
Ayer encendí de nuevo la luz que nace del frío, la llamita del gas. Fuera llovía intermitentemente o quizá no, estaba oscuro y la pared de enfrente siempre parece mojada. Estaba tan cansado que apenas oía la televisión, donde creo que un documental hablaba de un terremoto. Una familia entera celebraba un funeral en una iglesia. Con los primeros temblores no salieron a la calle si no que se refugiaron en la seguridad de su fe, pero la iglesia se derrumbó y los lapidó. El teléfono y el ordenador estaban mudos, llevaba una bufanda negra y uno de los pliegues se resbaló desde el cuello al esternón mientras tocaba la guitarra. Me sobresalté y pensé que era un pájaro negro que me salía del pecho. Deseé estar viendo una película en V.O. como otro noviembre pasado. Recordé la travesía, cada vez más larga e infructuosa, de los osos polares, y en la televisión anunciaron una ola de frío hasta el viernes. Encender la estufa por primera vez cambia las cosas. Uno dilata ese momento en lo posible porque una vez hecho, el invierno ya es inevitable, sin remedio. Por alguna razón pensé en Carson City. Dónde está Carson City. Qué hora es en Carson City, qué hay en Carson City, qué hacer en Carson City. Quise hacer una canción sobre alguien que está en su casa y empieza el invierno, y tiembla un poco el rojo oscuro del butano ardiendo, sin más llama que una primera llama, fuera hace frío y llueve intermitentemente y él piensa en Carson City.

Y pensando en ese alguien que busca información sobre una ciudad que no conoce, que ni siquiera sabía situar en el mapa, sin motivo alguno, encontré el blog de Raquel, que se llama “ecos del sonar”, violinista afincada en Madison, Wisconsin, que con su cámara de fotos, roba atenciones y gestos ensimismados, y no deja de admirarse, constantemente, cada día, como si asistiese a un fabuloso fenómeno sin fin, de los sutiles cambios de color del paisaje y de las plantas. Y con ella viajé a South Lake Tahoe y al “rincón de lo insospechado” de Woodford Station, y se lo agradecí, devolviéndole a su email el eco del sonar, y ella me devolvió el eco amplificado.
El que trataba de escribir una canción que hablaba de otro que hacía lo que él al tratar de escribirla, mise en abyme, encontró los relatos de otra música, a miles de kilómetros hacia el oeste, mujer de la frontera, llevando melodías a Bolivia, extasiándose por la naturaleza, por los colores de las flores, por los brotes de los árboles, que hablaba de cómo su alumna Grace de siete años compuso su primera melodía, y de “la importancia de vivir lo que vives y hacerlo significativo”. Y terminaba diciendo: “no podía ser de otra manera”. Y no puede ser de otra manera, y nos gustaría que la llama de la estufa de butano que apenas nos calienta, osos polares, perdidos en el inhóspito territorio polar, corriendo, corriendo hacia delante, parándonos a olisquear el aire, buscando los ecos del sonar de la costa, de otros osos, nos gustaría que esa llama no durase solo unos instantes y luego se transformase en un magma rojizo, si no que ardiese, y ardiese, y ardiese, recogiendo los tonos de las flores multicolores de Raquel,

http://raquelparaiso.blogspot.com
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