14.1.09

Las armas de la razón

Leo Strauss fue un exiliado alemán del régimen nazi, profesor de filosofía de la universidad de New York y Chicago. A riesgo de caer en una caricatura de su obra por la evidente falta de espacio, Strauss afirmaba que la democracia liberal era el mejor de los sistemas posibles y por tanto debía ser exportada globalmente. Sin embargo, es un sistema frágil que puede ser puesto en peligro precisamente de un modo democrático por las masas, y se apoyaba en el surgimiento de las dos tiranías más sanguinarias de la historia, el nazismo y el estalinismo. Para enfrentarse a esto, los líderes demócratas están moralmente justificados para mentir u ocultar la verdad en la búsqueda de ese bien superior que es el establecimiento de la democracia. Leído en un párrafo puede resultar banal, pero no lo es en absoluto si no que se trata de una construcción teórica sólida y fundamentada y ha tenido una influencia determinante en la actuación de varias administraciones norteamericanas y su política exterior, siendo el padre de los pensamientos de Huntington o Fukuyama entre otros.
Las armas de destrucción masiva iraquíes fueron el fruto más conocido de esta praxis, y resulta un tanto cerril pensar que solo se trataba del latrocinio de los combustibles fósiles. Al contrario, en toda la década anterior florecieron los ensayos, estructurados, meditados, razonados de personas bien intencionadas, que veían un nuevo amanecer social, económico y cultural en oriente medio con el encadenamiento de círculos virtuosos que comenzarían si antes, como condición inexcusable, se terminaba con el régimen iraquí, por otra parte genocida y antidemocrático.

En el lado contrario, enfrentándose a esta concepción del mundo, el terrorismo islámico, edificado sobre un monumental y estructuradísimo corpus de ideas y mandamientos éticos que legitiman el suicidio, el asesinato indiscriminado de civiles y la guerra a aquellos que no comparten su misma concepción religiosa. Y esto no se apoya en las demencias estúpidas de unos barbudos chiflados si no en miles de páginas de estudiosos del Corán y la Sharia, en fatuas documentadas, en el diálogo constante y enriquecedor (para ellos) entre pensadores y filósofos islámicos, en el aprovechamiento de determinadas ideas contemporáneas como el marxismo y en el uso extraordinario de las nuevas tecnologías, particularmente de Internet.
Fue Hannah Arendt el que nos mostró con ocasión del juicio de Eichmann en Jerusalén el rostro de la banalidad del mal. Eichmann, que organizó diligentemente el traslado de millones de judíos al exterminio no era tonto “sino simplemente irreflexivo”, no tenía ningún motivo para hacer lo que hizo, era poco más que un funcionario diligente. Arendt aprende, con las últimas palabras de Eichmann: “la lección de la terrible banalidad del mal, ante la que las palabras y el pensamiento se sienten impotentes”.

Pero no siempre el mal es banal. Acostumbramos a pensar que el pensamiento reaccionario es una síntesis de cuatro ideas tradicionales y añejas, una doctrina rancia que pasta en el liberalismo económico, la observación de mandatos religiosos y una moral retrógrada. Nos gusta creer que su construcción intelectual es ridícula y en realidad no se trata más que de pocas consignas que no resisten un mínimo análisis racional y que solo justifican o esconden los intereses de una clase dominante en mantener su status opresivo. Por el contrario, nuestra ideología izquierdosa es radicalmente moderna y se apoya en las aportaciones de los mejores intelectuales del planeta: sus diversas vertientes en el campo de los derechos civiles y humanos, en la protección del ecosistema, en la defensa del status de la mujer o de las minorías se asienta en profundas consideraciones éticas y en el desarrollo del humanismo. Ellos están anclados en un pasado polvoriento y nosotros somos receptivos a los nuevos tiempos, defendemos las artes y la cultura contra su oscurantismo. Nosotros portamos la luz y la justicia, ellos la oscuridad y la desigualdad.

Pero quizá no sea exactamente así. Hace unos días E. defendía el uso de animales en la investigación médica alegando que gracias a ello, se han salvado “millones de vidas”. Sin embargo, no fue capaz de darme ningún ejemplo concreto de terapia o medicamento fabuloso que deba su existencia a las pruebas con animales, y (esto es muy importante) que no hubiese sido posible concebir de otro modo menos gravoso. Esto no le impedía cuantificar en “millones de vidas” los beneficios de esta práctica. Preguntada acerca de la justicia de usar a los animales para este fin me dijo que era “necesario”. Pero la necesidad puede llegar a ser un concepto peligroso, y estoy seguro que el estado de Israel considera “necesaria” su política con respecto a Palestina y el propio Eichmann consideraba “necesario” la “evacuación” de judíos a Auschwitz. Y desde luego Mengele consideraba “necesario” la investigación médica con sus prisioneros. La conversación luego derivó más o menos en esa línea. Es decir, E. que es inteligente, tiene preparación y sensibilidad social, en realidad no se había preguntado a sí misma seriamente sobre un tema que además le atañía directamente en su experiencia profesional. No se había dotado de armas para defender sus ideas. Puede tener razón en lo profundo, pero no sabe por qué la tiene. Unos días antes, P y H. (este está en todas) criticaban a Unión Fenosa por establecer su sede social en Madrid y “pagar allí sus impuestos”. Dejando a un lado que tal afirmación supone tener una idea un tanto limitada del sistema impositivo en España, no parece que le molestase tanto el hecho de que los madrileños en general aporten más a las otras comunidades autónomas de lo que reciben y los gallegos sin embargo estemos en el caso contrario. Al fin, los impuestos de los madrileños nos subvencionan a nosotros. Esto lo justificaron con la supuesta deuda histórica…pero..¿Cuándo se termina de pagar? ¿Podemos estar un par de décadas más dilapidando el dinero público en imbecilidades y seguir alegando una deuda histórica que explique nuestro atraso? La lluvia de millones de la UE que desperdiciamos durante más de una década por el sumidero de la burrez ¿enjuga la deuda o no la enjuga? ¿Y los mileuristas que pagan hoy sus impuestos en Coslada o Villaverde Alto son culpables de nuestra deuda histórica? Creer en una deuda histórica exige demostrar que hubo un tiempo pasado (no ahora que somos beneficiados en el reparto) en el que nuestra contribución económica era superior a lo que recibíamos. Dada nuestra anterior capacidad productiva, uno puede ser escéptico de que tal evento llegase a ocurrir jamás, pero aún sin descartarlo quien esto afirma debería cuantificarlo y probarlo. Y aún suponiendo que tal deuda fuera demostrable..¿esa mileurista de Villaverde es responsable? Supongamos que sí, es una chica agradable y de izquierdas, tiene grandes valores éticos y cree que como disfruta de mejores servicios, supuestamente por habernos usurpado en el pasado parte de nuestra renta, quiere devolvérnosla. ¿le parecerá bien que nos la gastemos en construcciones faraónicas, en políticas culturales imbéciles, en francachelas, en construir recintos para el maltrato de animales que se usan durante 7 horas al año? ¿Puede opinar cuando viene aquí de vacaciones y ve nuestro urbanismo, cómo deforestamos, como tratamos nuestros recursos? Porque ella paga. ¿Hacemos una excepción en nuestra soberanía nacional para poder recibir los impuestos de otros? Por supuesto, para P. y H. la inmoralidad de pagar impuestos fuera de nuestras fronteras es solo unidireccional, porque las empresas foráneas que se establecen aquí y los pagan aquí, hacen muy bien y son muy bienvenidas y la lógica de Unión Fenosa, no se aplica, por ejemplo a la factoría de Citroën en Vigo. Y en fin, la cháchara acostumbrada. Todos estos argumentos normalmente no resisten ni un razonamiento de barra de bar mientras al mismo tiempo hojeas el Marca y comes cacahuetes. Aquí sin embargo son considerados como muy progresistas y dejan entrever algo latente que damos en general por hecho, y es que “es mejor” invertir aquí antes que en otro lugar. Nadie se cuestiona esto. La corrupción racional que produce el dogma teológico nacionalista y localista hace que personas de buena fe crean honesta e increíblemente que tienen algún tipo de cercanía o responsabilidad por relación de pertenencia a una concepción política imaginaria con otras personas con las que no han cruzado ni una palabra, de su edificio, por ejemplo, de otro pueblo de su provincia que jamás visitaron ni piensan visitar, de su “nación”, de su pueblo, de su ciudad, y no con otros, de otras “naciones”, pueblos o ciudades con los que tal vez sí hablan, con los que se escriben, a los que leen… Con respecto a la evidencia de que el ecosistema es global y la regionalización de la preocupación por el medio ambiente es absurda, anticientífica y contra toda racionalidad, la pareja de ideólogos manifestaban que “por cercanía” es mejor invertir en un pinar de un pueblo de Lugo que en un parque nacional de España. Y esto es ser de izquierdas aquí. Y nadie se pregunta si no sería mejor que en realidad los recursos fuesen hacia los que más los necesitan, que se priorizase las situaciones de más desigualdad, o que en el caso de los ecosistemas, se priorizasen los espacios de mayor valor ecológico y diversidad, o aquellos sometidos a amenazas más graves. ¿La cercanía geográfica es un criterio de reparto de riqueza que está por encima de la equidad? ¿Debo desearle un mayor bien, una mayor protección, a un desconocido de A Gudiña que a Raquel en su pueblo de Salamanca o a la chica de Villaverde? ¿Qué prefiero que se haga con mis impuestos, que se cree una mayor red asistencial para los subsaharianos en Canarias o que se pongan parrillas para churrasco en el pinar de Lugo? ¿Ese pinar, por ser cercano, es más importante que Doñana? Porque al fin, cabría preguntarse por qué hay que dar por hecho que es importante dónde se gasta, en lugar de en qué, o en quién. Cabría preguntarse por qué hay que dar por hecho que las fronteras tienen valor moral y que es peor dejar necesitado a un conciudadano de nuestro país que un habitante de otro. ¿Qué es más justo: "primero lo nuestro" o "primero lo más necesario"?

Constantemente escuchamos y pronunciamos frases temerarias sobre todo. Mi amigo O. no hace mucho decía que el 84% (este ajusta bien, no se anda con bobadas) de los bares ponen garrafón en las copas, y preguntado por los datos de su estadística contestó que es algo obvio y que se ve en la experiencia de sus resacas. Esto puede ser gracioso, pero hoy mismo mi compañero C. que se define como libertario marxista, decía que el 90% de lo que se dona a las ONG termina en corruptelas de todo tipo. Tampoco, por supuesto, era capaz de ofrecer su fuente estadística y ante mi reconvención luego añadió, “o el 80%”. ¿Y por qué no el 100? ¿O el cero? Da lo mismo, lo que convenga. En algún lado lo había leído, ya no se acuerda, pero no se lo inventó decía. Y esto, que “en algún lado había leído” “el 80, o el 90 no me acuerdo”, esto, era su justificación moral para no donar absolutamente nada de su sueldo para ayuda humanitaria. Según fuentes del Banco Mundial en 1990, mil millones de dólares de ayuda sacaban de la pobreza a 105.000 personas. Ocho años después, la cifra era de 284.000. La ayuda se optimiza. La Cumbre del Milenio se marcó objetivos dirigidos a reducir a la mitad la pobreza y el hambre en 2015. Solo con que cada persona del mundo desarrollado con renta media/alta donase un 1% de sus ingresos anuales a ayuda humanitaria, tales objetivos serían rebasados absolutamente, no reduciéndose a la mitad, si no eliminándose totalmente, y antes del plazo. Cuando vemos las cifras de mortalidad infantil y el drama cotidiano (ese sí lo es) de esos millones de personas, se hace difícil justificar que uno se niegue siquiera a donar ese 1%, aduciendo la razón que aduzca. Y sin embargo, desde el discurso presuntamente de izquierdas, amparándose en que debería cambiarse “el actual sistema injusto”, en que las actitudes individuales solo son parches para lavar la propia conciencia, o en que solo sirven para que se enriquezcan regímenes corruptos se justifica la pasividad y la complicidad. Al fin, un 1% podría ser la cifra que señala nuestra frontera entre ser indiferentes a la pobreza extrema y a la muerte o, sin grandes heroísmos morales, llevar una vida moralmente digna. O al menos aceptablemente digna. Un 1%. Y ante la posibilidad de terminar con la pobreza mundial en menos de una década, que no parece asunto baladí, todavía los presuntos ilustrados, comprometidos, progresistas, no nos interesamos, utilizamos argumentos banales, cuando no radicalmente falsos, no reflexionamos, y no necesariamente por maldad ni egoísmo, si no por el raquitismo de nuestras concepciones morales.

El propio H., sin duda una buena persona y sensible, cuando defiende una fiesta que ama, es incapaz de encontrar ni un solo argumento ético que justifique el por qué tenemos derecho a usar a los animales para nuestro entretenimiento y se enfanga en insultos personales, falacias banales o acusaciones de manipulación y mentira que no demuestra ni prueba. Podía intentar demostrarnos (con datos no inventados, con relación racional de causa-efecto) por ejemplo, que la desaparición de la fiesta causaría un mal mayor a los animales que el que produce su existencia. Si fuese capaz de demostrar tal cosa, no convertiría lo malo en bueno, pero al menos estaría ofreciendo una justificación ética sólida y aparentemente difícil de rebatir. Pero no lo ha pensado. No se ha preguntado por la justicia o no del maltrato, solo ha repetido la panoplia de lugares comunes y majaderías que él cree políticamente correctas sobre la tradición, la cultura popular, la identidad de grupo y las pobres viejitas echando piñas en la chimenea. En algo que afecta a su comportamiento ético con otros seres vivos, no ha dedicado ni cinco minutos a preguntarse a sí mismo por lo que hace y ante una acusación tan grave como la de maltrato no sabe cómo defenderse. A mí al menos, me gustaría pensar que si me abalanzase junto a otros compinches sobre caballos aprisionados, les golpease y derribase por la fuerza, tendría algún sólido principio al que agarrarme, algo que me diese derecho. Pero hete aquí, que lo que lo justifica son las noches de frío de las pobres viejecillas.

Parece que da igual, que podemos inventarnos porcentajes, cifras, “millones de vidas salvadas”, que podemos acusar a los demás de mentirosos, de alcohólicos, que podemos llamar a este o al otro fascista o retrógrado, españolista, lacayo, sin ofrecer ni una sola reflexión que merezca su nombre. Yo mismo, cuando acompañé a A. a ver la exposición “Bodies” y vi una galería de fetos de diferentes edades sin más comentario que el número de semanas de cada uno, no pude dejar de asombrarme de la apariencia de humanidad de todos ellos, de la expresión en sus rostros y me di cuenta, a mi edad, que ya no soy ningún niñito, que mis concepciones sobre el aborto se basaban en auténticas banalidades, en consignas de manifa. Que había dado por buenos razonamientos tan pobres como “yo decido qué hago con mi cuerpo” cuando en primer lugar es evidente que no es SU cuerpo, y en segundo lugar, es falso. El estado no permite que hagamos lo que queramos con nuestro cuerpo, no nos permite morir de anorexia, no nos permite auto mutilarnos, no nos permite suicidarnos, nos dificulta drogarnos, penaliza que fumemos..Alguien que se arrancase dedos sería internado por la fuerza y puesto a tratamiento psiquiátrico. Me di cuenta que acepté sin preguntarme que el feto “no es humano” (además, se suele decir como con desprecio, con una separación sentimental que no usaríamos con un animal siquiera: “eso no es humano”, “esa cosa”, etc), y entonces ¿qué es? ¿Cuándo es humano? ¿En qué semana, en qué día, en que minuto, en qué segundo? ¿Cómo se define su humanidad? ¿Cuando tiene actividad cerebral? ¿Cuándo tiene autoconciencia? ¿Y cómo se sabe? Recordé que “no son humanos” es la justificación habitual del genocidio, aunque reconozco que esta comparación es odiosa, pero así es. Solo hay forma de matar cuando deshumanizamos a la víctima. Me di cuenta que puse el “derecho de la mujer a decidir” sobre el “derecho a la vida”, aunque aún solo sea una vida posible y que en cualquier caso, podría planteárseme que dado que no es fácilmente discernible y existe tal grado de disenso sobre en qué momento ese ser vivo adquiere el rango de persona (si es que lo adquiere y no nace ya con él desde el principio), la mera probabilidad de asesinar a una persona supone un daño mayor, que no guarda proporción con el daño del trauma del embarazo. Cabría pensar en un estado, por ejemplo, que apostase por la adopción ofreciendo a la madre todo tipo de cuidados, hasta el mimo extremo con el fin de atenuar su daño. En fin, en cualquier caso, me di cuenta que una opción ideológica que había mantenido durante décadas y que todavía no he abandonado, o no del todo, estaba basada en presupuestos tan endebles como ni siquiera haberme parado a ver fotografías. Incluso debo confesar que había como un rechazo a mirarlas, un no querer saber. Hay razones sólidas de bioéticos renombrados a favor del aborto, pero yo no sabía cuales. Supongo que se vive mejor de lado de los buenos, de la izquierda, aunque no sepamos por qué. Y esta fragilidad intelectual podía aplicármela a casi todos mis posicionamientos acerca del reparto de riqueza, de la ecología, del comercio mundial, de los embriones, de la eutanasia, pero también de las relaciones de pareja, de la fidelidad, del compromiso, de nuestro comportamiento en sociedad, del civismo….en general, hablando en plata, no tenía (ni probablemente tengo) ni puta idea de nada. No lo había pensado ni un minuto, no había investigado sobre nada, casi todo eran majaderías, paparruchas como las de H. ,con las que construimos nuestra cotidianeidad y nuestra mirada al mundo y nos quedamos tan contentos. Tan felices.

Yo aún no me he posicionado firmemente, sigo investigando, pero si sigo siendo partidario del aborto será porque haya encontrado razonamientos éticos y médicos firmes y no porque repita consignas sin sentido, algunas insensatamente cercanas a las justificaciones del asesinato en masa. Si algún día me veo en esa tesitura, y pasa constantemente, decenas de miles de veces al año, que la posición que adopte se base en la razón, en la ilustración, en la luz, en la ética, en lo justo y no en la necesidad, la cobardía o el adoctrinamiento becerril, ya sea político o religioso. E. puede tener razón y ser moralmente justificable, incluso obligatorio, utilizar a los animales para experimentos médicos que puedan salvar vidas. Particularmente, no estoy seguro, hay mucho en contra, pero en todo caso ella debe encontrar las razones correctas que lo justifiquen, lo expliquen y lo limiten. Debe investigar, adquirir un discurso profundo y dotarse de legitimidad moral. Porque si está equivocada, entonces lo que hace es sadismo gratuito. Así que debería preocuparse por no estarlo. A los otros, con excepción de O. y sus investigaciones sobre el garrafón, se lo veo más jodido. La defensa del egoísmo por razones geográficas, de la rapacería, del doble rasero, de la subyugación de cualquier valor a la idea principal de identidad grupal, del maltrato animal por diversión y de la insensibilidad absoluta y la ceguera ante el sufrimiento del tercer mundo no sé si pueden alcanzar alguna justificación, aunque también ellos deberían intentarlo. Pero con la luz, con la razón, con la equidad, no con la mentira, la demagogia, la exageración y el insulto.

Porque los otros, los malos, los que traen la oscuridad, los que asesinan indiscriminadamente por imponer su religión, su concepción del planeta, los que se saltan la legalidad internacional, los que se creen depositarios del bien absoluto y no tienen escrúpulos para imponerse por la fuerza bruta, los que desprecian las otras concepciones, esos sí piensan las cosas, esos sí se dotan de instrumentos morales que les justifican, esos sí pueden razonar sus motivos con solidez argumental, eso sí se han molestado en explicar sus acciones con argumentos preciosamente construidos. Las mismas acciones que nosotros, en nuestra banalidad del bien, consideramos perversas y malignas, injustas, enfrentándonos a ellas con nuestros razonamientos superficiales, repetitivos, dogmáticos, bienintencionados pero cuántas veces cínicos, y casi siempre desestructurados. Y por eso, entre otras cosas, nos ganan. Y no es que nos ganen, es que nos están barriendo.

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