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20.10.08
Cuenta Atrás
La ciudad que amo tanto, tanto, tanto, tanto, nos reconcilió con el teatro, y en otro ring asistimos a la debacle de Urtain, transmutado en un Roberto Álamo inhumano que nos hizo entender lo maravilloso, lo tremendamente hermoso que es ser actor. Sin conocerle, a alguien capaz de trabajar un papel así, de conmocionar así, de hacer lo que hizo por nosotros, por la Verdad, se le podría perdonar casi todo. O todo. ¿Qué clase de corazón puede tener una persona capaz de regalarnos ese sentimiento? Sin conocerle solo cabe amarle. Esa noche, asalto tras asalto, en una cuenta atrás contraria, reconstruimos la vida de derrota del boxeador desde la muerte al nacimiento. Y quizá que el primer cuadro fuera su suicidio lo convirtió todo en mucho más desesperanzado, cruel e inevitable. Cuando releemos podemos soñar con que esta vez Héctor venza a Aquiles, y aunque sepamos que las páginas no se reescribirán, en cada ocasión, mientras avanzamos llevados de la mano de la narración, de nuevo todo puede ocurrir, de nuevo la historia se reescribe en nuestra imaginación. Y siempre termina igual, sí, pero siempre se reescribió de nuevo. Sin embargo, aquí la muerte aparecía como el primer ladrillo que construía una vida de miseria y tristeza infinita. Condenado desde el día en que fue engendrado. Y entre tantas escenas de enorme emoción, le vimos temblar como una marioneta con sus músculos enloquecidos tiritando mientras a su alrededor, el corifeo de aduladores le cantaban “yo te amo con mi carne y con mi alma…yo te amo a puro grito y en silencio..yo te amo de una forma sobrehumana..yo te amo..te amo tanto..te amo tanto…” Y Urtain, buscando a su alrededor constantemente ese amor nunca encontrado se repetía una y otra vez “¿Qué he hecho yo para que todo lo que hago sea tan sucio? ¿Qué he hecho yo para que todo lo que hago sea tan sucio?”.
Almas que jamás encuentran la luz. Nosotros en nuestra cuenta atrás si la tuvimos, y como siempre fue la música la que nos iluminó. En su primera canción, Jason Ringenberg tuvo un problema con la amplificación y comenzó a cantarla al natural mientras se solucionaba. El silencio era sobrecogedor, no tintineaba ni un hielo mientras rasgaba su guitarra al aire y de repente desde arriba se escuchó una segunda voz dulcísima, angélica, y en lo alto, desde el mirador reservado que tiene la sala El Sol, Stacey Earle ayudó y acompañó a su compañero, los dos elevando sus voces sin artificios al cielo de humo azul y focos descascarillados. Más tarde, con Mark Stuart, nos desgranaron su música, tan hermosa, tan sin artificios, y al tiempo esas miradas cómplices de amor, de amor absoluto, el mismo que le faltó a Urtain, el mismo por el que todos suspiramos, con arpegios de guitarra que parecían el sonido de una caja de música y sus voces conjuntándose tan armónicas, a veces como si nos cantaran nanas al oído. Y al fin, los tres, enseñándonos lo que es la amistad, el respeto entre músicos, abriéndose literalmente el pecho Stacey para mostrar una camiseta de Obama, entonando ese salmo que dice que vendrá la luz, que cesará la oscuridad y la noche, que encontraremos guía los que vagamos con nuestra alma llena de pecados, sin objetivos, a traernos la felicidad. La felicidad que estaba desde principio donde debía, en el amor, donde no cabe lo sucio, y días antes la bailarina Caterina Varela
se arrastraba por el suelo en la piedra húmeda interponiéndose entre éste y Alexis Fernández, colocando sus manos y su pelo donde él pondría sus pasos, como una sombra que se anticipa, y él hollaba con sus pies desnudos esas palmas mullidas con su cabello rubio y así es el amor, y por eso le guardamos eterno agradecimiento a los actores que nos hacen llorar, a los bailarines que nos cortan la respiración, a los músicos que elevan nuestras voces hacia el cielo, hacia la luz, para que nuestra cuenta atrás se inicie en el renacimiento diario y cuando digamos te amo, te amo con mi carne y con mi alma…yo te amo a puro grito y en silencio..yo te amo de una forma sobrehumana..yo te amo..te amo tanto..te amo tanto…sea verdad, y nuestra voz suene desde lo más profundo del sentimiento arrancado, para que nunca más, nunca más, volvamos a pronunciar ¿Qué he hecho yo para que todo lo que hago sea tan sucio? ¿Qué he hecho yo para que todo lo que hago sea tan sucio?
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