13.4.09

Viva la república (14 de abril)

No pude encontrar una bandera para colgarla de mi ventana a la calle, así que la cuelgo en esta, mi otra ventana. Me sigue pareciendo insufrible pensar como tantísima gente un día como hoy todavía habla de "los dos bandos", manteniendo una especie de equidistancia moral supuestamente construida en valores, con frases como “los dos bandos cometieron excesos” que tanto me encabrona.
Evidentemente, una vez que un levantamiento militar armado de corte fascista, que instauró un gobierno autócrata y dictatorial con aires feudales, ferozmente opresivo y violento, fanático y cerril, lo colocamos en el mismo plano ético que un gobierno democrático (no fue elegido por sufragio universal, pero permitiría cinco meses después que se aprobase por fin el voto femenino) todo está permitido. Cabe cualquier comparación. Incluso en positivo, por qué no. “Con el franquismo ganamos más títulos de la copa de europa”, “con el franquismo se construyeron más viviendas sociales”, “con el franquismo no se vivía tan mal”.
A veces, hasta el discurso tiene un tono ridículamente progresista, de posicionamiento moralizante: “yo no puedo estar de acuerdo con lo que hicieron mal ni unos ni otros”, como si hubiese dos bandos, como si no fuesen ofensores y ofendidos, verdugos y víctimas. Como si mañana alguien se defendiese de una violación arañando y otro dijese moviendo la cabeza como un catequista que nos reprende: “yo no puedo estar de acuerdo con ninguna agresión física sea de quien sea”. Oh, qué paz moral, qué justicia tan elevada.
Que todavía haya que decir en voz alta estas verdades de Perogrullo da a veces un poco de miedo: hace sospechar que quizá los cimientos ideológicos de nuestra sociedad democrática no son los sólidos que desearíamos. Y no hace falta ser ningún talento sobrenatural en argumentación lógica para comprender que quien así razona, “los otros también hicieron de las suyas”, parte en su conciencia de una igualdad radical de base entre ambas formas de gobierno. Ante sus ojos de juez intachable se ponen en pie demócratas y golpistas, y a ambos reconviene suavemente: “aquí no estuviste bien”, “esto pudo ser mejor”, “para la próxima vez, no mates tanto”. Los escrupulosos guardianes de la rectitud, los cabales y ecuánimes historiadores, qué honradez, qué equidad, se afanan por hacer visibles los “crímenes” de la democracia. Hay casi una secreta complacencia en encontrarlos, una búsqueda impulsiva. Cada homicidio fuera de la ley, cada corrupción, cada fracaso es mostrado, desde la atalaya del bien, con una estudiada puesta en escena en la que se mezcla un fingido desánimo con un aún más impostado deseo de justicia.
Conozco desgraciadamente a varios tipejos que constantemente repiten frases del tipo “son todos unos corruptos, ¿voy a ser yo el único imbécil que no chupe?”, etc, etc, en un discurso insistente y perseverante que trata de extender la sombra y la sospecha del mal en todo lo vivo precisamente para justificar su deshonestidad como vivos. A los pérfidos les interesa habitar en la perfidia. No, amigo, eres tú el corrupto, eres tú el ladrón, eres tú el miserable, eres tú el ruín. Ninguna ley moral te ampara, ningún “espíritu de los tiempos” te absuelve.
Yo, desde luego, no creo en el relativismo moral. No creo que haya “que juzgar igual a unos y a otros”. Porque eso supone al cabo establecer una igualdad filosófica de base entre el bien y el mal, entre el deseo de justicia y la codicia, entre los que defienden valores y los que carecen de escrúpulos. Entre los asesinos y sus víctimas.

Tal día como hoy, rendimos tributo a aquellos hombres y mujeres que se dejaron la vida, con sus errores, con sus faltas, pero también con su honesto deseo de verdad y justicia para que todos fuésemos mejores, pudiésemos vivir mejor, comprender más, mirar más lejos, ser más humanos. Como seres humanos, inestables, imperfectos, limitados, seres libres con anhelo de infinito.



Nota: Fotografía del monumento a las Brigadas Internacionales en Morata de Tajuña

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