29.3.09

Adiós a todo eso

Empieza el documental “Strummer: The Future Is Unwritten” y solo escuchamos la voz solitaria de Joe y le vemos cantando “White Riot” para un micrófono y con unos auriculares. Y da la impresión de que está desafinando, de que son gritos sin sentido, como nos ha parecido tantas veces cuando un vocalista canta en el estudio y no escuchamos lo que él escucha. De repente, alguien levanta el botón del mute de la mesa y en la sala del cine sentimos la tremenda descarga eléctrica que nos golpea literalmente y nos pega a los asientos. Llega la música. Y cuando la música le acompaña, lo que percibimos ahora es a Joe, en armonía con la lógica feroz de su banda de punk rock desgarrando el silencio, construyendo un nuevo mundo de notas en el páramo árido del aire en suspensión hasta entonces mudo, llenando el hueco, y a Joe dejándolo todo mientras canta, dejándose los cojones, dejándose el puto pellejo, dejándose el alma, dejándose la vida joder.

El día antes del fin estamos en el “Gatos” viendo de nuevo a Los Reyes del KO. Hago equilibrios en un sofá desfondado y veo a Marcos Coll sudar y resoplar, parece que rozando el agotamiento, mientras toma un ron y otro ron, y da la impresión que la saliva se le escapa por las comisuras de entre los labios y la armónica y le da un brillo como de barniz a su mandíbula, que el sudor le ciega, que todo el organismo está enviándonos sus mensajes de verdad. Temblamos cuando nos enamoramos, enrojecemos, nos brillan los ojos, late nuestro corazón más rápido cuando mentimos, el cuerpo envía mensajes a nuestros interlocutores diciendo: este sentimiento es cierto, no es impostado, lo dice la piel, lo asevera la carne. Y ahí está el suyo, en ese estallido de veracidad que se percibe en la tensión de sus manos sobre la armónica, en como asiente con los ojos semi cerrados cuando Adrián canta, en el sudor, en los escupitajos, en la verdad física. Está sentado, y parece muy cansado, sí, creo que está cansado, y toca, y toca, dejándose el puto pellejo, dejándose los cojones, dejándose el alma, dejándose la vida, llenando el hueco. Y en ese momento estoy seguro que para poder acercarme siquiera a lo que estoy viendo, hoy otra vez, como otras veces, tendría que escribir como Jack Kerouac cuando está viendo a Bulee "Slim" Gaillard. Y mientras tanto, si no es así, hay algo inefable, que no podremos explicar, que no podremos contar, pero que todos sabemos y a nuestro alrededor otros saben y todos sabemos que sabemos, que olemos esa verdad, esa pulsión de la música, de los músicos, de la turbulencia febril, de la pasión. Adrián por sorpresa nos hace subir a Josemi y a mí al escenario para tocar: “este es el territorio de los estercoleros”. Es obvio que le tiene un cariño eterno a Josemi, se ha notado cuando ha dicho “mi amigo Josemi”. El shure 58 ha chispeado, la temperatura del humo en el aire ha subido un grado. Creo que me voy a librar, pero no, también me toca. Nos coge por sorpresa y no sabemos qué hacer. Nos acompañan Samuel al violín y Paulo con otra guitarra eléctrica. Nos une al fin la vieja balada de Burning, que habla de la soledad. Fitzgerald decía que en la noche oscura del alma siempre son las tres de la mañana. Esa hora exacta es, otros nos acompañan cantando, un chaval parece emocionarse. Y cuando lo recordemos, cuando pase el tiempo, sabremos que fue en ese instante, en el Pub Gatos, donde siempre nos reciben con abrazos, sobre las tres, cantando “Una noche sin ti” de Burning, rellenando el hueco para que Marcos Coll y Adrián Costa pudieran tomarse un respiro, donde realmente se puso fin a nuestra historia como Robín de los Estercoleros y su Alegre Banda de Pataphísicos. Del mejor modo posible.

Los mismos que lo empezamos, hace 21 años, lo terminamos, en nuestro territorio, sí, que ahora ya no será nuestro si no de quien se lo gane, de quien toque, como nosotros tocamos allí, hace años, 4 horas sin parar, con el parche de la caja roto, los whiskys amontonándose tras su silla y Javier “Rayas” Paz dejándose los cojones, dejándose el puto pellejo, dejándose el alma, dejándose la vida en la batería; y Manolo Fontenla tiene los dedos entumecidos pero sigue riffeando, sureño, rockero, dejándose los cojones, dejándose el puto pellejo, dejándose el alma, dejándose la vida, y alguien dice: “no puedo más” y otro le contesta: “venga coño, la última” y la que iba a ser la última nos apasiona tanto que llama a otra. Y así otra y otra, y otra, y otra, y otra, y otra. Y son las seis de la mañana ya y ahí está la banda tratando de hacerse entender, desgarrando el silencio, llenando el hueco, construyendo su mundo de notas.

El día del fin, ayer, en nuestro local de ensayo, nos despedimos. No nos damos la mano si no que tocamos durante esa tarde viejos temas. Casi olvidados. Durante instantes se alcanza de nuevo el sonido sobrecogedor que ésos músicos eran capaces de crear cuando se sentían en forma, la fuerza enorme que eran capaces de poner en el aire. Una banda fantástica que sonaba feroz, avasalladora, tremenda. Te preguntas por qué termina todo pero lo sabes perfectamente, y luego, en el coche, hay como un luto latiendo silencioso y en las horas siguientes, como un regusto ocre de melancolía y pérdida. Es domingo, frente a mi ventana, otras vacías, carteles de Se vende, sombras en la pared blanca de árboles movidos por el viento que no veo, un día que querría ser claro y no ha podido, que se ha quedado en nada, quiso calentarnos y no pudo, quiso iluminarnos y no pudo.

Adiós a todo eso. A la batalla campal de nuestro primer concierto, punks de pueblo, músicos de mierda, todo corazón e idealismo, tomando siempre, una y otra vez, las decisiones incorrectas sobre cuando saber callar o qué deber decir, con quien llevarse bien, a quien adular, elegir la ola buena, el momento de los vencedores, todo sin cálculo, todo frases del tipo “yo me niego”, “yo no me vendo”,”que les den por culo”. Nadie quería comprarnos pero no nos vendimos. Adiós a todo eso. A tantísimas y hermosas noches de fraternidad y música. A ver como se detiene el tiempo de los prolegómenos, cuando quizá a media tarde en el pub sonaba Sweet Virginia, yo estoy sentado concentrado en mis cosas, quizá leo una revista, Josemi parlotea con el dueño, Larry parece encontrarse como perdido ante un café, tiene un algo de desvalimiento y Manolo coloca sus amplificadores, sus pedales, limpia cada cuerda, estira los cables, Javier monta cada pieza de la batería en silencio, tranquilo, pausado, minucioso, con esa especie de precisión en los gestos de ambos de un miniaturista en un universo sin relojes. Adiós a todo eso. A lo que tan bien relata mi hermano en el myspace de la banda, “siempre sedientos. Aventuras surrealistas, emocionantes, divertidas, tantas veces absurdas. Algunos amigos. Algunos grandes amigos. Los estercoleros, los buhoneros del Rock, amaneciendo con los últimos borrachos, con los últimos charlatanes, con los últimos aventureros de la medianoche, en busca de un último lugar. Con los que les emocionan y con los que aún tienen capacidad para emocionarse”. Dejamos un puñado de canciones, un disco que creemos bueno y nuestro reconocimiento de no haberlo sabido hacer mejor, pero haber hecho lo que supimos.

Y suponemos que es el momento de acordarse de los que nos ayudaron, los que nos miraron, los que estuvieron con nosotros incondicionalmente, Alina, Curi, Fido, Nani… todos los que pasaron por aquí, de Javier “Tutti” Eyo, que nos dejó tan desvalidos al morir, del científico del caos, Fernando Neira, de Gabriel Guijarro que nunca dejó de mostrar su fidelidad a toda prueba, de Mon, de Ronnie, de Alberto “el Portugués”, de “El Profe” con el que compartimos tantos y tantos desequilibrios y..qué tremendo músico.. , de Joao que unió su destino al nuestro en los últimos años con su saxo desbocado…y de tantos, no cabrían aquí, con los que compartimos el escenario, que nos aplaudieron, que cantaron, que nos siguieron.

Hasta la próxima en otro proyecto, en otra cosa, en otro escenario, the future is unwritten, porque de algún modo, hasta el día en que dejemos de respirar, creo que estaremos ahí, cantando, tocando, y quizá desde fuera parezca que sonamos desafinado, que son gritos sin sentido, para nadie, pero sencillamente, no podemos evitarlo. Desgarrar el silencio, construir nuestro mundo de notas en el páramo árido del aire en suspensión mudo hasta entonces, llenar los huecos, con lo que sepamos, explicando lo poco que aprendimos, componiendo como mejor podemos, escribiendo lo más honestamente que podemos escribir, sin que nos importe si delante hay más o menos, sin obligar a que se nos quiera, queriendo hablar, pero al tiempo, sin que nos afecte si nos entienden o no, sintiéndonos solos tantas y tantas veces, cansados, jadeantes, incomprendidos, desengañados, restablecidos, resacosos, soñolientos, impotentes, ignorados, amados, despreciados, excitados, como dice Johnny Cash, y antes Neal Diamond, en Solitary man, “right or wrong, weak or strong”, acertados o errados, débiles o fuertes, perdidos como Joe Strummer, buscando el modo de contar, sin saber tantas veces cómo tender los puentes, cómo abrir el corazón que se niega a ser explicado, a ser interrogado, a ser expuesto, cruzando a veces la mirada con alguien que te sonríe en el público, ver a tu novia sacándote fotos y parando solo para aplaudir, resbalando borrachos, tropezando con botellas de Estrella Galicia, descargando los trastos del coche, abollando la furgoneta, conduciendo hacia algún pub oscuro, alguien pregunta: “¿donde cojones está ese pueblo?” y nadie lo sabe, coincidiendo a veces con otros músicos en la vida y en la historia, sobre y bajo el escenario, contando chistes que no hacen gracia, nunca triunfando y nunca fracasando, porque ni buscamos el triunfo ni concebimos el fracaso, los tres que lo empezamos, los tres que seguimos, dejándolo todo al tocar el bajo, dejándolo todo al riffear, dejándolo todo al cantar, dejándonos los cojones, dejándonos el puto pellejo, dejándonos el alma, dejándonos la vida joder.




Y aquí queda lo mejor que hemos sabido hacer. Yo creo que es un gran trabajo. Bajáoslo si quereis:
Descarga el CD de Robín de los Estercoleros. Lanzarse a las heridas

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