8.9.08

He vuelto


Compadecemos a los que no aman la música, a los que no sienten en su interior su poder, a los que no les despierta sensaciones desconocidas, violentas, a los que no abren los ojos en ese estado de estupefacción, sorpresa, pasión, con la ola del subwoofer recorriendo nuestra piel en su tsunami devastador, excitando nuestras placas tectónicas. Compadecemos a los que no pueden curarse las heridas más espantosas en el sanatorio de la música.

Y en ese hospital rítmico de almas hambrientas, cada uno de nosotros cerró su herida y abrió su fantasía, su optimismo exacerbado, conquistó durante unos instantes el mundo con medicinas diferentes. Cada uno tendió sus propios puentes hacia el escenario y no hubo modo de de consensuar un tratamiento universal. Cada demencia exigía su propio electroshock y ahora no podemos dar los mismos nombres. Los estallidos no fueron simultáneos. Nunca lo son. Estamos solos en nuestro dolor. Estamos solos en nuestra comunión con las fuerzas armónicas del cosmos. Y así, no hay medallero. Solo agradecimientos a los que nos curaron, a los que nos quitaron el barro de los ojos.

A Sex Museum, que hicieron un concierto pavoroso, sobrecogedor, y nos reclutaron para su culto negro. Sex Museum, que yo hubiese querido que se escuchase en el aire al terminar:”Ahí queda eso”. A Jon Spencer, único en su honestidad despojada de artificios, en su lenguaje descarnado, sin estribillos, sin leitmotiv, sin repeticiones. Esto quería decir y esto he dicho. Nada más. Nada menos. Hablando con las fuerzas de ultratumba, exhalando sus aullidos provenientes directamente del territorio salvaje de la terra incognita, con un pie en el mundo eléctrico que descompone cada uno de sus movimientos en su danza espasmódica de enfermo epiléptico. Lanzando a quien quiera agarrarlos, cuidado, queman, rayos con la energía del compromiso crudo con el lenguaje. A Jayhawks, que nos regalaron lo contrario, el puente al amor, al optimismo, a su territorio luminoso donde incluso el dolor y la pena es hermosa, y la tristeza se canta en polifonías de tonos superpuestos, una belleza sobre otra. A The Gutter Twins, que abrieron la otra vía, la de la emoción profunda en los terrenos inhóspitos donde uno imagina cowboys fantasmas, chirridos de carteles de motel, plantas trepadoras barridas por el viento, seres solitarios caminando en la lluvia. A Ray Davies, gracias por habernos regalado tanto, todo ese tesoro de tus canciones. Sí, queremos vivir esta vida pleasantly, luxury; A Hayxeed Dixie, que nos enseñan a transformar la realidad en lo lúdico, en lo fresco, en lo nuevo; a los Sex Pistols por habernos dado unos himnos para cuando vamos a la guerra; a The Quireboys, a Los Lobos, a The Sonics, gracias por resistir amigos, gracias por estar ahí. Seguís vivos y nos hacéis vivir a todos. Quizá sí haya future. Salimos salvados del sanatorio de la música tras meses de agonía en la trinchera. Y uno mira al frente y dice: He vuelto. Gracias Azkena. Sí, desde luego yo miro al frente y digo: He vuelto.

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