"Pasé 33 años y 4 meses de servicio militar activo, y durante ese período la mayor parte de mi tiempo mi función fue trabajar como matón de primera categoría para el Gran Capital, para Wall Street y los banqueros. En resumen: yo era un chantajista, un delincuente organizado al servicio del capitalismo. Colaboré en convertir México -y en especial Tampico- en un lugar seguro para los intereses petrolíferos norteamericanos en 1914. Contribuí a hacer de Haití y Cuba lugares decentes para que los chicos del National City Bank sacaran beneficios. Tomé parte en la violación de media docena de repúblicas centroamericanas para el lucro de Wall Street. Ayudé a purificar Nicaragua para el International Banking House de los hermanos Brown entre 1902 y 1912. Traje la luz a la República Dominicana en nombre de los intereses americanos del azúcar en 1916. Ayudé a convertir Honduras en un lugar idóneo para las compañías de frutas americanas en 1903. En China en 1927 me encargué de que la Standard Oil trabajara sin interferencias. Retrospectivamente creo que podría haber dado a Al Capone unas cuantas lecciones. A lo más que llegó él fue a operar con su banda en tres distritos. Yo operé en tres continentes".
Peter Singer en “Un solo mundo”, reflexiona sobre la legitimidad moral de establecer relaciones comerciales con países con regímenes ilegítimos. La idea resulta obvia. Se trata casi siempre de explotación de recursos o materias primas, no de bienes manufacturados. Las materias primas de un país son finitas y su propiedad es de todos los ciudadanos de ese estado. La usurpación del poder por medios no legítimos es también un saqueo de esos bienes finitos y su comercio es equiparable a la compra de objetos robados. Sobre esto, en primer lugar, cabe preguntarse como establecer la legitimidad o no de un régimen. Para evitar disquisiciones que alargarían mucho lo que me ocupa voy a interpretar ese término de un modo muy flexible y tolerante, y no solo incluiré, por supuesto, a las democracias emergentes aún poco consolidadas si no también, a estados como las monarquías petroleras, el régimen de los ayatollahs, China, etc, donde hay cierta aquiescencia de la población y no se ejerce una represión rigurosa a los ciudadanos. Sin embargo, lo que parece obvio para cualquiera es que no podemos incluir bajo ningún punto de vista como gobierno legítimo a uno integrado por señores de la guerra, militares golpistas que practican una coacción violenta sobre la población en lugares que permanecen en una situación estacionaria de guerracivilismo y en los que no hay ni siquiera un control efectivo del territorio. Estos gobernantes, de ningún modo “representan” un estado sino que son únicamente representantes de si mismos, no tienen ningún derecho moral a expropiar y vender los recursos del país que dominan, y cualquier tipo de acuerdo comercial con ellos, es en realidad una complicidad necesaria para el despojo y la rapiña de bienes de los ciudadanos de ese país que en ningún caso han otorgado ninguna legitimidad para disponer de ellos. Y peor aún, los beneficios de ese comercio son una tentación constante a nuevos derrocamientos, nuevos golpes y nuevas muertes.
Que me corrijan si estoy equivocado, pero soy incapaz de observar ninguna diferencia entre las prácticas mafiosas americanas de principio de siglo, con las que lleva a cabo la Unión Europea en los bancos pesqueros del índico. Unos empresarios, en este caso armadores, llegan a acuerdos de explotación sobre productos no renovables, los bancos pesqueros, con un gobierno de militares integrado por señores feudales de un territorio en perpetuo estado de guerra civil, en lo que constituye una explotación clara de la riqueza natural de un país por parte de una minoría armada. Obviemos preguntarnos acerca de la limpieza y la transparencia de estos acuerdos porque es indiferente: son inmorales en sí mismos. Posteriormente esos empresarios, armadores, envían a sus trabajadores a exprimir esos recursos sin ninguna garantía de seguridad, aún al contrario, sabiendo perfectamente que corren un riesgo cierto para sus vidas, sometiendo así a las instituciones de su país a un chantaje permanente para “garantizar” la seguridad de su negocio. Y al cabo, los pescadores son de facto rehenes, pero no de los piratas, si no rehenes de sus propios armadores que los utilizan para coaccionar a cada uno de sus gobiernos imponiéndoles una política de hechos consumados para que inicien una escalada de defensa militar. Colocando conscientemente a los trabajadores en completa disponibilidad de ser atacados para obligar a ser defendidos.
Entonces…¿hay alguna diferencia? ¿Hay alguna diferencia con la explotación del Congo Belga por parte de Leopoldo II? ¿Hay alguna diferencia con los acuerdos a que llegó la Compañía de Indias Británica, con la salvaguarda de su ejército, con los Maharajaes de los reinos títeres de la india?
Somalia es uno de los países que está en el debate permanente acerca del envío de ayuda humanitaria. ¿Debe enviarse ayuda humanitaria a países en los que no se puede garantizar adecuadamente que esta llegue a sus destinatarios? Pero por otra parte..¿no se somete así a sus miserables habitantes a una doble condena? Los organismos internacionales y las ONG´s mantienen este debate ético abierto en el que precisamente Somalia es el ojo del huracán que provoca esta controversia. Pero increíblemente, quien puede no ser un sujeto válido para recibir ayuda humanitaria, si que lo es para firmar acuerdos de comercio y explotación de recursos claramente usurpados fraudulentamente.
Todo esto, además, abre un nuevo espacio de reflexión ecológica. Estoy pensando en el principio de rendimientos decrecientes enunciado por David Ricardo, que parece seguir siendo útil en lo que se refiere a describir las operaciones de explotación de las materias primas. Supongamos un estado que vende un producto determinado en el que tiene por sus condiciones geofísicas, una “ventaja comparativa” en su obtención, por ejemplo, las bananas en Ecuador. En un primer momento, las bananas se producen por mano de obra acostumbrada a esa explotación en los terrenos más adecuados y fructíferos, generando un rendimiento determinado. El aumento de la producción puede hacerse hasta cierto punto con mejoras en la explotación en esos mismos terrenos, pero se trata de materias primas y recursos finitos, o lo que es lo mismo, este aumento no puede producirse indefinidamente y llega un momento en que la producción solo puede aumentarse buscando nuevos terrenos. Estos terrenos ya no son tan adecuados, quizá están más lejos de los centros de distribución, necesitan una mano de obra que hay que capacitar y ofrecerán un rendimiento inferior al que ofrecían los primeros. En cada subsiguiente aumento de la producción habrá una bajada media del rendimiento, con terrenos cada vez menos fértiles, más lejanos, con peores infraestructuras, etc. Esto es aplicable, creo, a la sobreexplotación pesquera. Quizá habría que preguntarse que clase de desarrollo estamos generando, en el que tras esquilmar y arrasar todos los caladeros pesqueros propios y cercanos, todavía es posible obtener rendimientos en explotar otros, a enorme distancia, sin infraestructuras de almacenaje ni transporte, pagando sobornos y rescates, contratando seguridad privada y hasta fletando barcos de guerra. ¿Es este el futuro que nos espera para conseguir los alimentos que malgastamos? Hoy somos capaces de resucitar un modelo de explotación colonial propio de otros siglos para conseguir unos atunes que previamente hemos exterminado de nuestros territorios por una política suicida de crecimiento insostenible. ¿Hasta dónde no llegaremos mañana? ¿Qué no haremos mañana? Piratas…¿Quiénes son los piratas?