10.4.12

EL ÚLTIMO POEMA


En 1999 renegué de la poesía hastiado de mi propia mediocridad y de lo que consideraba un paisaje humano plagado de falsarios deseosos de hacerse un hueco en la gestación de la poesía contemporánea de Galicia. Al lado de algunas personas honradas que aún perseveran en ese empeño de contar en verso emergió un ejército de vacuos poetastros con un indisimulado anhelo de convertirse en Generación. Los recitales causaban vergüenza ajena y el ambiente nocturno era pedante y falso. El lenguaje poético servía de coartada para la exaltación de la insignificancia. Soñaban con verse en antologías. El mezquino reparto de premios y jurados literarios me repugnó. Todo esto también contaminó el modo de ver mis propios poemas que consideré poco menos que una absoluta basura. En realidad, todo era un síntoma más de la enfermedad de la rabia. Este fue el último que escribí.


EL CARTÓGRAFO


Durante meses vagué por el océano buscando un paraíso.

Después de cruzar la última frontera
en la línea esmeralda del mar
encontré el continente oscuro
o tal vez el síntoma terminal
del febril delirio del mal del marino.

Apenas esbozado detrás de la kalima
semejaba flotar y alejarse o acercarse a su capricho
como una masa viva, cambiante e informe
que parecía latir sobre las olas
o acunarse entre las sábanas de espuma.

Quise hacer real el continente oscuro
pero todos los instrumentos se descompusieron
la brújula parecía el reloj enloquecido de un suicida
y el catalejo un caleidoscopio de verdeselvas oscuras
inútil el sextante que trazaba todo el arco celeste
y ni sobre el mar servía el altímetro de ebullición
según el cual
yo debía estar en el cielo
y tal vez
tal vez lo estaba

A veinte nudos a treinta difícil de saber
una milla o cien
Cada día con todo el trapo al viento
no parábamos de acercarnos sin hacerlo a ese dibujo cambiante
bajo un cielo diferente y nunca visto
un cielo primigenio
con un astrolabio recogiendo una cosecha de nuevas estrellas
con constelaciones de dibujos misteriosos e inquietantes
que pensábamos perdidas en la noche de los tiempos
donde no brillaban la Estrella del Norte
ni la Cruz del Sur

Los hombres eran supersticiosos y comenzaron a murmurar
no era un continente sino un monstruo mitológico
y yo era un Ahab cegado por una obsesión enferma
Pero había días en que la kalima se difuminaba
y los contornos parecían tan cercanos amigables
que todos enloquecían por llegar a aquel lugar de maravilla
Incluso un atardecer creímos ver una bandada de aves marinas
y nos llegó el sonido del arroyo en la montaña en el olor a agua dulce


No sé el tiempo que pasó
Dejamos de mirar el calendario
y el día y la noche se fundieron en la misma línea difusa que el resto de los signos del cielo y de la tierra
sólo avanzando
sofocando motines y avanzando
ejecutando castigando y avanzando
con la mirada fija en esa promesa incumplida

Un día al fin
tracé la posición del continente
que jamás se había movido de su sitio
4º 23´78´´ latitud S
55º 09´ 52´´ longitud E
Y esa noche oscura y estrellada
en lo alto del cielo apareció con fuerza Casiopea, los Gemelos y la Osa Mayor
Se difuminó la kalima, el aura del continente oscuro
y me sentí como si hubiese acertado el enigma de la esfinge
como si hubiese recibido el permiso de Caronte

Así llegué a finales de octubre a la costa del continente oscuro
Circunnavegándolo en dirección sur-sudeste
Desde un paraje que parecía una selva impenetrable



Diario de a bordo J.Armesto Cartógrafo



El 29 dejamos la intrincada selva
y ante nosotros apareció una cueva marina horadada por la ola
que se perdía estrechándose en volutas acaracoladas
sin llegar a verse el fin

Sobre el acantilado avanzamos suavemente por pequeños prados de heliconias
colinas boscosas y campos aptos para el labradío
hasta llegar a lo que parecían ser dos oasis gemelos
cercados de negras palmeras datileras
En la arena un ciego oraba con el rostro hacia el agua
brillante y oscura
y en el centro del pequeño lago
flotaban colonias de plantas de loto azulado
Eran el iris del que nacían hacia la orilla
como las barcas de una noria hacia el círculo del cielo
como caminos dorados hacia el centro de Oz
los reflejos del sol que navegaba el lago al atardecer
Probé las plantas queriendo olvidar
pero no pude.


Día 30
Después de una larga calma chicha
volví a navegar hacia el sudeste
dejando a babor suaves acantilados rectilíneos
que se perdieron en cinco fiordos redondeados
coronados cada uno por un pequeño glaciar
Seguí rumbo sur
cruzando paralelos cada vez más calurosos
sin dejar de perder la línea de la costa
que se me antojaba fértil y llena de vida


31
Desembarqué en una ancha ensenada
dejando al norte dos volcanes paralelos que cerraban un valle verde y luminoso
donde encontré las primeras manadas
bosques de acacias y caña de azúcar
jacanandas y helechos aéreos
palmas y bananos
tamarindos sicomoros
y vi gráciles saltar por la sabana
cebras y gacelas
garzas impalas jirafas y antílopes Grant
y llegué al Ngorongoro de tu ombligo
y más al sur pisé Tierra de fuego
para entonces bautizaba cada metro de tu continente oscuro
como un demiurgo agradecido a un dios de grado superior
Ante mis ojos se alzaba todo el espectáculo de la vida sin mácula
las grandes migraciones de mamíferos
cruzando a lo largo de ti
desde la estación seca a la estación de las lluvias
los cantos de las tribus
los tambores
los niños cuidando el ganado
el aire azul pálido de las Tierras Altas
el susurro de los saltos de agua y el rojo sanguíneo del flamenco
y nuevos lagos encerrados en papiros
y nuevas selvas cubriendo templos y efigies de dioses extintos
Todo el continente floreció para mí
Y por primera vez imaginé mi mar como un vasto cementerio
la metáfora inútil del paso del tiempo

Ahora vago de nuevo por el océano circunnavegando tu continente oscuro
no hay cartas marinas que dibujar
ni nuevos rumbos que seguir
cada milímetro de ti está trazado en miles de mapas idénticos que no puedo renunciar a corregir
y mis instrumentos se niegan a guiarme a otro lugar que no seas tú
ya no espero hallar otras tierras
solo navego
respirando el aire salobre de tu costa
alrededor de ti

Al fondo de mi catalejo
me acostumbré a mirar en círculo
Todo mi mundo eres tú

5.4.12

SE LO ADVERTÍ


En el corcho de la entrada de la residencia se solapan fotografías pinchadas con chinchetas de colores. En algunas de ellas los ancianos reciben la comunión del obispo. Aguardan el cáliz y la hostia en sus sillas de ruedas. Algunos dormidos, otros emocionados y la mayoría con su permanente cara de alucinación de habitantes de otro mundo. Las fotos muestran otros momentos de la liturgia celebrada en el comedor de la planta baja. Monaguillos sonrientes, las asistentes vestidas de blanco en los laterales, un cura con aire satisfecho. Los ventanales están decorados con figuras navideñas de nieve simulada y al fondo parece verse un belén recortado en cartulina y papel albal. En una de las fotografías el obispo eleva el copón sagrado con las dos manos hacia el techo pero la mayoría de los ancianos tiene la mirada clavada en el suelo y no parecen ser conscientes del milagro de la transubstanciación. En el apoyabrazos de las sillas de ruedas cuelga algún capirote de cartón de colores. Al lado del corcho, horario de misas del centro, manualidades de alambre y los precios de la residencia: Validos 925 €. Validos I: 1044 €. Asistidos: 1445 €. Asistidos I: 1760 €.

Durante las celebraciones religiosas mi abuela permanece arriba, sola, en una sala de estar con aire de invernadero. La planta superior es el territorio de los que aún pueden valerse y los asistidos nunca llegan hasta aquí. Hace tanto calor y el aire está tan enrarecido que las enredaderas crecen exuberantes aferrándose a las columnas, al techo y a los muebles. Todas las plantas tienen tamaños enormes como si fueran del trópico. Le pregunto señalándole las fotos del obispo: “¿qué hacía este payaso aquí?”. Ella calla unos segundos y responde: “Este sitio, es lo contrario de lo que yo soy”.

Nos muestra un oso de lana que hizo en clase de manualidades y salimos lentamente a la terraza a recibir los rayos del sol de la tarde. Frente a la residencia, la planicie gris, la tierra reseca tras el largo invierno de sequía. Los troncos arrugados de las viñas bajas y un poco más allá el cementerio. Dos cigüeñas han tomado como posadero la cruz de la entrada y los excrementos blancos de las aves trazan arroyuelos inacabados sobre el mármol. Están ampliando el espacio de los nichos y hay carretillas y morteros tirados en el suelo. Aquí y allá pequeños cráteres de agua en montañas de cemento en polvo. En la puerta, los contenedores rebosan con hojas de plástico y flores marchitas, con bloques de esponja y tiestos rotos, bandas de no te olvidaremos y los armazones de las coronas peladas. 

-¿Qué ha sido de Luisi?-Le preguntamos
-Enloqueció- contesta
-Qué pena. Era una señora tan alegre.
-Se lo advertí. Aquí no se puede hacer lo que hizo ella.

Una de las cigüeñas alza el vuelo, planea unos instantes sobre el cementerio y vuelve a su lugar en la cruz.

-Aquí no se puede pedir ayuda más de dos veces. A ella le gustaba estar aquí, con nosotros, más tranquila, pero a veces también quería bajar abajo al lío, al cotilleo. Se lo advertí, le dije que no pidiera ayuda para bajar, que se esforzase. Qué prisa tenía. Yo bajo muy despacio pero siempre por mi propio pie. La ayudaron a bajar un día. Luego otro día. Y ya no volvió a subir nunca más. Se fue dejando, se fue dejando. No pasaron ni tres meses y ya no puede ni comer sola. Aquí no están para ayudarnos.

Una nube empieza a acercarse al sol. La abuela dice: vamos adentro antes de que venga el frío. La nube sin lluvia lo cubre y se rodea de un aura dorada. Las iglesias se recortan al fondo en el atardecer.

-¿Qué tal el esqueje? ¿Prendió?
-Sí, está preciosa. Crece muy rápido. Le he puesto una guía para suba a las estanterías.
-No la riegues demasiado. Igual que aquí, un día a la semana.
-Sí.

Asciende de la planta baja el ruido de platos de la cena. Las visitas que se van, las despedidas. Recogen a los asistidos de su primer turno. Levantan sus brazos exangües, sus codos huecos, la piel  de pellejo dilatado que solo envuelve aire. Parecen flotar como esos cuadros de cristos desclavados. Los enlazan con un arnés a la grúa y los llevan colgando hacia las habitaciones moviéndose los ancianos como un suave péndulo al rodar de la grúa por el pasillo.

-Llevo aquí seis años y sé de lo que hablo. Hay que procurar no pedir, no reclamar, no quejarse. Permanecer callada sin causarles problemas. Si algo no me gusta, me callo y lo aguanto, o no participo. No están para resolver nuestros problemas ni para ayudarnos. Si no puedes pasear, te quedas sin pasear. Pero cómo nos iban a sacar a pasear a todos cada día. A veces mueven a los asistidos. Tienen diez minutos para cada uno. Levantarle con la grúa a la silla lleva tres minutos, volver a colocarlo otros tres o cuarto. Le quedan otros tres de paseo. Una vuelta al pasillo. Y bastante que hacen eso. Si estuvieran para ayudarnos tendrían que ser más y nosotros tendríamos que pagar más. Y de donde íbamos a sacar el dinero. La pensión no llega. Esto es una empresa. Hay cuatro socios que tienen que ganar dinero.

-Pero reciben subvenciones públicas. Tienen que tratar a las personas de un modo humano, preocuparse por ellas.

-Que ingenuo eres. Vi todas las residencias públicas de la zona antes de venir a esta. Todas están peor. Aquí están para otras cosas, no para eso. Tienes que valerte por ti misma. Si pides ayuda estás perdida. Cuando se acerca la hora de bajar yo paseo unos metros por el pasillo para que el cuerpo se vaya haciendo al caminar. Para que se acostumbre. Cuando suena la campana ya estoy preparada. Siempre llego la última pero no me importa porque no estoy en ninguna carrera. Y mientras lo haga yo sola nadie puede decirme nada. Tienen que callar y aguantarme. Nadie puede ni chistarme. Pero ¡Ay del día que tenga que pedir ayuda! Ese día se acabó. Se terminó todo. Ya no volveré a subir. Me quedaré abajo con esos pobres que están pero que en realidad no están y se pasan el día mirando la pared como alelados. Me llevarán a las misas como a ellos, y me dejarán ahí sentada sin saber ni lo que escucho. Me darán la comida en la boca igual que a Luisi. La vida se habrá terminado ya aunque todavía dure un poco más. Todos podemos equivocarnos, las personas cometemos errores. Pero en este caso se lo advertí. Se lo dije, lo hablamos, se lo expliqué muy bien. Que intentase hacer las cosas por si misma. Que se esforzase. Que nunca pidiese ayuda. Que fuese independiente. Se lo advertí. Se lo advertí.