29.3.09

Adiós a todo eso

Empieza el documental “Strummer: The Future Is Unwritten” y solo escuchamos la voz solitaria de Joe y le vemos cantando “White Riot” para un micrófono y con unos auriculares. Y da la impresión de que está desafinando, de que son gritos sin sentido, como nos ha parecido tantas veces cuando un vocalista canta en el estudio y no escuchamos lo que él escucha. De repente, alguien levanta el botón del mute de la mesa y en la sala del cine sentimos la tremenda descarga eléctrica que nos golpea literalmente y nos pega a los asientos. Llega la música. Y cuando la música le acompaña, lo que percibimos ahora es a Joe, en armonía con la lógica feroz de su banda de punk rock desgarrando el silencio, construyendo un nuevo mundo de notas en el páramo árido del aire en suspensión hasta entonces mudo, llenando el hueco, y a Joe dejándolo todo mientras canta, dejándose los cojones, dejándose el puto pellejo, dejándose el alma, dejándose la vida joder.

El día antes del fin estamos en el “Gatos” viendo de nuevo a Los Reyes del KO. Hago equilibrios en un sofá desfondado y veo a Marcos Coll sudar y resoplar, parece que rozando el agotamiento, mientras toma un ron y otro ron, y da la impresión que la saliva se le escapa por las comisuras de entre los labios y la armónica y le da un brillo como de barniz a su mandíbula, que el sudor le ciega, que todo el organismo está enviándonos sus mensajes de verdad. Temblamos cuando nos enamoramos, enrojecemos, nos brillan los ojos, late nuestro corazón más rápido cuando mentimos, el cuerpo envía mensajes a nuestros interlocutores diciendo: este sentimiento es cierto, no es impostado, lo dice la piel, lo asevera la carne. Y ahí está el suyo, en ese estallido de veracidad que se percibe en la tensión de sus manos sobre la armónica, en como asiente con los ojos semi cerrados cuando Adrián canta, en el sudor, en los escupitajos, en la verdad física. Está sentado, y parece muy cansado, sí, creo que está cansado, y toca, y toca, dejándose el puto pellejo, dejándose los cojones, dejándose el alma, dejándose la vida, llenando el hueco. Y en ese momento estoy seguro que para poder acercarme siquiera a lo que estoy viendo, hoy otra vez, como otras veces, tendría que escribir como Jack Kerouac cuando está viendo a Bulee "Slim" Gaillard. Y mientras tanto, si no es así, hay algo inefable, que no podremos explicar, que no podremos contar, pero que todos sabemos y a nuestro alrededor otros saben y todos sabemos que sabemos, que olemos esa verdad, esa pulsión de la música, de los músicos, de la turbulencia febril, de la pasión. Adrián por sorpresa nos hace subir a Josemi y a mí al escenario para tocar: “este es el territorio de los estercoleros”. Es obvio que le tiene un cariño eterno a Josemi, se ha notado cuando ha dicho “mi amigo Josemi”. El shure 58 ha chispeado, la temperatura del humo en el aire ha subido un grado. Creo que me voy a librar, pero no, también me toca. Nos coge por sorpresa y no sabemos qué hacer. Nos acompañan Samuel al violín y Paulo con otra guitarra eléctrica. Nos une al fin la vieja balada de Burning, que habla de la soledad. Fitzgerald decía que en la noche oscura del alma siempre son las tres de la mañana. Esa hora exacta es, otros nos acompañan cantando, un chaval parece emocionarse. Y cuando lo recordemos, cuando pase el tiempo, sabremos que fue en ese instante, en el Pub Gatos, donde siempre nos reciben con abrazos, sobre las tres, cantando “Una noche sin ti” de Burning, rellenando el hueco para que Marcos Coll y Adrián Costa pudieran tomarse un respiro, donde realmente se puso fin a nuestra historia como Robín de los Estercoleros y su Alegre Banda de Pataphísicos. Del mejor modo posible.

Los mismos que lo empezamos, hace 21 años, lo terminamos, en nuestro territorio, sí, que ahora ya no será nuestro si no de quien se lo gane, de quien toque, como nosotros tocamos allí, hace años, 4 horas sin parar, con el parche de la caja roto, los whiskys amontonándose tras su silla y Javier “Rayas” Paz dejándose los cojones, dejándose el puto pellejo, dejándose el alma, dejándose la vida en la batería; y Manolo Fontenla tiene los dedos entumecidos pero sigue riffeando, sureño, rockero, dejándose los cojones, dejándose el puto pellejo, dejándose el alma, dejándose la vida, y alguien dice: “no puedo más” y otro le contesta: “venga coño, la última” y la que iba a ser la última nos apasiona tanto que llama a otra. Y así otra y otra, y otra, y otra, y otra, y otra. Y son las seis de la mañana ya y ahí está la banda tratando de hacerse entender, desgarrando el silencio, llenando el hueco, construyendo su mundo de notas.

El día del fin, ayer, en nuestro local de ensayo, nos despedimos. No nos damos la mano si no que tocamos durante esa tarde viejos temas. Casi olvidados. Durante instantes se alcanza de nuevo el sonido sobrecogedor que ésos músicos eran capaces de crear cuando se sentían en forma, la fuerza enorme que eran capaces de poner en el aire. Una banda fantástica que sonaba feroz, avasalladora, tremenda. Te preguntas por qué termina todo pero lo sabes perfectamente, y luego, en el coche, hay como un luto latiendo silencioso y en las horas siguientes, como un regusto ocre de melancolía y pérdida. Es domingo, frente a mi ventana, otras vacías, carteles de Se vende, sombras en la pared blanca de árboles movidos por el viento que no veo, un día que querría ser claro y no ha podido, que se ha quedado en nada, quiso calentarnos y no pudo, quiso iluminarnos y no pudo.

Adiós a todo eso. A la batalla campal de nuestro primer concierto, punks de pueblo, músicos de mierda, todo corazón e idealismo, tomando siempre, una y otra vez, las decisiones incorrectas sobre cuando saber callar o qué deber decir, con quien llevarse bien, a quien adular, elegir la ola buena, el momento de los vencedores, todo sin cálculo, todo frases del tipo “yo me niego”, “yo no me vendo”,”que les den por culo”. Nadie quería comprarnos pero no nos vendimos. Adiós a todo eso. A tantísimas y hermosas noches de fraternidad y música. A ver como se detiene el tiempo de los prolegómenos, cuando quizá a media tarde en el pub sonaba Sweet Virginia, yo estoy sentado concentrado en mis cosas, quizá leo una revista, Josemi parlotea con el dueño, Larry parece encontrarse como perdido ante un café, tiene un algo de desvalimiento y Manolo coloca sus amplificadores, sus pedales, limpia cada cuerda, estira los cables, Javier monta cada pieza de la batería en silencio, tranquilo, pausado, minucioso, con esa especie de precisión en los gestos de ambos de un miniaturista en un universo sin relojes. Adiós a todo eso. A lo que tan bien relata mi hermano en el myspace de la banda, “siempre sedientos. Aventuras surrealistas, emocionantes, divertidas, tantas veces absurdas. Algunos amigos. Algunos grandes amigos. Los estercoleros, los buhoneros del Rock, amaneciendo con los últimos borrachos, con los últimos charlatanes, con los últimos aventureros de la medianoche, en busca de un último lugar. Con los que les emocionan y con los que aún tienen capacidad para emocionarse”. Dejamos un puñado de canciones, un disco que creemos bueno y nuestro reconocimiento de no haberlo sabido hacer mejor, pero haber hecho lo que supimos.

Y suponemos que es el momento de acordarse de los que nos ayudaron, los que nos miraron, los que estuvieron con nosotros incondicionalmente, Alina, Curi, Fido, Nani… todos los que pasaron por aquí, de Javier “Tutti” Eyo, que nos dejó tan desvalidos al morir, del científico del caos, Fernando Neira, de Gabriel Guijarro que nunca dejó de mostrar su fidelidad a toda prueba, de Mon, de Ronnie, de Alberto “el Portugués”, de “El Profe” con el que compartimos tantos y tantos desequilibrios y..qué tremendo músico.. , de Joao que unió su destino al nuestro en los últimos años con su saxo desbocado…y de tantos, no cabrían aquí, con los que compartimos el escenario, que nos aplaudieron, que cantaron, que nos siguieron.

Hasta la próxima en otro proyecto, en otra cosa, en otro escenario, the future is unwritten, porque de algún modo, hasta el día en que dejemos de respirar, creo que estaremos ahí, cantando, tocando, y quizá desde fuera parezca que sonamos desafinado, que son gritos sin sentido, para nadie, pero sencillamente, no podemos evitarlo. Desgarrar el silencio, construir nuestro mundo de notas en el páramo árido del aire en suspensión mudo hasta entonces, llenar los huecos, con lo que sepamos, explicando lo poco que aprendimos, componiendo como mejor podemos, escribiendo lo más honestamente que podemos escribir, sin que nos importe si delante hay más o menos, sin obligar a que se nos quiera, queriendo hablar, pero al tiempo, sin que nos afecte si nos entienden o no, sintiéndonos solos tantas y tantas veces, cansados, jadeantes, incomprendidos, desengañados, restablecidos, resacosos, soñolientos, impotentes, ignorados, amados, despreciados, excitados, como dice Johnny Cash, y antes Neal Diamond, en Solitary man, “right or wrong, weak or strong”, acertados o errados, débiles o fuertes, perdidos como Joe Strummer, buscando el modo de contar, sin saber tantas veces cómo tender los puentes, cómo abrir el corazón que se niega a ser explicado, a ser interrogado, a ser expuesto, cruzando a veces la mirada con alguien que te sonríe en el público, ver a tu novia sacándote fotos y parando solo para aplaudir, resbalando borrachos, tropezando con botellas de Estrella Galicia, descargando los trastos del coche, abollando la furgoneta, conduciendo hacia algún pub oscuro, alguien pregunta: “¿donde cojones está ese pueblo?” y nadie lo sabe, coincidiendo a veces con otros músicos en la vida y en la historia, sobre y bajo el escenario, contando chistes que no hacen gracia, nunca triunfando y nunca fracasando, porque ni buscamos el triunfo ni concebimos el fracaso, los tres que lo empezamos, los tres que seguimos, dejándolo todo al tocar el bajo, dejándolo todo al riffear, dejándolo todo al cantar, dejándonos los cojones, dejándonos el puto pellejo, dejándonos el alma, dejándonos la vida joder.




Y aquí queda lo mejor que hemos sabido hacer. Yo creo que es un gran trabajo. Bajáoslo si quereis:
Descarga el CD de Robín de los Estercoleros. Lanzarse a las heridas

    25.3.09

    La oración del amante

    La verdad es que estaba pensando en escribir sobre otra cosa, pero no puedo resistirme a contar esto. El martes estaba tumbado en la cama, pasaba la una de la madrugada, leía a Norman Mailer y acababa de zamparme mi octavo plátano del día (ahora mis pulsiones arrebatadas se dirigen hacia el consumo incontrolado de mandarinas, pero sobre todo de plátanos. Ah, recuerdo aquellos tiempos en que mi fogosidad me encaminaba a metas más insensatas…). El caso, es que no sé si es un efecto secundario de la sobredosis de potasio pero algo despertó en ese instante mi yo científico. De entre todo el universo de fenómenos dignos de ser estudiados en mi habitación pude haberme decantado por analizar la tendencia al acartonamiento y los crecientes efluvios que desprende mi pijama favorito (y tan favorito, somos uña y carne), en estudiar los efectos en el sueño de los pliegues invariables de las sábanas y las miguitas de pan (En un nivel físico es claro que las miguitas tienen obvios beneficios al aplicar masajes en la zona dorsal y lumbar activando la circulación, pero quizá un análisis antropológico nos hiciese reflexionar sobre su significado como almacén o pequeña despensa, reminiscencia de épocas en que el alimento de mañana no estaba garantizado. Otro punto de vista sería el de haber sido usadas como método para tener un sueño más ligero y protegernos de posibles depredadores. La investigación de las miguitas no tiene fin). De igual modo, podían haber despertado mi curiosidad racional otros sucesos prodigiosos como la anómala y portentosa reproducción de pelusa bajo la cama y tras la puerta (¿de dónde sale la hijaputa?), la expansión continuada de unos extraños surcos de evidente contenido simbólico en el parqué, allí donde roza con las patas de la silla (que yo comparo con los círculos del maíz o con las misteriosas líneas de Nazca en el Perú y achaco a una civilización liliputiense que está enviando mensajes a los extraterrestres y que trato vanamente de comprender) o la no menos misteriosa aparición de manchas violáceas en la pared a la altura de la colcha (violeta) que evocan un atardecer de verano, o mejor aún, una aurora boreal en la superficie blanca y helada (no es pared medianera), a la altura del enchufe. Como si de algún modo, los fenómenos meteorológicos externos pudiesen convertirse en internos, lo que se evidencia irrefutablemente pues cuando llueve fuera, en mi casa, bajo la tapa de la persiana también llueve dentro, y cuando ventea fuera, también ventea dentro.

    Pero nada de esto fue objeto de mi estudio ese día, y los efectos del consumo inmoderado de potasio me llevaron por otros derroteros. Nada menos, que me dio por “descubrir” una teoría que explicaba genéticamente la promiscuidad masculina y el machismo. Mi teoría era esta:

    Tenía vagas ideas sobre Richard Dawkins y su “gen egoísta”, y aunque no disfruté del placer de haberlo leído, ya poseía cierto conocimiento, un tanto informe, de algunas de las extrapolaciones que de ahí se derivan. Por ejemplo, que el parentesco tiene según él una raíz genética. Partimos del hecho casi incontrovertible si creemos en la teoría de la evolución (lo explica casi todo salvo quizá mis pelusas, que nos hacen pensar en el creacionismo, o en el llamado “diseño inteligente”, o como mínimo, “diseño hijoperra”) de que los genes, tienen un mandato absoluto de replicación. El único objetivo de un gen es reproducirse, duplicarse, y para eso construyen organismos, que son meras máquinas de supervivencia del gen/asociación de genes. Los genes que triunfan son aquellos que pueden construir organismos eficientes y el resto se extinguen. No son las células las que mutan si no los genes que se sirven de ellas. La existencia de la vida, en toda su complejidad infinita y cambiante, es la prueba visible de la inmoderación reproductora de los genes, de su imparable codicia, de su mandato por la inmortalidad. Según Dawkins, eso explica muchas de las pautas de comportamiento humanas. Entre ellas, el parentesco. Como hecho constante en todas las culturas y todas las eras tiene todos los números para ser biológico. Para Dawkins, los genes mejoran su posibilidad de replicación aumentando el número de organismos en el que habitan. Puesto que con nuestros hermanos compartimos el 50% de nuestra información genética, con nuestros primos, 1/8, y así sucesivamente, el “amor” de parentesco no es más que una estrategia evolutiva óptima para defender la existencia de la copia del gen en otro cuerpo. O sea, protegerse a si mismo. El “amor” que sentimos es proporcional al número de genes compartidos, y amamos más a los más cercanos, y menos a los más lejanos en consanguinidad. Evidentemente, la cultura crea construcciones simbólicas a partir de este hecho pero son a posteriori.

    Por qué me vino esto a la cabeza mientras leía a Mailer añorando el whisky en su marcha hacia el Pentágono no tengo ni puta idea. Pero así fue. De aquí, extraje una conclusión que me pareció entonces muy luminosa. Una mujer, una hembra humana, en todas y cada una de las concepciones que tiene, replica el 50% de sus genes. Y, de algún modo, está siempre en tablas. Ni puede empeorar ni mejorar. Es decir, ni puede no transmitir sus genes a las crías, ni puede tampoco transmitirlos de otro modo (en otras mujeres). Desde un punto de vista de la expansión de sus genes, su mejor opción es tener todas las crías posibles durante su vida fértil, pero ninguna otra estrategia supera a esta. Por tanto, un solo varón, sería suficiente para cubrir su expectativa de éxito (hablamos siempre desde el punto de vista genético, no de la conciencia de los hombres). Sin embargo, el varón no tiene certezas de que sea su información genética y no otra la que se transmite. Y de ahí, deduje yo, la hiper importancia de la virginidad en las culturas, por ser el UNICO medio objetivo de garantizarse un varón que efectivamente será su descendencia y no la de otro. Al existir esta incerteza, parece razonable pensar que la mejor estrategia es ejercer el mayor control posible sobre la hembra para impedir que otros la fecunden. Y en un ejercicio contrario, intentar fecundar cuantas más hembras mejor. Si en el caso de la mujer, el número de hombres distintos no mejora sus posibilidades, en el caso del hombre, un mayor número de mujeres sí las mejora. Según “mi teoría”, eso explicaría la (probada, pero no voy a aburrir con los datos) promiscuidad masculina. Y es esa tensión que se manifiesta entre los varones entre el deseo de poseer más hembras y al tiempo proteger la suya la que deriva en un ensañamiento en el control de su “propiedad”, de su opción de transmisión genética. Así, aquellos genes asociados a comportamientos posesivos tienen objetivamente más posibilidades de ser transmitidos. Aquellos asociados a la apariencia física o a comportamientos de seducción, también. La replicación genética no busca el matrimonio ni la felicidad humana, si no su expansión “egoísta”, por tanto, carece de importancia si por medio del adulterio las crías de un hombre las acaba criando otro. De hecho, de nuevo evolutivamente, esa sería la mejor estrategia que optimiza costes/beneficio. Se produce la replicación y es el otro engañado (que no replica) el que asume los sacrificios de la crianza.

    En fin, un poco más larga y atendiendo a otros aspectos, esta era básicamente mi “teoría”, mi “descubrimiento”. Desde el principio me pareció tan hermosa y de una sencillez tan lúcida que era de todo punto imposible que no hubiese sido pensada antes. Pero de hecho, yo no la conocía. Investigué en la red, pero no encontraba nada parecido (no busqué bien) aunque se hacía meridianamente claro que no era más que una derivación lógica de las ideas de parentesco. Al final, reuní valor y se la envié por email a mi profesor de filosofía para saber su opinión, y supongo que debió pasarse un rato entre divertido y pasmado. Mi natural tendencia a la humildad y al justo medio ya planificaba a donde iba a ir de vacaciones con el dinero del Nobel de biología y otras cosas prácticas y normales como el impacto del premio en la declaración de IRPF. ¿Tendría que dar un discurso en inglés? No jodas. Gracias, y punto. Yo soy consecuente, si digo que aprender lenguas es de bobos, lo cumplo a rajatabla. ¿Caminaría por la calle como José Luis López Vázquez babeando con las suecas? ¿Qué ropa llevaría? En un acto así, con esa trascendencia mediática, que menos que usarlo para llevar algún tipo de camiseta que reivindique alguna causa justa. Si, llevaría la del injustamente olvidado Sid Vicious. Ah no, que obligan a ir con frac. ¿Fliparía pensando que soy James Bond? Casi seguro. ¿Iría hacia el estrado cantando en mi cabeza la melodía de la peli (tantararan tan tantantan tantararan tan…) y con cara de duro (pero sensible)?. Muy probable.

    Pero dentro de mí, además de ese ser reacio a la adulación y a la admiración, modesto y sencillo, renuente a la lisonja y el halago, habita otro yo, que me susurra advertencias a veces razonables, del tipo: “cuidado, jorge, a ver si va a ser como la vez que “descubriste” la fórmula de las combinaciones de tres elementos o cuando “inventaste” el robot aspiradora, la percha planchadora o el tendedero de ropa cubierto y con mallas metálicas al fondo para impedir la caída de calzoncillos” (que otros bastardos habían inventado previamente). Así que, me puse a investigar con un poco más sentido común, y luego me fui con Larry a la librería. El resultado, huelga decirlo, fue que efectivamente era una derivación de la teoría de Dawkins, además, punto por punto, igualita, e incluso utilizando yo frases casi idénticas (¡pero que no había copiado!), aunque por supuesto, él la probaba con multitud de ejemplos y estudios. Este año no habrá Nobel me temo. Imaginé la cara de estupefacción de mi profe pensando: “¿cogerá esta costumbre este notas? ¿me mandará mañana su descubrimiento de que la tierra gira alrededor del sol?” En fin. Es lo que hay. Siempre hay algún capullo que se adelanta. Copérnico cabrón, Galileo de mierda. Y a él, eso le pasa por dar clase a imbéciles, miel a los cerdos.

    Para mí lo importante de todo esto en realidad, no fue haber descubierto o no algo. Hemos convenido (quizá no todo lo científicamente que se debiera) en que tengo un instintivo rechazo por la presunción y el narcisismo y que la total modestia guía mis pasos. Además, era de todo punto inconcebible que otro no lo hubiese pensado ya. Para mí, lo importante fue la sensación de belleza y perfección que me causó tanto cuando lo “descubrí”, cuando, igualmente, incluso más, en el momento en que realmente encontré el análisis de Dawkins, explicado por Steven Pinker, que explicaba ese y otros comportamientos humanos con una claridad y una luminosidad realmente hermosa que me pareció fascinante. La admiración ante la luz de la verdad, ante una construcción elaborada siguiendo los pasos que dicta la razón humana en su intento honrado de acercarse a la exposición del mundo. Comprendí, en esta ocasión, como en otras, esa especie de separación de la voz de la razón de la voz humana. Cuando dice Heráclito en el foro que escuchen en su voz, que no es su voz, la voz del logos, dice por primera vez eso, que hay un orden en la naturaleza, en lo vivo, que se impone a nosotros. Que no es porque nosotros lo digamos. Fuera de toda presunción humana, fuera de toda soberbia, es, porque es. Comprendí, por qué los matemáticos dicen que un teorema es bello, por qué los científicos buscan esa explicación matemática en los fenómenos de lo existente que se les aparece, increada, a la que se llega y que despierta siempre admiración por la perfección absoluta e inevitable del encaje de sus piezas.

    Todos, todos nosotros tenemos ese científico dentro. Cuando el niño pequeño ve como bañan a su hermanita bebé, reflexiona y dice: “a los bebés aún no les crece el pito”. Utilizando una implacable lógica científica, basando su apreciación en los datos empíricos que posee y en su experiencia vital sobre como crece el pelo, o los dientes, o como se gana altura y peso. Si fuera mi hijo le daría un enorme beso. A veces es razón práctica y a veces razón pura. Larry me cuenta que el otro día se sintió inspirado por mi habitual forma de raciocinio (qué honor) en una cafetería y reflexionó del siguiente modo: “la camarera dejó sobre mi mesa la revista Interviú cuya portada ocupaba Beatríz Montañez. Beatriz Montañez tiene los pechos pequeños. Normalmente la portada la ocupan chicas con pechos enormes. La camarera nunca me deja la revista sobre la mesa. La camarera tiene pechos pequeños. Conclusión: la camarera trataba de decirme metafóricamente que los pechos pequeños, los suyos, eran también dignos de ser admirados. Por mí.”. Esto es razón pura. Cuando al día siguiente traslado este razonamiento al Becario y Abelucho, e instantáneamente Abelucho pregunta más que interesado: “¡¿donde está esa cafetería?!”. Eso es razón práctica.

    Pero si acaso la teoría genética que explica nuestro comportamiento (histórico) es correcta, eso no trae aparejado ningún deber ser, ninguna inevitabilidad, ni siquiera ningún componente moral. La enfermedad está en los genes, y la combatimos. La muerte es natural y la combatimos. Pero saber, saber de donde proviene el mal, es el único modo de luchar contra esa situación de dominio inmoral y de cosificación permanente de la mujer. Saber, es la forma que tenemos de poder comportarnos mejor con los otros. Saber que estamos programados para querer no implica que dejemos de querer, ni que el cariño esté bajo sospecha. Implica en todo caso que es posible trasladar ese cariño a otros. Nuestra constitución genética está adaptada para una sociedad de cazadores-recolectores que dura cientos de miles de años y no aún para la sociedad moderna, que es una gota de agua en ese mar temporal. Lo que sirvió no tiene por qué servir. No estamos constreñidos por la biología, somos los dueños de nuestro destino y de nuestros actos, y para eso, la estrategia quizá sea intentar ver el mundo con la mayor claridad posible. La claridad que nos permita entender a los demás del mejor modo, qué sienten, qué les hace sufrir, por qué lloran, como podemos consolar, cómo podemos comprender, cómo podemos liberar, educar, ser educados, aprender, escuchar, cómo podemos serenar...cómo podemos querer. El otro día, estaba intentando escribir una oración. Se llamaría la oración del amante. Aún no la he terminado. Pero en la oración, el amante dirá algo así: Cuando te amaba estaba tan ciego que no te acariciaba, si no que te palpaba. En mi soledad me gusta estar cerca de la luz no para hacerme mejor si no para aprender a acariciarte.

    4.3.09

    Ciegos

    Un hombre ciego de nacimiento describe su visión del mundo. En ella las explicaciones ópticas no tienen sentido. Cuando se le pregunta si desearía recuperar la vista, el ciego, que carece de experiencias sobre lo que tal cosa significaría responde que no, que lo que desearía sería unos brazos más largos para “ver” el mundo a su manera. Con otro ciego, profesor de óptica en Cambridge, reflexiona un joven filósofo sobre como la incapacidad para ver puede cambiar el sentido moral. Al tener que aprovisionarse a través de la piel de las experiencias del mundo, ¿puede tener por ejemplo, consciencia de la existencia de Dios a través del tacto? El profesor le contesta al joven filósofo: “si usted quiere que yo crea en Dios tendrá que enseñarme a tocarlo”. Estos dos ejemplos, llevaron a ese joven filósofo, Diderot, a la cárcel. Y en ellos se haya hermosamente descrita su visión sobre el acercamiento del ser humano a la razón. Tenemos unos medios limitados, no podemos saberlo todo, no podemos abarcarlo todo, pero en nuestro pequeño ámbito, con nuestras armas intentemos vencer a la ceguera. El mismo Diderot, deja otra cita preciosa en el mismo sentido: “Vagar de noche en un espeso bosque. Sólo tengo una luz para guiarme. Aparece un extraño y me dice ‘Amigo..., deberías extinguir tu luz para encontrar el camino con más claridad’. Este extraño es un teólogo”.

    El que ama la razón se contenta con la luz que puede abarcar con sus instrumentos. Constantemente busca iluminar más, pero entre tanto, solo ve lo que está bajo el foco. El otro, el que habita en la tiniebla, acostumbra sus ojos a la semi-oscuridad con la esperanza de que los ojos quizá alcancen más lejos al habituarse. Pero el precio a pagar es mirar siempre en la penumbra, a ver el mundo entre sombras, con los ojos entornados.

    En la hermosísima The Reader, Hannah Smith el personaje que interpreta una impresionante Kate Winslet une la lectura al acto de amar. A los únicos momentos en que su existencia gris y solitaria alcanza instantes de humanidad honda. Leer es incluso más que amar. En un momento determinado le dice al chico: “cambiaremos el orden, primero leeremos”. Como si la pulsión por conocer, el anhelo de empatía por el universo infinito de los personajes de los libros dejase en una experiencia limitada el roce de la piel con otro ser humano. Los que hemos amado sabemos que hay una parte de verdad, que no hay amor profundo sin curiosidad por el saber del otro, sin compartir la visión del otro, su aleccionarse con la mirada descubridora del otro sobre las cosas, que el roce de los intelectos debatiendo, no necesariamente sobre nada agudo si no sobre lo que alcanzan sus respectivas luces en el reino de la oscuridad, sobre su caminar cotidiano, sobre lo que miran, es precisamente el verdadero sostén del amor. La piel era sustituible, la palabra, la inteligencia, no.

    Y en ese amor por procurar que los demás tuviesen mejores armas para la razón, mejores lámparas para iluminar sus pasos, el joven filósofo Diderot, se embarcó en lo que al principio no era más que la traducción de un diccionario inglés para construir un monumento a la razón, a la libertad, al espíritu crítico y a las mejores virtudes del ser humano. Todo ello con un esfuerzo ciclópeo que le convirtió al fin en un esclavo de su obra, que a su modo de ver arruinó su vida, le impidió dedicarla a otros destinos con los que soñaba y le regaló un constante flujo de amargura y preocupación. Se cumplió el vaticinio de su madre que le decía que un filósofo era “un loco que se atormenta a sí mismo durante toda su vida, para que la gente pueda hablar de él cuando haya muerto”.

    Sin embargo, la insistencia de ese hombre, durante más de la mitad de su vida, por construir ese instrumento de claridad, la Enciclopedia, finalizó al fin con una obra casi inconcebible por su brutal extensión de 25.000 páginas y casi 72.000 artículos, pero sobre todo, con uno de los ejemplos mayores de fe en el ser humano y de compromiso con los demás. Porque la Enciclopedia fue algo más que un simple diccionario y toda su concepción y creación es un fascinante ejemplo de libertad e ingenio.

    Hasta entonces, los diccionarios enciclopédicos estaban ordenados temáticamente. Los enciclopedistas decidieron una ordenación alfabética. Y esto, que ahora, aceptado por nuestra costumbre quizá nos parezca baladí, supone en realidad una democratización de todas las formas de conocimiento y una ordenación del mundo de acuerdo solo a criterios racionales. La ordenación temática obligaba a dedicar un enorme caudal de páginas a secciones como la teología, pero aquí, era una entrada más en la letra T, junto a la que hablaba de los torneros o los telares. La Enciclopedia asumía además sutilmente el árbol genealógico de conocimientos de Bacon según el cual del entendimiento humano surgían las ramas de la memoria, la razón y la imaginación, de las que brotaban nuevas subdivisiones. En estas subdivisiones, la teología se convertía en el tronco del que crecía la religión, pero también la adivinación y la magia negra. Y desde luego era un tronco mucho menos fructífero, por ejemplo que el de la matemática, de donde florecían óptica, mecánica, geografía, acústica, hidrografía, dinámica…..etc, etc.

    La visión puramente humanística de la enciclopedia por ejemplo, obviaba en general la historia de reyes, santos o grandes batallas, pero podía dedicar un número exorbitante de páginas a describir hasta el detalle instrumentos manuales tan humildes como un alfiler, al que se dedicaban nada menos que 5.000 palabras detallando cada una de las 18 operaciones que tenía el proceso de su fabricación. Pese a todos los intentos censuradores de las fuerzas políticas y sobre todo religiosas de la reacción y la tiniebla, los enciclopedistas fueron capaces de introducir de múltiples e ingeniosos modos una filosofía sobre la libertad del hombre que se manifestaba por ejemplo en entradas como “Autoridad Política” cuya primera frase decía: “Ningún hombre ha recibido de la naturaleza el derecho de mandar sobre otros.” Otras veces, se buscaban modos más sutiles, como por ejemplo con la entrada “Duc” (también búho en francés) donde el lector encontraba primero la descripción del ave nocturna, y solo luego se refería a la alta nobleza. Igual sucedía con “Roi” que primeramente hablaba de “un ave de aproximadamente el tamaño de una hembra de pavo” y solo luego pasaba a disertar sobre los reyes de Francia. Como dice Philipp Blom en su maravilloso libro “Encyclopédie. El triunfo de la razón en tiempos irracionales”, "el orden enciclopédico restablecía la ley de la naturaleza, en vez de reformar las convenciones sociales". En ocasiones, eran las referencias cruzadas entre las distintas entradas las que se utilizaban como medio aleccionador. Y así, tras el artículo para “Libertad de pensar” se añadía “Véase Intolerancia y Jesucristo”. O en la entrada "Antropofagia", “Véase Eucaristía y Comunión”. Y otras veces, el tono del artículo era tan pomposo y desproporcionadamente elogioso que era evidente que se trataba solo de una crítica irónica y sardónica.

    Pero sin embargo se tomaban muy en serio los oficios artesanales, el saber de los hombres en su cotidianeidad, con grabados de una minuciosidad enfermiza, entrevistas por innumerables talleres con obreros de toda condición o maestros de los gremios. El foco estaba puesto en el ser humano, en su capacidad de dar luz cada día, en su inventiva, en su esfuerzo por dominar y entender la naturaleza y la técnica, en su genio.

    En las mismas fechas, en Alemania, Gotthold Ephraim Lessing, otro ilustrado, nos dejó esta bellísima frase: “El valor de un hombre no consiste en la verdad que posee o cree poseer, sino en su esfuerzo sincero por llegar a poseerla; pues no es la posesión de la verdad, sino su búsqueda, lo que acrecienta las fuerzas y hace progresar en la virtud. Si Dios tuviese encerrada en su mano derecha toda la verdad, y en su izquierda sólo el ardiente anhelo de ella con la condición de hacerme errar eternamente, y me diese a elegir, caería humildemente sobre su mano izquierda exclamando: Padre, dame esto; la verdad pura te pertenece sólo a Ti”.

    El primer ciego no es un pobre idiota que renuncia a la luz si no que en realidad repudia la visión sobrenatural desde un conocimiento del que no tiene ninguna noticia, alejado absolutamente de su experiencia, para creer, para confiar en lo que para él es empírico, su tacto. No renuncia a conocer, si no que lo hace con los humildes modos que tiene. Hannah Smith al fin aprende a leer, y quizá casualmente, quizá no, el aprendizaje en la lectura, que no es más que la apertura de la ventana a las vidas de otros, a las pieles de otros, al dolor de otros, a la suerte de otros, es la que le hace tener la conciencia definitiva de su existencia y su biografía. No sé si es casual también que la manifestación más profunda del amor y de la generosidad, cuando la piedad ha fracasado, sea la lectura de libros, el ofrecer a otro el conocimiento, alumbrarle con nuestra linterna.

    Diderot, terminó su vida distanciado de su creación, de la que se sentía un esclavo y a la que guardaba quizá incluso rencor. Y aunque todavía vivió 19 años más, no fue capaz de dejar a la posteridad esa gran obra filosófica o novelesca de la que todos sus amigos le creían capaz, una obra que demostrase su originalidad, su genio vivaz. Sin embargo, a esos amigos que quizá se sintieron desilusionados con él, que pensaron que había desperdiciado su talento, a los otros, a los demás, les regaló ideas que sin él no hubiesen sido jamás capaces de concebir, les iluminó con su deseo de verdad, con su talante curioso y observador y sobre todo, con lo que honestamente creo que es la verdadera prueba del amor, su generoso deseo de llevar la luz. Ciegos que caminamos deseando tener brazos más largos. En la oscuridad, uno hoyando sobre las huellas que el otro deja en el bosque sombrío, a veces una de las luces brilla más, pero es el otro el que la alimenta. Sosteniendo los dos el farol que apenas alumbra unos metros ante el mundo oscuro de la tiniebla. Apoyándose frente a los otros que llaman a caminar a oscuras con los ojos entornados, fiando sus pasos a luces externas de religiones o tradición. Disfrutando de la extraordinaria belleza del universo, aún pequeño, cotidiano, diario, bañado por la claridad de la verdad pensada. El amor no era la piel, el amor era eso.