30.9.08

Animales Artificiales

Estamos solos también viviendo la emoción. Y esta tarde, ante “Animales Artificiales” de Matarile Teatro, cada uno de los espectadores éramos islotes golpeados por distintos grados de oleaje. La luna ejerce su fuerza gravitatoria en las masas del mar más cercanas a su órbita, y al acercar éstas, hay otras, en el hemisferio contrario, que se alejan. El mar se mueve… porque no es tierra, porque no está anclado… porque es mar. En hemisferios sentimentales contrarios estábamos esta vez X. y yo, ella aburrida y yo fascinado, yo mirando el escenario y ella observando fascinada los efectos de mi mirada en mi rostro que bullía. Otras veces soy yo el que miro el reflejo de la emoción en el suyo que baila. Y parece que en todo este océano enorme, al rodearnos del agua del sentimiento, nos aislamos del contacto de las otras pieles, de los otros hombres. Sabíamos que estábamos solos en la angustia y el daño. Sabíamos que estábamos solos en el miedo a la muerte y en la culpa. Sabíamos que estábamos solos en el abandono y el dolor, pero no imaginábamos estar solos también en el goce, en el disfrute de lo hermoso, en la felicidad, en el placer.

Y abajo, en una de las escenas más sobrecogedoras que he visto nunca, dos actores se buscaban girando sobre si mismos hasta encontrarse y enroscarse, fundirse, siameses agitándose, acoplándose, bullendo también en dos individualidades que apenas coinciden durante unos instantes breves, para separarse de nuevo en el basto espacio rojo y negro. En el territorio donde otras dos actrices, parecían hundirse, deformarse, empequeñecerse, ser absorbidas por sus sillones, mientras miraban y no veían, y las paredes negras del teatro desnudo rompían todas sus fronteras esfumadas en el llanto cansado de la tuba. Mirar y no ver, mirar y no ver, y otra actriz intentó hablar y no pudo, y no sabemos por qué decimos las cosas, para qué hablamos, para qué escribimos, para entendernos, para que nos entiendan, para que nos oigan, para que alguien hable y otro escuche, una marea suba y otra baje, y aquí es de noche, pero para ella es de día al otro lado del planeta, alguien solo hablando, alguien solo escuchando al que habla solo.

Y al fin, lo que realmente perturba es la impresionante humanidad del teatro de Matarile, con esas personas que dudan, que temen, que se exponen, que reflexionan en voz alta sin saber muy bien a veces a donde les lleva el razonamiento ni para qué razonan, que se encuentran unos a otros a veces, en cortos episodios de comunicación impostada, espejismo de compañía, de compartir, pero donde uno explica y otro aprende, uno acaricia y otro recibe el calor de su mano, un plato de la balanza sube y otro baja. Seres humanos que vivimos solos, bailamos solos, cantamos solos, reflexionamos solos, e incluso a la hora de morir, como dice Ana Vallés, millones de nuestras células siguen todavía trabajando para un cuerpo que ya no necesita de su esfuerzo, sin saberlo, sin mirarse unas a otras, sin hablarse, batallando ciegas, mudas, para un organismo muerto.

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