5.4.12

SE LO ADVERTÍ


En el corcho de la entrada de la residencia se solapan fotografías pinchadas con chinchetas de colores. En algunas de ellas los ancianos reciben la comunión del obispo. Aguardan el cáliz y la hostia en sus sillas de ruedas. Algunos dormidos, otros emocionados y la mayoría con su permanente cara de alucinación de habitantes de otro mundo. Las fotos muestran otros momentos de la liturgia celebrada en el comedor de la planta baja. Monaguillos sonrientes, las asistentes vestidas de blanco en los laterales, un cura con aire satisfecho. Los ventanales están decorados con figuras navideñas de nieve simulada y al fondo parece verse un belén recortado en cartulina y papel albal. En una de las fotografías el obispo eleva el copón sagrado con las dos manos hacia el techo pero la mayoría de los ancianos tiene la mirada clavada en el suelo y no parecen ser conscientes del milagro de la transubstanciación. En el apoyabrazos de las sillas de ruedas cuelga algún capirote de cartón de colores. Al lado del corcho, horario de misas del centro, manualidades de alambre y los precios de la residencia: Validos 925 €. Validos I: 1044 €. Asistidos: 1445 €. Asistidos I: 1760 €.

Durante las celebraciones religiosas mi abuela permanece arriba, sola, en una sala de estar con aire de invernadero. La planta superior es el territorio de los que aún pueden valerse y los asistidos nunca llegan hasta aquí. Hace tanto calor y el aire está tan enrarecido que las enredaderas crecen exuberantes aferrándose a las columnas, al techo y a los muebles. Todas las plantas tienen tamaños enormes como si fueran del trópico. Le pregunto señalándole las fotos del obispo: “¿qué hacía este payaso aquí?”. Ella calla unos segundos y responde: “Este sitio, es lo contrario de lo que yo soy”.

Nos muestra un oso de lana que hizo en clase de manualidades y salimos lentamente a la terraza a recibir los rayos del sol de la tarde. Frente a la residencia, la planicie gris, la tierra reseca tras el largo invierno de sequía. Los troncos arrugados de las viñas bajas y un poco más allá el cementerio. Dos cigüeñas han tomado como posadero la cruz de la entrada y los excrementos blancos de las aves trazan arroyuelos inacabados sobre el mármol. Están ampliando el espacio de los nichos y hay carretillas y morteros tirados en el suelo. Aquí y allá pequeños cráteres de agua en montañas de cemento en polvo. En la puerta, los contenedores rebosan con hojas de plástico y flores marchitas, con bloques de esponja y tiestos rotos, bandas de no te olvidaremos y los armazones de las coronas peladas. 

-¿Qué ha sido de Luisi?-Le preguntamos
-Enloqueció- contesta
-Qué pena. Era una señora tan alegre.
-Se lo advertí. Aquí no se puede hacer lo que hizo ella.

Una de las cigüeñas alza el vuelo, planea unos instantes sobre el cementerio y vuelve a su lugar en la cruz.

-Aquí no se puede pedir ayuda más de dos veces. A ella le gustaba estar aquí, con nosotros, más tranquila, pero a veces también quería bajar abajo al lío, al cotilleo. Se lo advertí, le dije que no pidiera ayuda para bajar, que se esforzase. Qué prisa tenía. Yo bajo muy despacio pero siempre por mi propio pie. La ayudaron a bajar un día. Luego otro día. Y ya no volvió a subir nunca más. Se fue dejando, se fue dejando. No pasaron ni tres meses y ya no puede ni comer sola. Aquí no están para ayudarnos.

Una nube empieza a acercarse al sol. La abuela dice: vamos adentro antes de que venga el frío. La nube sin lluvia lo cubre y se rodea de un aura dorada. Las iglesias se recortan al fondo en el atardecer.

-¿Qué tal el esqueje? ¿Prendió?
-Sí, está preciosa. Crece muy rápido. Le he puesto una guía para suba a las estanterías.
-No la riegues demasiado. Igual que aquí, un día a la semana.
-Sí.

Asciende de la planta baja el ruido de platos de la cena. Las visitas que se van, las despedidas. Recogen a los asistidos de su primer turno. Levantan sus brazos exangües, sus codos huecos, la piel  de pellejo dilatado que solo envuelve aire. Parecen flotar como esos cuadros de cristos desclavados. Los enlazan con un arnés a la grúa y los llevan colgando hacia las habitaciones moviéndose los ancianos como un suave péndulo al rodar de la grúa por el pasillo.

-Llevo aquí seis años y sé de lo que hablo. Hay que procurar no pedir, no reclamar, no quejarse. Permanecer callada sin causarles problemas. Si algo no me gusta, me callo y lo aguanto, o no participo. No están para resolver nuestros problemas ni para ayudarnos. Si no puedes pasear, te quedas sin pasear. Pero cómo nos iban a sacar a pasear a todos cada día. A veces mueven a los asistidos. Tienen diez minutos para cada uno. Levantarle con la grúa a la silla lleva tres minutos, volver a colocarlo otros tres o cuarto. Le quedan otros tres de paseo. Una vuelta al pasillo. Y bastante que hacen eso. Si estuvieran para ayudarnos tendrían que ser más y nosotros tendríamos que pagar más. Y de donde íbamos a sacar el dinero. La pensión no llega. Esto es una empresa. Hay cuatro socios que tienen que ganar dinero.

-Pero reciben subvenciones públicas. Tienen que tratar a las personas de un modo humano, preocuparse por ellas.

-Que ingenuo eres. Vi todas las residencias públicas de la zona antes de venir a esta. Todas están peor. Aquí están para otras cosas, no para eso. Tienes que valerte por ti misma. Si pides ayuda estás perdida. Cuando se acerca la hora de bajar yo paseo unos metros por el pasillo para que el cuerpo se vaya haciendo al caminar. Para que se acostumbre. Cuando suena la campana ya estoy preparada. Siempre llego la última pero no me importa porque no estoy en ninguna carrera. Y mientras lo haga yo sola nadie puede decirme nada. Tienen que callar y aguantarme. Nadie puede ni chistarme. Pero ¡Ay del día que tenga que pedir ayuda! Ese día se acabó. Se terminó todo. Ya no volveré a subir. Me quedaré abajo con esos pobres que están pero que en realidad no están y se pasan el día mirando la pared como alelados. Me llevarán a las misas como a ellos, y me dejarán ahí sentada sin saber ni lo que escucho. Me darán la comida en la boca igual que a Luisi. La vida se habrá terminado ya aunque todavía dure un poco más. Todos podemos equivocarnos, las personas cometemos errores. Pero en este caso se lo advertí. Se lo dije, lo hablamos, se lo expliqué muy bien. Que intentase hacer las cosas por si misma. Que se esforzase. Que nunca pidiese ayuda. Que fuese independiente. Se lo advertí. Se lo advertí.

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