31.7.11

ESTRELLA FUGAZ

-Cada vez que salía con La India a la carretera la primera canción que sonaba en el coche era “Estrella Fugaz”. Terminó siendo nuestro ceremonial. Todo se iniciaba con “Estrella Fugaz”

Y entonces Carlos van poniendo ante mis ojos la sucesión de fotografías de sus viajes y me fascina su absoluta falta de afectación cuando se cuela su figura en alguna de las imágenes de sus recorridos. Respetando las reglas de los encuadres y la composición, sin embargo da la impresión de que le hubiese gustado apartarse. O ser traslúcido y que su silueta delgada no restase ni un gramo de protagonismo a los grandes espacios, las carreteras que se pierden en el infinito o las impresionantes formaciones rocosas que se alzan a su espalda. Pero también a los viejos letreros, las gasolineras abandonadas, los restaurantes desastrados, los automóviles antiguos que Carlos acopia como testigo mudo, estando sin estar, apareciendo sin aparecer, escondiéndose en su pose desnuda, franca, que mira hacia delante sin importarse. Y lo imagino colocándose a desgana en cada ocasión, cumpliendo a regañadientes algún tipo de ritual amable con La India que le está diciendo: “muévete ahí, más a la derecha, un paso hacia delante” y Carlos sueña con desvanecerse, con que algún tipo de fallo de la cámara le convierta en una sombra transparente, un espectro reminiscencia de si mismo y detrás el gran país, el continente, el pasado, la vida entera, el infinito, la sucesión de las pisadas en la historia que se plasma en sus fotos y sobre las que su figura no es más que un recordatorio temporal del instante, un periódico abierto en una fotografía en sepia, una hoja de calendario, un subrayado en la agenda.

Más tarde le veré con su pequeña cámara, tan sencilla como él, observándolo todo, dejando testimonio de todo, de las piedras de las iglesias en ruinas, las barcas hundidas en la ría, las inscripciones, una chica que come frutos secos sentada bajo el sol…..siempre con esa sensación de que Carlos quiere quitarse de en medio, no ser más que el transmisor, el aire invisible por donde viajan las ondas, el cartero anónimo que enlaza las ciudades y los mundos y desaparece sin dejar rastro cuando cumple su función. ¿Para quién? Nunca para él, siempre para otros. Carlos mira el mundo para trasladarlo a otras miradas, aprende de música para que otros aprendan, descubre para que otros descubran y su conversación es una sucesión de pequeños destellos luminosos que centellean en la noche.

Estamos viendo a Ely Paperboy Reed en silencio, Josemi, él y yo. De repente se nos acerca y dice: “Cuando viví en Inglaterra trabajé en una fábrica durante unos meses. Allí tenían un porcentaje de trabajadores reservado para personas con deficiencias mentales. Uno de ellos era la persona que he visto en mi vida con más conocimientos sobre soul. Estuve en su casa y atesoraba vinilos que ocupaban dos habitaciones enteras. Era una persona normal hasta que se metió en una pelea tremenda que le dejó el cerebro tocado para siempre. Confundía el tiempo que habitaba, su realidad era extraña pero nadie sabía más de soul que él. Un día me dijo: “¿Sabes quien fue el mejor cantante de soul que jamás oí? ¿Recuerdas a Rick Astley, el cantante pop? Yo le escuché antes de que fuese famoso. Fue la mejor voz que oí en mi vida. Luego lo ficharon de una gran discográfica, cambiaron el estilo y se jodió todo”. Y Carlos hace un silencio de esos suyos, sonríe y nos dice a Josemi y a mí. “Rick Astley, quién lo iba a decir, Rick Astley”. Y luego vuelve a poner toda su atención en Ely, desentreñando nuevas visiones sobre la música, para transmitir a otros, para convertir cada conversación en otra luminaria que alumbre otras noches, en otros lugares, a otras personas. Y cuando le observo escuchando atento, a él, que sabe de tanto de música, que la ama tanto, tengo la certeza de que jamás ha soñado en ponerse en la piel de aquellos a los que admira, a los que estudia, a los que difunde con su pasión incansable, sino que Carlos, se siente afortunado por poder escucharles, por poder mirar, por oír, porque el mundo se mueva ante sus ojos mientras él lo recorre en esos estallidos de luceros efímeros.

Volvemos a casa por la autopista. No suena ninguna canción en mi coche viejo pero la música está siempre en el aire que respiramos. De repente, ante nuestros ojos, una exhalación amarilla surca el cielo dejando a su paso una enorme estela de chispas. Carlos y yo gritamos al unísono: “¡Joder! ¿Has visto eso?” y él se pregunta: “¿Dónde caerá?”. En la noche, conduciendo, hipnotizados con el paso de las rayas amarillas, le imagino colocando los últimos bártulos con La India y saliendo al camino otra vez. Enciende el equipo y suenan los primeros riffs de la canción que inicia la ceremonia del viaje y el descubrimiento. Y esta noche, observando el firmamento negro a la búsqueda de nuevos estallidos de luz sé lo que ha pasado. Que el cielo le ha hecho un guiño a él, la verdadera Estrella Fugaz.