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21.1.09
Obama
Entre dos y tres millones de personas acudieron a una toma de posesión presidencial. La gente quiere creer. Quiere soñar. En Obama están puestas las esperanzas, en el sentido estricto de la palabra, de millones de personas. Medio mundo le mira como a un enviado del bien, que vendrá a traernos la paz y la justicia universal. Que acabará con todos los males que nos acechan, que instaurará el diálogo entre las civilizaciones, el respeto al medio ambiente, el consumo responsable, la solidaridad con los desfavorecidos, la multilateralidad, el planeta se dotará de instituciones justas y efectivas….Obama es el cambio. El cambio deseado. Pero cuando una persona encarna estas ilusiones, en realidad, no son SUS ilusiones, si no que es como el receptáculo de las de otros, que ven en él la forma de que se haga efectiva la utopía. Son los otros, esos millones que le votaron, esos cientos de miles de ciudadanos que colaboraron en su campaña, que donaron su dinero, de todas las clases sociales, esos millones que se movilizaron con una fuerza casi incontenible venciendo los obstáculos del proceso electoral, uno a uno, quienes tienen esos anhelos. Son esos millones los que desean el diálogo, la paz, la justicia social, la apuesta por las energías renovables, los que crean los valores que él refleja. Porque si deseasen otras cosas, las reflejarían en otros. Todos le piden cosas a Obama, como a un rey mago, Paul Auster quiere que termine con las escuchas telefónicas, Alejandro Sanz que cambie la política de inmigración y mejore la sanidad pública, Mario Soares un capitalismo ético, el estricto respeto por los derechos humanos….y así hasta el infinito. En todo el planeta todos le estamos pidiendo algo a Obama, que relance las Naciones Unidas, que termine con la guerra, que solucione el problema de Oriente Medio… ¡Qué enorme responsabilidad para una sola persona!, ser depositario de los anhelos más nobles, de los deseos objetivamente hermosos de tantos millones. ¿Y qué decir de su discurso inaugural? Como los anteriores, cargado de valores morales, convicción y un profundo humanismo. Un discurso que dice a los países pobres que ayudará a “reconstruir sus granjas” y que “fluyan las fuentes”, para “dar de comer a los cuerpos desnutridos”. Un discurso que dice que una nación como la suya “no puede seguir mostrando indiferencia ante el sufrimiento que existe más allá de nuestras fronteras”. Que “no podemos consumir los recursos mundiales sin tener en cuenta las consecuencias”, que “Somos una nación de cristianos y musulmanes, judíos e hindúes, y no creyentes. Somos lo que somos por la influencia de todas las lenguas y todas las culturas de todos los rincones de la Tierra”, que “un país no puede prosperar durante mucho tiempo cuando sólo favorece a los que ya son prósperos”, que “Volveremos a situar la ciencia en el lugar que le corresponde y utilizaremos las maravillas de la tecnología para elevar la calidad de la atención sanitaria y rebajar sus costes. Aprovecharemos el sol, los vientos y la tierra para hacer funcionar nuestros coches y nuestras fábricas. Y transformaremos nuestras escuelas y nuestras universidades”. Y allí no estaba un mesías aleccionando a una masa de idiotas, si no estaba un hombre, explicitando para todos, los valores con que todos le habían adornado, lo que le habían pedido, esos millones que le han llamado para que intente crear un mundo más bello, construido a partir de esas, y no otras, convicciones.
Por suerte para nosotros, estas cosas solo ocurren en una democracia corrupta, imperfecta y meramente nominal como la estadounidense y en una sociedad de cabrones egoístas, ignorantes que no saben situar España en el mapa, y miserables que se creen en posesión de la verdad divina. En un régimen político donde los representantes democráticos son en realidad unos monigotes dirigidos por oscuras redes empresariales, con un sistema electoral putrefacto y fraudulento.
Cuando vemos que cientos de miles de personas se movilizaron como voluntarios en una campaña electoral, cuando vemos ese torrente desbordado de pasión y utopía, la alegría, los llantos de emoción incontenible..un país entero que habla de construir un nuevo mundo mejor… Ah, con qué displicencia, autoridad moral y altura de miras les observamos desde nuestra perfecta democracia. En nuestro sistema electoral perfecto que elimina el fraude incontrolado y lo sustituye por un fraude legislado que premia la pertenencia o no a determinados territorios y castiga sin representación, elección tras elección, a millón y medio de votantes de Izquierda Unida. En nuestra perfecta democracia donde las empresas constructoras campan a su antojo, derriban gobiernos autónomos, compran voluntades y modulan un paisaje urbano salvaje con sus manos de infecta avaricia especulativa.
Por no hablar de los valores que reflejan nuestros representantes, las convicciones que nos devuelven en sus discursos, las que queremos oír, las que les reclamamos. No esas banalidades y mamarrachadas buenistas sobre cooperación con el tercer mundo, el medio ambiente, etc…. Que va. Cosas más perfectas de democracia perfecta. Este mes, que empieza la campaña electoral nosotros afortunadamente no tendremos a un Obama construyendo pequeñas piezas literarias cargadas de humanismo militante. En su lugar, nuestro presidente, que cuando se dirige al representante de la oposición le dice: “Señor Partido Popular”, nos conmoverá con frases como “nuevas retas, nuevos metos” en su afán por dar a este país “un cambio de rumba” sin que tengan cabida los “delicuantes”, ni se permita que continúe la “desgallización”,y donde se crearán “dispositivos de extinción de personas” y “se terminará con el empleo juvenil”. Y por más suerte aún, podremos elegir entre este sabio y su vicepresidente actual, cuyo mayor mérito en cuatro años es organizar pantagruélicas y populistas comilonas para 50000 ancianos, en las que firma autógrafos como una estrella de rock, y que figuran en publicaciones de tan contenido humanístico como el libro Guiness de los records. Para jactarse luego diciendo que “hemos devuelto a los ancianos a la actualidad”. El mismo tipo que es capaz de mostrarnos el verdadero rostro perverso y maligno de las energías renovables, tan sobrevaloradas por imbéciles como Obama, cuando coloca uno de cada dos parques eólicos en espacios naturales protegidos. Todo esto, en un territorio que tampoco va tan sobrado de espacios naturales, que eso es lo bueno. Y para poder ya dar gracias al cielo por los dones que nos ofrece nuestra perfecta democracia, frente a estos dos prohombres…¡todavía podríamos elegir a uno del PP! Joder, es que me da algo.
En nuestra democracia perfecta la población civil no se moviliza como voluntaria, no coloca carteles en sus jardines ni llama por teléfono a sus vecinos para transmitir el mensaje ideológico de su partido. Mucho menos dona dinero. Nuestro grado de perfección da por hecho que ya roban lo suficiente como para que tengamos que darles algo. Y oye, es pasta que todos nos ahorramos. Tampoco generalmente nos recorre una ola de ilusión incontenible, de esperanza y utopía. Nosotros como miembros más perfectos, bien sabemos hace ya tiempo que total da igual unos que otros y que aquí están todos para robar y para enchufar a los suyos. No como esos memos que creen ensoñaciones infantiles de cambio y justicia. Así que en general, las elecciones nos importan lo justito, o nada. Son vistas no como una celebración de la voluntad ciudadana y del diálogo entre hombres, sino más bien como un incordio y un peñazo. Y en cuanto pasan, a otra cosa mariposa. Es una democracia tan perfecta que elimina absolutamente del discurso político, básicamente porque a nadie le importa ni tres cojones, nuestra posición en el planeta con respecto a la cooperación, el medio ambiente, etc. Y así, podemos superar nuestra cuota de emisiones o exportar bombas de racimo tranquilamente. O alentar que miles de personas pierdan la vida cruzando el mar en esquifes, atraídos por la garantía y la promesa de subempleos infrapagados y alojamientos chabolarios. Ah, pero en nuestra perfección tenemos la conciencia limpia. Son otros los que ensucian, son otros los que matan. Y el hecho de que el estado no cierre ni sancione ni una sola de las explotaciones de mano de obra esclava y que haya una enorme clase social empresarial que se esté lucrando indignamente con el repugnante trato que se le da a los inmigrantes ilegales “no es culpa nuestra”. Nosotros “no les llamamos”, es sencillamente “una tragedia”. Si fuese la frontera mexicana no podríamos si no tener una cierta sospecha de que hay un poco de hipocresía en el hecho de que no se persiga la explotación humana en una oferta objetiva de miles de puestos de subtrabajo y luego nos demos golpes de pecho porque alguien acepte esa oferta. Y mejor aún, el peligro del viaje por mar supone una suerte de filtro darwinista que hace que solo lleguen obreros verdaderamente fuertes y dispuestos a soportar cualquier penalidad. Pero afortunadamente, ese tipo de análisis de culpabilidad queda para los estudiosos y sociólogos de las democracias imperfectas. En nuestra perfección, eso son fruslerías a las que ningún político le dedica ni dos minutos, básicamente porque supone, con razón, que a nadie le importan ni un huevo de pato. ¿Para qué si “podemos devolver a los ancianos a la actualidad”? ¿Para qué si podemos organizar la pulpería más grande del mundo? ¡Y encima con los impuestos de los de Getafe! Joder, pero qué bien se vive aquí. Qué bien se vive.
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