Solo deberíamos juzgar los actos por su belleza. Imposible prever a priori el alcance de nuestras acciones. Solo podemos plantarlas, las buenas y las malas, y ellas adquieren su vida propia, crecen y se extienden, trazan trayectorias imposibles, afectan a personas en las que jamás pensamos, o se agostan y desaparecen en el olvido, borradas incluso de nuestra memoria, diluyéndose en otras, renovadas cada día, que las entierran en la ola de sucesos. Podemos desear, pero no hay forma de saber qué podemos lograr con el deseo. Yo creo que todo, lo infinito, lo imposible, pero quizá no. Sin embargo, lo que sí podemos valorar es la hermosura, la generosidad. La idea que se lanza al aire movida por las alas de la nobleza y el amor, del compromiso con el ser humano. Y quizá no llegue muy lejos, quizá no se eleve lo que soñamos, quizá se pierda de vista en el horizonte, pero qué espléndida era cuando desplegó sus alas en la cumbre.
Nuestra amiga Susana ha puesto una idea a volar, generosa, fantástica, llena de bondad y cariño, aunque ella la cree modesta, humilde. Con su trabajo y su mimo, inventa princesas, caracoles, fresas, enfermeras y molinillos de viento, para que otros puedan vivir mejor, puedan sacar sus brazos al sol, puedan comer, ser curados y extender sus alas a la brisa. En los broches que Susana construye para los que más lo necesitan, también hay una clave de sol. En la música no hay notas pequeñas. No hay sonidos modestos, y los que la amamos sabemos que son las composiciones más sencillas las más difíciles, y que lo único que le pedimos a una canción es que esté hecha con el corazón y dirigida al corazón.
Que suenen en el aire las notas de Susana, silbad su melodía.
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