros puedan vivir mejor, puedan sacar sus brazos al sol, puedan comer, ser curados y extender sus alas a la brisa. En los broches que Susana construye para los que más lo necesitan, también hay una clave de sol. En la música no hay notas pequeñas. No hay sonidos modestos, y los que la amamos sabemos que son las composiciones más sencillas las más difíciles, y que lo único que le pedimos a una canción es que esté hecha con el corazón y dirigida al corazón.

Que suenen en el aire las notas de Susana, silbad su melodía.

http://www.regalosolidario.blogspot.com

12.9.08

Honor a los brigadistas


Murió el 14 de enero, pero yo todavía me enteré ayer. Me sentí un poco avergonzado. Soy socio de la Asociación de Amigos de las Brigadas Internacionales y también de la ALBA (Abraham Lincoln Brigade Archives) pero tardé 9 meses en enterarme del fallecimiento de Milton Wolff, el último comandante del Lincoln-Washington Battalion. ¿Qué era eso tan importante que hacía entonces que no vi, que no leí, que no supe?
También este año nos dejó otro de los grandes, Abe Osheroff. Pero nadie tenía el componente mítico de Milton, con su enorme estatura, física y moral. Estoy realmente lleno de tristeza. No solo se trata de los años en que estos hombres, llevaron su generoso compromiso a una guerra, la nuestra, a miles de kilómetros.
Se trata de toda una vida entregada a la justicia, a las denuncias incansables en Estados Unidos contra el franquismo, contra la guerra de Vietnam, contra el bloqueo de Cuba, por los derechos civiles de la población negra, llevando ambulancias a Nicaragua, siendo durísimamente perseguidos y maltratados por el macarthismo y ejerciendo igualmente sin cesar, nunca amedrentados, sin descanso, sin rendición, su magisterio ético para todos. Aún ahora, ancianos de 92 años, participando en las protestas contra la guerra de Irak, siendo de nuevo detenidos, encarcelados... El mundo es un poco más inhóspito cuando hombres así desaparecen y lo único que podemos es hacer es añorarlos, no olvidarlos y recordar siempre que hay que luchar por lo que se ama y por lo que es justo, sin esperar más recompensa que la propia lucha. Decía Abe: “Si necesitas la victoria, no eres un luchador, eres un oportunista”. Y así es…pero que honda tristeza, que presión en los lacrimales, que profunda soledad al recordarlos.

Necrológicas:

http://www.alba-valb.org/

http://www.brigadasinternacionales.org/

http://www.elpais.com/articulo/Necrologicas/Milton/Wolff/ultimo/comandante/Brigada/Lincoln/elpepinec/20080118elpepinec_1/Tes

http://www.elpais.com/articulo/Necrologicas/Abe/Osheroff/brigadista/lucho/Guerra/Civil/espanola/elpepinec/20080416elpepinec_2/Tes

10.9.08

Extraños en un tren

Conocí a Juan, de 19 años, en un tren a Vitoria. Huía, sin dormir y con los ojos aún enrojecidos de la tensión y el alcohol, dejando en su casa a su chica, que le doblaba en edad, amiga de su madre ("pero está mucho más buena"), con problemas de drogas y anorexia, a la que temió hacer daño cuando llegó de madrugada, no la encontró y la imaginó en brazos de su camello. Juan llegó a tener un cuchillo en la mano mientras gritaba y empezó a ver todo negro. Como la vez que prendió fuego a una vivienda de niño con sus ocupantes dentro, como la vez que le rompió los huesos de la cara a otro chico que le amenazó, como tantas otras veces en que no podía dominarse, le asaltaba la rabia infinita y tenía que pegar, destruir, gritar, hacer añicos el mundo. Esa madrugada, Juan, con el cuchillo en la mano tuvo pánico de si mismo, lo dejó sobre la mesa y podrido por los nervios, metió desordenadamente lo primero que encontró en dos maletas, y se fue a la estación. Me llevé la consola y olvidé los juegos, me dijo. Y sí, claro, era un niño.

Juan iba hacia los brazos de su madre, a la que no veía desde hacía meses, la que le había llevado a un prostíbulo para que perdiese la virginidad, la que cuando era "un poco ingenuo" y sus amigos hacían botellón y él no, le dijo: "¿que pasa? ¿que tú eres tonto?". La misma madre que le llamaba cada poco para ver como estaba, que le tranquilizaba, que le había buscado dos amigas brasileñas para agasajarle con un trío esa misma noche, y a la que adoraba, a la que contaba todo.

Cada poco sonaba el teléfono. Sonó muchísimas veces a lo largo del día, decenas. Escuchaba yo llorar a su chica que le decía por el móvil: "Te quiero" y él le hablaba con dulzura y le decía que tenía que ir al hospital, tratarse, desintoxicarse y que volvería entonces. Juan me hablaba al principio muy, muy bajito. Mezclaba las cosas, saltaba de un recuerdo a otro. Accidentes de tráfico, palizas paternas de su padre expresidiario, sus planes para trabajar en Argelia, para ser culturista, una antigua novia de 14 años, que se acostaba también con su mejor amigo (“nos unió más que nunca”) y embarazada quiso que se pusieran de acuerdo para ver quien se hacía cargo del niño buscando al final a un tercer ingenuo de urgencia. Otra chica, buena, maravillosa, que le amaba hasta la total anulación, la extinción de si misma, de la que hablaba con reverencia, un ángel, y a la que dejó para no herirla una y otra vez con su vida de locura e infidelidad….y yo le dije: "a veces lo mejor que podemos hacer por alguien a quien queremos es alejarnos y desaparecer". Y asintió.


Hablaba cada vez más alto. Necesitaba contar. Más cosas. Iba a un psicólogo desde hacía muy poquito. Pareció avergonzarse. No tenía por qué, tenía que estar orgulloso. No hay más prueba de inteligencia en una persona que la que reconoce que tiene un problema y pone los medios para solucionarlo. Me miró agradecido y dijo: ¿Verdad que si?. Sí, contesté, eso demuestra que eres muy inteligente. No había leído jamás un libro, no sabía mandar un email, solo conocía Internet por el porno. ¿Leer es bueno, verdad? Y yo le hablé de lo hermoso de leer, de los viajes, de lo que nos enseña, de lo que nos hace sentir. Y él asintió de nuevo. Era un paraíso lejano, y supe que él sabía que no lo vería nunca. Su chica llamaba y yo la oía decirle, mientras él intentaba calmarla: “no te olvidarás de mí, ¿verdad? Te quiero, te quiero, te quiero”. Horas más tarde ya tenía cita para ser ingresada en un centro, llegaba del hospital. Él me dijo que volvería para ayudarla. Le contesté que era una persona noble y buena y que todo lo estaba haciendo muy bien.

Cada vez se le entendía mejor. Me confesó que nunca había podido dialogar así con nadie. No paraba. A veces yo quería hundirme un poco en mis propios problemas, ponerle letra a canciones que nacían en mi cabeza, observar la carrera de las gotas en el cristal, pero él quería contar, quería explicar, quería enseñar. Me preguntaba todo, como si yo, que horas antes mezclaba mis lágrimas con la lluvia del temporal nocturno y viajaba solo hacia el este, tan perdido, tan sin rumbo, supiese de algo, pudiese consolar a alguien, tuviese algo que enseñar. Pero él estaba disfrutando, tienes que tener algo especial me dijo, por lo que dices, por como escuchas, para que yo te hable así. Es bonito hablar así con alguien, nunca me había pasado, estoy tranquilo, calmado, otro día hubiese estado gritando de pie en el pasillo, llamándole puta, golpeando los asientos...si, añadió, así me comporto yo normalmente, pero ahora no sé ni como explicarlo, hasta me encuentro bien, me siento a gusto ¿me entiendes?. Y yo sonreí. Sonreí, pero qué tristeza, que mundo de mierda si el único que te ha escuchado en tu larga vida de 19 años de golpes, de trabajo duro, correr, correr, de querer probarlo todo, de traiciones, de descubrimientos, de amor, de pérdida, es un extraño lloroso, en un tren que se arrastra lentamente por la lluvia.

8.9.08

He vuelto


Compadecemos a los que no aman la música, a los que no sienten en su interior su poder, a los que no les despierta sensaciones desconocidas, violentas, a los que no abren los ojos en ese estado de estupefacción, sorpresa, pasión, con la ola del subwoofer recorriendo nuestra piel en su tsunami devastador, excitando nuestras placas tectónicas. Compadecemos a los que no pueden curarse las heridas más espantosas en el sanatorio de la música.

Y en ese hospital rítmico de almas hambrientas, cada uno de nosotros cerró su herida y abrió su fantasía, su optimismo exacerbado, conquistó durante unos instantes el mundo con medicinas diferentes. Cada uno tendió sus propios puentes hacia el escenario y no hubo modo de de consensuar un tratamiento universal. Cada demencia exigía su propio electroshock y ahora no podemos dar los mismos nombres. Los estallidos no fueron simultáneos. Nunca lo son. Estamos solos en nuestro dolor. Estamos solos en nuestra comunión con las fuerzas armónicas del cosmos. Y así, no hay medallero. Solo agradecimientos a los que nos curaron, a los que nos quitaron el barro de los ojos.

A Sex Museum, que hicieron un concierto pavoroso, sobrecogedor, y nos reclutaron para su culto negro. Sex Museum, que yo hubiese querido que se escuchase en el aire al terminar:”Ahí queda eso”. A Jon Spencer, único en su honestidad despojada de artificios, en su lenguaje descarnado, sin estribillos, sin leitmotiv, sin repeticiones. Esto quería decir y esto he dicho. Nada más. Nada menos. Hablando con las fuerzas de ultratumba, exhalando sus aullidos provenientes directamente del territorio salvaje de la terra incognita, con un pie en el mundo eléctrico que descompone cada uno de sus movimientos en su danza espasmódica de enfermo epiléptico. Lanzando a quien quiera agarrarlos, cuidado, queman, rayos con la energía del compromiso crudo con el lenguaje. A Jayhawks, que nos regalaron lo contrario, el puente al amor, al optimismo, a su territorio luminoso donde incluso el dolor y la pena es hermosa, y la tristeza se canta en polifonías de tonos superpuestos, una belleza sobre otra. A The Gutter Twins, que abrieron la otra vía, la de la emoción profunda en los terrenos inhóspitos donde uno imagina cowboys fantasmas, chirridos de carteles de motel, plantas trepadoras barridas por el viento, seres solitarios caminando en la lluvia. A Ray Davies, gracias por habernos regalado tanto, todo ese tesoro de tus canciones. Sí, queremos vivir esta vida pleasantly, luxury; A Hayxeed Dixie, que nos enseñan a transformar la realidad en lo lúdico, en lo fresco, en lo nuevo; a los Sex Pistols por habernos dado unos himnos para cuando vamos a la guerra; a The Quireboys, a Los Lobos, a The Sonics, gracias por resistir amigos, gracias por estar ahí. Seguís vivos y nos hacéis vivir a todos. Quizá sí haya future. Salimos salvados del sanatorio de la música tras meses de agonía en la trinchera. Y uno mira al frente y dice: He vuelto. Gracias Azkena. Sí, desde luego yo miro al frente y digo: He vuelto.