10.9.06

Un cuentecito: Llegó la espía


Aquella noche sonó la primera alarma. Las defensas eran débiles y algo fallaba en todas las fronteras. Se hundió el flanco sur e interminables mareas de civiles comenzaron a abandonar sus hogares dejando tras de sí un mar de cenizas. Nuestras máquinas de claves no podían descifrar los nuevos códigos. Llenaban nuestros oídos de extraños sonidos hipnóticos y aunque parecía haber algo bello en aquella nueva melodía, todos lo juzgábamos como una amenaza terrible, como el reclamo de un cazador invocando nuestro instinto más escondido: Ella estaba cerca.


Los satélites enloquecieron enviando señales discontinuas y antagónicas, describiendo ricos relieves allí donde nunca había más que un páramo helado. La ciencia y la historia enmudecieron, las leyes físicas ya no explicaban ningún fenómeno y la naturaleza parecía comportarse a su capricho en una compulsión frenética de impulsos imposibles. Los astros se desvanecieron como castillos de arena en la ola espumosa del universo oscuro y nuevas constelaciones tomaron su lugar. Los hombres veían los nuevos soles y vagaban como ejércitos de iluminados harapientos en busca de nuevos profetas. Las tradiciones se resquebrajaron, los valores fueron subvertidos, éramos como los primeros hombres en una tierra misteriosa donde sólo parecía reinar el azar. Ella anunciaba su llegada.


Pronto fue evidente que estábamos ante un nuevo paradigma. Los antiguos dioses se marchitaron en una lenta agonía de incomprensión muda, desgajándose en una miríada de bengalas que sobrepasaban el espectro de colores hasta entonces conocido. Luego se hizo la oscuridad profunda. Cesó la penitencia. La tierra y el mar parecieron fundirse en un nuevo elemento en el que germinaban nuevas vidas y nuevas mentiras. Las estaciones mudaron, los pájaros desaparecieron y la natureleza se sumió en un silencio aterrador que proclamaba su venida. Miré hacia arriba y desconocidas galaxias luminosas abrieron las puertas a su reino. Era el primer día de todos los días. Tribus extintas levantaron sus cantos a los nuevos astros y a los nuevos enigmas y prodigios. Y yo supe esa noche, como la única certeza en un mundo que ya no tenía certezas, que sólo existía una nueva ley. Una nueva ley que se me reveló como un conocimiento profundo y primigenio, anclado en lo más hondo del espacio y del tiempo: no hay nada escrito. La espía había llegado.

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