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Un año después del robo, Serafín Castro, el “Poirot da Rúa
de Petín”, Jefe de la Unidad de Delincuencia Especializada y Violenta, cerró el
expediente y suspiró. Había resuelto exitosamente uno de los casos más
complejos de toda su carrera, e, incluso un hombre como él, acostumbrado a
enfrentarse discretamente con criminales despiadados y escurridizos, lo había
pasado mal en estos 363 días de angustia que hicieron temblar a la sociedad
gallega.
Serafín Castro, curtido en investigaciones contra mafias
violentas de delincuentes profesionales jamás podría haber supuesto que sería
una banda integrada por un electricista, su mujer, su hijo y la novia de este la
que le daría un vuelco a todo su modus operandi de investigación. Y esa mañana,
ante los periodistas, se sentía bien, orgulloso de un trabajo bien hecho.
Entonces, abandonó la discreción que le hacía estar siempre
entre bambalinas, en su habitual desempeño profesional callado, sin reconocimiento, y por
primera vez en su carrera, se explayó:
-Desconfiábamos de él desde el tercer
día pero lo importante no era saber quién era si no que apareciese el libro.
Cuando los compañeros policías se lo encontraban por la catedral le
preguntaban: “Manolo, no habrás robado tú el códice” y él bajaba la cabeza y no
decía ni que sí ni que no. Otro día le preguntamos, “A ver si alguien lo va a
quemar, Manolo”, y él daba como un respingo y decía instintivamente. “No, no, no, quemado no
está”. Aquí ya vimos que le había traicionado el subconsciente. Ya sospechamos
más.
Podemos imaginar este año de espera, llevando la
investigación de este modo tan gallego, educado, con sentidiño, sin molestar
mucho. “Manolo, venga dinos donde está
hombre”, con la paciencia cósmica que nos acompaña desde siglos, esperando
que las cosas se arreglen por si solas, sin forzarlas, con respeto, mirando al
perenne cielo lluvioso y diciendo: “a ver si escampa”. Más tarde todos se
apuntaron al carro de ganador de “yo ya lo había imaginado”. El deán de la
catedral dijo: “yo ya sospechaba de él porque
como no le pagamos lo que le debíamos”. En las oficinas de toda Galicia se
contaban historias raras: “Mi abuela estuvo en el hospital en Lugo a la semana
del robo y una vieja en la cama de al lado no hacía más que decir: “ese foi o
electricista, ese foi o electricista”. Sí, ahora todo el mundo era muy listo.
Pero el primero en tender su red de astutas trampas e ingeniosas celadas, “Manolo, no serás tú el que lo robó, eh?”,
fue Serafín Castro.
Y eso a pesar de que la relación que los investigadores
entablaron con la jerarquía eclesiástica no fue todo lo productiva que cabía
esperar.Recordaba un miembro del equipo que rescató el
Códice: “Algunos mentían como cosacos, y
otros se escabullían”, “por una cuestión o por otra, consideraban que tenían
algo que esconder, que eran sospechosos de primera y se cerraban en banda”.
Antes, todos los expertos de los medios de comunicación
locales aventuraron inteligentes teorías. Un medievalista llamado Bustamente
mostró su sorpresa por el robo del Códice pues había otros libros que “son más de robar”. La Voz de Galicia
habló de un secuestro del terrorismo islámico y lo razonaron de un modo
irrefutable: “A fin de cuentas, el
Apóstol es “Matamoros”. Solo Serafín sabía la verdad. Sabía que se
enfrentaba a su némesis, a su archienemigo, a alguien que desafiaba
toda la lógica criminal conocida, pero que él había calado hasta el tuétano. Y
ante los periodistas no dudó en hacer un retrato robot de la mente de ese super villano y de paso, un fino análisis sociológico de la realidad gallega:
-«¿Qué quería hacer
con el dinero?», se preguntó retóricamente Serafín Castro. «Lo típico de los gallegos, meterlo debajo
del ladrillo y estar a la espera».
Y luego, haciendo uso de una figura literaria que no sé
si calificar de pleonasmo o sinonimia, añadió: “es un hombre de carácter cerrado, oscuro, gallego, con unas costumbres
algo rarillas y una vida muy monótona”.
Nada que ver con los peligros hampones con los que
Serafín se habría enfrentado hasta ahora. El electricista era un tipo correoso,
no era fácil cazarle. “Le preguntábamos
si lo había robado él y contestaba: “no sé, no me acuerdo”. No, no era un hueso
fácil de roer. Una mente complicada, perversa. Un tipo, como dijo luego el
Deán, gran analista de la psicología humana, “con dos personalidades, una
normal, y otra que le llevaba a apropiarse de objetos.”. Y todo esto, sin
dejar de acudir ni un solo día de su vida a la misa de siete y media a la
catedral. Aunque de vez en cuando, el muy ladino entraba escondidamente. Serafín
se dijo: “el ladrón siempre vuelve a la escena del crimen pero lo de este
hombre ya se pasa”. No, no había sido fácil. Sin embargo, al fin la sutil
trampa tendida durante un año entero se
cerró inexorablemente sobre Manolo, el electricista.
Los indicios se acumulaban. No solo se le había escapado
en un momento de debilidad aquella frase delatora: “no, no, no, quemado no está” que tanto hizo sospechar a Serafín.
Hubo más cosas. La policía descubrió que estaba tratando de comprarse un
segundo piso en Milladoiro. Esto era en sí mismo un signo evidente de maldad:
una vez puede haber picado cualquiera, así a lo tonto fue como se hinchó la burbuja. Pero comprar un segundo piso en
semejante sitio denota sin duda una personalidad delicuencial. El electricista
además había ido creando un auténtico emporio inmobiliario en los últimos años,
con un garaje en Negreira, un trastero en O Grove, y, la joya de la corona, un
ático en la parroquia de A Revolta, en Noalla. Los indicios se amontonaban. La
dueña de la Cafetería Casalote dijo que se le había estropeado el Citroën
Xantia y que la reparación “se le iba a
ir a 2000 euros”. Y otros vecinos hicieron llegar otras informaciones anónimamente.
Según estas, en ese modo tan nuestro de sí pero no, y no pero sí, aunque Manuel
no tenía un estilo de vida ostentoso (“más
bien al contrario” apuntillaron), dejaba propinas en los bares “de más de un euro”. Para la policía
esto ya fue definitivo.
Esa mañana un amplio dispositivo de agentes, apenas 360 días
después de acumular las primeras sospechas, forzó la puerta de uno de los
tesoros inmobiliarios del electricista y que resultó ser su guarida criminal
secreta: el garaje/trastero de O Milladoiro. Begoña Bravo, vecina del barrio,
narró el registro para V Televisión. “Solo
encontraron basura y porquería”dijo.
“Unos libros viejos y unas bandejas de plata”. Un rato después, la policía
se hartó de hurgar entre la chatarra. Serafín aún piensa horrorizado: “qué
cerca estuvimos de fallar, qué cerca”. Manuel era un genio indiscutible del crimen. Un maestro de la disfraz y la falsificación. Entre sus aportaciones a la historia criminal del mundo estaba haberse hecho a si mismo en su casa un contrato de trabajo en el que pasaba de personal contratado a fijo en la catedral. Si lo hicieran los demás parados, otro gallo nos cantaría. Y su astuto
enmascaramiento de los objetos robados en un mar de desechos e inmundicias casi estuvo a punto de despistar a la policía. Para cuando llegó el juez, los agentes
ya se habían aburrido de andar revolviendo sin éxito entre la roña y estaban
entregados a sus asuntos, charlar de sus cosas, pensar en las musarañas,
echarse un pitillito, en fin la vida de los servidores de la ley. Alguno
disimulaba moviendo alguna bolsa desganadamente con el pie, como con aburrimiento.
Este fue el paisaje de desolación y fracaso que encontró
su señoría, dos horas después de iniciado el registro. Begoña Bravo lo recuerda
ante las cámaras:
-“El juez le
preguntó a un policía: “¿has mirado aquí?” y el policía le contestó: “no, ya he
mirao”,así intentando escaquearse un poco, como esos niños que dicen que
ya hicieron los deberes para salir al parque a jugar. Sin embargo el juez fue a
mirar igualmente. Apartó unos ladrillos y unos bloques de cemento, abrió unas
bolsas “llenas de polvo” y allí
estaba. El juez, de la emoción, rompió a llorar.
Sí, allí estaba el Códice, ese faro de la cristiandad. En
una bolsa de plástico dentro de una caja toda jodida de un cesto de pinzas de
la ropa. Al lado de los azulejos que habían sobrado de la reforma del baño, de
una caja de botellas de tintorro, un garrafón y un catálogo de cerveza Estrella
Galicia. Rodeado de un cacho de bloque de hormigón, el taladro, una osamenta de
ciervo y una jarra recuerdo de la Festa do Viño de Sarandóns. Y allí, junto al
Libro, otros libros, también robados, otras joyas históricas de valor
incalculable que ni dios se había dado cuenta de que faltaban.
En
el registro se encontraron otras cosas. Los indudables hábitos gallegos del
delincuente le habían hecho ir llevando unos libros donde metódicamente y
cuidando muy bien la caligrafía “iba
anotando en un diario todo lo que robaba”. Tantos siglos jodiéndonos han generado una evolución adaptativa que hacen que llevemos la cuenta de todo. La Fiscalía encontró ventajas
inherentes a la galleguidad: “gracias al
diario podemos imputarle más delitos. Ahora tenemos que ver cuántos más tiene”.
El deán de la catedral identificó el libro nada más verlo, porque, como dijo
Serafín Castro, "había reconocido las anotaciones que había hecho en él a
lápiz”.
Es de suponer que pensó que si sus
antecesores curas habían hecho tantos dibujitos
y garabatos de colores en el libro, por
qué iba a ser él menos. En el Programa de Ana Rosa, haciendo uno de los circunloquios gallegos que nosotros
comprendemos tan bien y que, por el contrario, nos vuelven enigmáticos para los
demás, manifestó que "estaba
satisfecho institucionalmente, pero no personalmente"añadiendo que no
creía que la venganza fuese el móvil y atribuyendo el robo"a una manera de comportarse del acusado".Un modo de ser
ladronzuelo en el que no tenemos que meternos. En el pueblo de mi compañera de
trabajo M. el cura se lió con una mujer casada y el marido de esta con la madre
del cura. Dijo ella: "bueno, cada uno como pueda, en estas cosas no nos
metemos", revelando uno de nuestros rasgos más ancestrales que es el de
nuestro respeto por los rasgos de personalidad de todas las personas. Y así, da igual que sea sacerdote lascivo como pirómano, narcotraficante, cacique de aldea o corrupto ladroncete. Las actividades de todos son vistas como asuntos privados en los que
uno no tiene por qué opinar. Cada uno es cada uno.
En
la misma lógica paciente y resignada y de respeto a la personalidad manilarga, el canónigo Manuel Iglesias desveló por
fin que desde 2004 iba sospechando que alguien sisaba dinero y que la
contabilidad era un "calvario permanente"que nunca le daba lo"presupestado". Sus sospechas, metódicas, tranquilas, acumuladas
durante ocho años, estallaron por fin con el aliento
del caso de Manolo el electricista y han
abierto otra línea paralela de investigación de sisas en los cepillos de la catedral en la que hay otros tres
trabajadores implicados, “uno de ellos
eclesiástico”.Al parecer aquello era la casa de tócame roque. Nada que
ver, sin embargo, toda esta nueva mangancia de raterillos de
tres al cuarto con la integridad
del electricista que no dejó nunca de mantener su curioso sentido de la dignidad. Y cuando
la policía se lo encontraba por ahí y le decía: "Manolo, mira que vas a ir a la cárcel"él contestaba: "Si voy al talego, con un misal y un
rosario tengo bastante".
No habían pasado muchas
horas de la recuperación del Códice cuando un policía calvo de mostacho con un
chaleco verde fosforescente entregó solemnemente el libro al obispo, envuelto
en un paño de cocina en la puerta principal de la catedral. Al rato se lo
volvieron a llevar a escondidas por otra puerta porque, con las prisas, se les
había olvidado ver si distinguían algún desperfecto distinto a los que ya
causaba el deán encargado de su guarda, para poder sumarle al electricista un
delito contra el patrimonio. Alguien consideró que el acto no tuvo la
magnificencia requerida por lo que se volverá a entregar otra vez este domingo
y vendrá nuestro presidente, gallego renegado, (pero por eso mismo más gallego
que ninguno), para entregarlo como dios manda. Y si el acto aún no queda bien
del todo tampoco pasa nada que bien lo puede entregar por tercera vez el rey el
día del apóstol, porque es seguro que alguna monería tendrán que hacer ahí.
Paula Prado, portavoz y concejala del PP en Santiago, que cuenta en rueda de
prensa sus tweets graciosos por si alguien no la tiene añadida en tweeter, fue
la que dio verdaderamente en el clavo y apuntilló: "Esto pode traer turistas. Debemos aproveitar esta desgracia para
que Santiago estea no centro do mundo."El centro del mundo. El
planeta entero nos observa. Nada más y nada menos.