6.4.09

La chica del peaje

Como la vida sigue, mi hermano ha compuesto una melodía de guitarra realmente preciosa, y yo quiero escribir una canción que se llame La chica del peaje. Era una idea antigua y recuerdo exactamente el día en que se me ocurrió, hace unos tres años. Ayer un comentario de B. me hizo recordarla y he tomado estas notas. Es como el germen de la letra, para la gente que pregunta "¿cómo haces una canción?". Pues así, más o menos. Igual es un experimento divertido ver qué acaba saliendo. Cuando la termine, también la cuelgo y podemos comparar y ver el proceso mental, a qué le das más importancia y a qué menos, qué has tenido que sacrificar, qué no has podido, qué otras ideas han nacido....siempre sorprende eso un poco.


La chica del peaje


Me gustaría tanto que ella supiese cómo me siento, cuando conduzco entre las balas del trigo cortado en la meseta ocre. Cuando observo los enormes brazos rodantes de los sistemas de regadío, los oteros pardos en el mar amarillo. Me gustaría tanto que ella supiese cómo me siento, algunos días de invierno, en los que temo que se cierre el puerto, cuando veo como derraman la sal y voy al paso de los quitanieves que arrojan a la cuneta la nieve y el barro. Cómo me siento cuando paro en la estación de servicio y saludo a otros compañeros que también toman café caliente, hojean la prensa deportiva, miran la presión de las ruedas, o piden el plato del día. Me gustaría que ella supiese cómo me siento cuando veo accidentes en la carretera, los muertos, los cuerpos tapados con el aluminio de naranja brillante, las luces, los rostros curiosos, alguien que llora, zapatos en el asfalto. Me gustaría que ella supiese, que me imaginase cuando conduzco de noche, me pican los ojos, estoy cansado, y a lo lejos, en el horizonte se adivinan las luces de un pueblo pequeño. Y está todo cerrado, quizá un perro ladra, las máquinas de labranza inmóviles en el páramo, y me pregunto el por qué de su nombre, Solanilla de la Sobarriba, Luelmo de Sayago, Vegaquemada, Arcos de Jalón.

Me gustaría tener otro coche que ella pudiese admirar y no mi furgoneta de reparto. A veces la encero, y quizá yo crea que tiene como un brillo distinto, que la hace única, las ruedas nuevas, la matrícula sin mosquitos, pero no dejo de saber que para ella será otra furgoneta, como miles de furgonetas. Y llevar otra carga, para poder abrir los portones como quien abre la caja de un mago y sacar ramos de flores de papel de terciopelo, globos de elefantes o peceras con peces tropicales. Incluso fruta, y un día poder ofrecerle un único melocotón, dorado y suave, en su momento exacto de madurez, y poder decirle: “toma, tengo muchos”, como si fuesen míos, como si fuera el rey de los melocotoneros y los frutales se perdiesen en un territorio enorme, mi reino, donde yo veo anochecer el sol rojo, y amanecer el sol rojo, y elijo para ella, únicamente para ella, el mejor melocotón de los millones que me pertenecen, el único, el más sabroso, le seco las gotas de rocío y lo guardo en un paño... y ella creyese esa ficción y no me contestase “no, lo has robado del remolque, no te pertenece” y yo me quedase mudo y estúpido con mi melocotón en la mano, pero nunca ocurriría así, si no que lo cogería con timidez y diría, “gracias” aunque luego lo escudriñase y quizá lo tirara a la papelera desconfiada. Y nada más. Con eso me conformaría pero no sucederá porque solo suelo transportar tablas de contrachapado o muebles baratos de montar uno mismo, que tantas veces se astillan, que se rompen solos, inútiles, efímeros, que cuando descargo dejan la furgoneta vacía llena de astillas, virutas y gusanitos de poliestireno.

Me gustaría que ella supiese cómo me siento, cuando regreso a casa, solo, tras todas las horas y los kilómetros que he dejado atrás, imaginando que será su turno y no está ella, si no otra persona y llego al barrio, aparco la furgoneta y preparo algo de cenar en el microondas. Me gustaría que supiese cómo me siento cuando la distingo en los días de lluvia, cuando el limpiaparabrisas apenas puede expulsar el agua del vidrio y la veo en los espacios intermedios en que permanece seco, y su cara rítmicamente es clara o borrosa. Me gustaría tanto que supiese cómo me siento, cuando me fijo en como parece cansada, es de noche, sus labios están desvaídos, casi no se maquilla, y ni siquiera aparta la mirada de la televisión cuando me devuelve el cambio. Cómo me siento cuando otros días me dice buen viaje, cuando rozo un instante su muñeca con mi dedo índice.

Me gustaría tanto, tanto, tanto, que ella supiese cómo me siento, cuando abre la barrera, yo remoloneo un poco en la furgoneta, no querría arrancar, alguien detrás se impacienta, y salgo despacio, de nuevo hacia el asfalto, hacia otro día, hacia otra noche, buscándola por el retrovisor, deseando que algún día asome su cabeza, y me alejo despacio, muy despacio, todo lo despacio que puedo.

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