Este fin de semana, ante el patético espectáculo que ofrecieron las calles de Santiago, es una de esas ocasiones en los que la tan difícil equidistancia se antoja posible. Y entre Scila y Caribdis, lo mejor es irse a la pisci. Por una parte, repugna al buen gusto compartir gran parte de la ideología de fondo y de las motivaciones verdaderas de los manifestantes por el bilingüismo e incluso uno puede estar muy lejos de su análisis de la realidad, que se antoja como mínimo un tanto deformado. Por otro lado, resulta aún más repugnante la violencia matonil y fascista de grupúsculos defensores de posicionamientos, y tácticas para lograrlos, idénticas a las de los primeros años del nazismo. Cabría preguntarse por qué ciertos individuos no consideran necesario manifestarse ni encolerizarse por situaciones de evidente injusticia social con respecto a la sanidad, a la ley de dependencia, a la reordenación del territorio, a la ecología, a la redistribución equitativa de la riqueza o a la equidad y la imparcialidad en el acceso a la función pública, por ejemplo, pero son espantosamente heridos en lo profundo cuando se sienten agredidos en construcciones simbólicas. Podría pensarse que el ser humano, su dolor y su angustia son menos interesantes que otras entelequias que este crea. Quizá uno tenga las manos más limpias en el terreno de las ideas que si se pone a mirar la miseria cara a cara.
Pero bueno, todo esto en realidad, no es más que una majadería en la que participan cuatro pelagatos. A mí lo que me interesa realmente es el debate de fondo. Por un lado, hay unas personas que dicen defender el derecho individual a expresarse y recibir educación en la lengua que prefieran, y por otro lado hay otro sector, minoritario pero no desdeñable, de la sociedad que hace del idioma un ente depositario de derechos y, más aún, de derechos que en caso de conflicto están por encima del derecho a la libertad de los individuos. Para un nacionalista, por ejemplo, es correcto moralmente, incluso obligatorio, defender “el idioma” aún ejerciendo medidas coactivas sobre los individuos que no desean disfrutar del mismo. Constantemente encontramos ejemplos de esta actitud moral en intentos de legislación para que en determinados ámbitos, la administración, el comercio, la producción artística, los medios de comunicación, el idioma sea de uso obligatorio. Cabría darse el caso hipotético y no descartable, que en una situación futura de crisis aguda de hablantes se optase por la prohibición legal de hablar otra lengua y la imposición punitiva de la propia. Y esto no es ciencia ficción pues continuamente hay voces que exigen esta obligación proponiendo sanciones y castigos, en ámbitos claramente de la esfera privada, como los supermercados. Eso supondría que la “lengua” como ente simbólico, tendría más que un derecho, un deber de existir que estaría en un rango superior y de prevalencia en caso de entrar en contradicción con otros derechos individuales.
Yo desde luego estoy siempre a favor de que se le den derechos a cualquier cosa. Es que soy así, medio punki. Pero me gustaría saber por qué. No estoy muy puesto en la liturgia nacionalista, pero según mis humildes conocimientos, el hecho de que el idioma tenga un grado de protección superior a la libertad de su uso por los individuos estriba en que se supone que es la forma de expresión del pueblo, de la patria, también como ente supra individual, que en sí, tiene más importancia que las personas por separado que lo conforman (antes que el ciudadano está la gloria del Imperio). La lengua propia, digamos, no es solo una convención de grafías, tan arbitrarias como otras posibles, si no que establece una suerte de conciencia de diferenciación y unicidad. O lo que es lo mismo, el idioma, de algún modo modifica nuestra percepción del mundo. La realidad propia es expresada de un modo que la hace diferenciada a otras realidades, que la convierte en la manifestación original y particular de un grupo de personas que la comparten. Desde ese punto de vista es el idioma el que conforma el corpus simbólico del pueblo, de la patria. Esto presupone creer que existe un pueblo o una patria, pero supongamos que sí. Todas las manifestaciones ya sean artísticas, culturales, o simplemente relacionales de el “pueblo” están construidas desde el idioma y para el idioma, en una especie de retroalimentación constante. Y así, es obvio pensar, que su pérdida, supondría una clara amputación a la expresión de ideas de esa comunidad, que no podría explicitar la realidad del modo propio y tendría que usar otros modos ajenos, (con otro idioma), construidos y útiles solo para otra realidad ajena, que no serían capaces de explicar la propia del mismo modo. Entendido así, parece que es como si nos mutilasen de algún modo, como si nos forzasen a ver con otros ojos que nos impiden ver lo que veríamos con los nuestros.
Hermanada con esta idea opera una especie de paternalismo del estado que da en suponer que no somos individualmente capaces de sustraernos a la influencia maligna y proselitista de otros idiomas con más hablantes que ejercen su perversa captación de adeptos por todos los medios posibles, utilizando una posición de fuerza ganada injustamente tras años de prohibición y de impedimento de desarrollo del idioma considerado como propio. La represión del pasado (real o ficticia, no importa) crea una situación de desigualdad manifiesta en las estructuras sociales y de lo que ellos llaman “uso de prestigio” que convierte en cínica una actitud neutral ahora. Se trataría de una discriminación positiva para superar centurias de opresión. Por suerte para nosotros, el estado no aplica esta lógica al juzgar nuestras capacidades intelectivas en otros ámbitos de la realidad. Puestos a seguir, si somos hasta cierto punto incompetentes para elegir un idioma y debe educársenos, ¿qué nos hace competentes, por ejemplo, para ser aficionados de este u otro club de fútbol? Es evidente que la presión mediática, social e histórica que se ejerce sobre un desvalido niño para ser del Real Madrid o del Barcelona no es la misma que para ser socio del Milladoiro. De igual modo, sufrimos intolerables presiones a diario por parte de Nike o Adidas para no comprar las zapatillas en el mercadillo, por no hablar de las que recibo de Nestlé para ponerme ciego de chocolate. Aquí al estado no parece importarle tanto (en lo que respecta a los clubs de fútbol y selecciones autonómicas, está por ver). ¿Por qué? Porque las zapatillas (por ahora) y las trufas (por desgracia) no son la expresión del pueblo. (El fútbol lo será. Al tiempo)
Sin embargo, va y resulta que para la neurobiología todo esto es una soberana imbecilidad, que en realidad el lenguaje no conforma de ningún modo nuestras construcciones mentales y que las grafías son intercambiables sin que al cerebro le importe lo más mínimo. Cualquiera puede hacer la prueba. La palabra “perro”, escrita o escuchada, evoca en nosotros un enorme conjunto de ideas que lo definen, su forma, el tamaño, sus ladridos, si tuvimos uno, si aún lo tenemos, si les tenemos miedo, si nos gustan las películas de perros…Algunas de ellas quizá podamos compartirlas con otros seres humanos con los que compartimos espacio geográfico (país), pero ni todas, ni la mayoría, ni siquiera obligatoriamente. Uno de nosotros puede pensar en Milú, otro en Lassie, otro en el mordisco que recibió de niño…la palabra “perro”, digamos, desencadena un aluvión enorme a nivel cerebral, de significados que la conforman y la crean. Ahora, cambiamos el tipo de letra y la escribimos en letras góticas, o le cambiamos el color, o cambiamos el lugar donde está escrita. Para el cerebro evoca exactamente las mismas sensaciones. O lo que es lo mismo, la forma que adopta visualmente la palabra no tiene ninguna consecuencia con el significado mental que provoca. Pero aún más, si la traducimos y escribimos “dog” y sabemos qué significa “dog”, ahora es “dog” el que desencadena de nuevo exactamente el mismo aluvión de significados. No nos imaginamos a un perro con una pipa leyendo The Times ni a un caniche alentando un golpe de estado en Chile. Y todavía más, si por cualquier convención, alguien nos dijese que en determinado país, a los perros se les llama “XGHJ9”, de nuevo volveríamos a imaginar al mismo puto perro que imaginábamos cuando leíamos “perro”. La conclusión es que la grafía en realidad, es una convención azarosa, que en absoluto modifica la visión del mundo. Ni siquiera tiene ni una mínima influencia. Cuando escribimos en el lenguaje del sms, cuando lo hacemos con abreviaturas, cuando cometemos faltas de ortografía…el significado es idéntico. La evocación es idéntica. En un mensaje de móvil: “Stub con Bgoña”, sabemos que ha estado con Begoña, y no imaginamos a Begoña sin algún miembro por que le falte una letra. O como dice Steven Pinker: “sabemos que nuestra mente contiene representaciones mentales específicas para las entradas abstractas de las palabras y no para las figuras que cobran las palabras al ser escritas”.
Me dirá algún amigo que sin embargo las realidades locales dotan a algunas palabras de un significado difícilmente traducible a otras realidades. Por ejemplo, mi amigo David me dirá que “Habibi” no es lo mismo que “amigo” o que Aufklärung no es fácilmente traducible por Ilustración, por ejemplo. ¿Pero eso es debido al idioma como creador de la realidad, o debido simplemente a que la ilustración alemana tuvo un carácter muy específico por la reforma luterana? Y en todo caso…¿otra lengua sería incapaz de encontrar o crear una palabra o giro que explique, exactamente, absolutamente esa especificidad? Pongamos el caso de “Volk”. Su definición como “pueblo” en español quizá no llegue al sentido de significados que tiene en la Alemania nacionalista, en el romanticismo y la unificación y sobre todo, posteriormente en la nacionalsocialista. Pero cuando escuchamos por ejemplo “o noso pobo oprimido” o “el pueblo vasco”, y entendemos ese “pobo” y ese “pueblo” como comunidad, espíritu, tradición, patria, lengua, destino….de repente podríamos sustituir ese término con el Volk nazi sin muchos problemas de comprensión. Por tanto...¿el idioma tiene algo que ver con las diferencias de significado o son las ideas que transmite? Y con respecto a las dificultades de traducción..¿son tan importantes y cambian de un modo tan capital el contenido del mensaje que me impiden sentir lo mismo que el otro hablante? ¿Cuándo escucho por ejemplo Comfortably Numb de Pink Floyd y oigo esa voz diciendo “IS THERE ANYBODY IN THERE? JUST NOD IF YOU CAN HEAR ME. IS THERE ANYONE AT HOME? Tengo que sentirme incapaz de sentir empatía con esa soledad? ¿El inglés expresa algo sobre otra realidad que yo no conozco? Cuando Raquel (mi ejemplo favorito!!) habla castellano en Madison con un español, y al rato inglés con un norteamericano, ¿cambia su representación del mundo? Y más aún…¿no hay más diferencias de significado entre hablantes cultos y no cultos, urbanos y rurales, jóvenes y mayores, en la misma lengua?
Si esto es correcto, resulta que el hecho de que adoptemos una u otra grafía no responde a nada más que a un cierto azar histórico. Para más INRI, la definición de la lengua (que me corrijan los que saben más que yo) parece en realidad una ruptura arbitraria a posteriori en un continuum idiomático. O lo que es lo mismo, no se produjo un salto abrupto del latín a sus dialectos si no que todo fue un proceso continuado y solo DESPUÉS se dio, digamos, una señal de salida para la construcción del idioma. En el S. X, por poner un caso, los hablantes no eran conscientes de estar iniciando una nueva era idiomática. Somos nosotros, los contemporáneos los que hemos elegido esa fecha como la del nacimiento de un idioma de un modo que cuando menos se puede cuestionar y que parece que tiene más que ver con la construcción de mitos fundadores que con la ciencia. Puestos a preguntar, podríamos averiguar la década, o el año, o el día, incluso el minuto. ¿Fue en todos los sitios a la vez o a los de ourense les llevó más tiempo? Da igual, esto no funciona así, se busca un hito: la publicación de esto, la aparición de tal poema, lo que a mi modo de ver no es más que un absurdo irracional. ¿Qué pasaba el día antes? ¿Qué pasó con los otros que no escribieron el libro?
Está el tema de la riqueza cultural. Presuntamente la diversidad de lenguas es síntoma de riqueza y su desaparición supone un empobrecimiento. Esto es un argumento para su defensa. Yo no digo que no, pero si de acuerdo a este paradigma neurobiológico, la forma de las palabras es indiferente para la construcción de significados..¿por qué nos hace más ricos llamarle a un caballo, “caballo”, que “horse”, que escribirlo en código binario o en el idioma élfico? ¿No da igual? Se podrá alegar que existe una tradición escrita de literatura que crece con esa lengua ¿eso equivale a minusvalorar las lenguas que carecen de expresión escrita? Y las diferencias locales en el mismo idioma, como por ejemplo el español en América y en la península, ¿no suponen en realidad el mismo proceso adaptativo de mutación constante y la misma “riqueza” de significados? ¿Dentro de cien años vendrá alguien a decirnos que 2009 fue el año en que nació el idioma mejicano (y ellos sin saberlo)? Por otra parte, supongamos por ejemplo un idioma de una pequeña tribu africana que es abandonado para usar sus habitantes la lingüa franca del sudeste africano, el swahili. Una o dos generaciones después, los descendientes serán normalizados swahili-hablantes. ¿Eso les convierte en más pobres que sus abuelos? De ser así, nosotros seríamos también más pobres que nuestros antepasados que hablaban latín, y a su vez, estos más pobres que los etruscos. Y otro ejemplo más. Recordemos la expansión árabe del norte de áfrica y asia menor. En general, el proceso de arabización de los pueblos fue voluntario. Adoptaron la nueva lengua del poder por considerarla mejor. Vista la enorme y extraordinaria producción científica, poética y literaria que se produjo en toda esa edad de oro árabe hasta las cruzadas. ¿Podemos considerar que los descendientes arabizados de esas tribus eran más pobres que sus padres que hablaban lenguas ya perdidas? En los márgenes de la arabización, las pequeñas tribus fronterizas ni por asomo fueron capaces de crear una cultura mínimamente comparable. ¿Sería lícito pensar que en realidad la existencia de muchas lenguas minoritarias suponía un freno para la riqueza cultural y fue el diálogo extenso en un código común la que la propició? Además, en general, la gente sabe hablar SU lengua. Si tenemos un grupo A que desconoce la lengua de un grupo B y viceversa. ¿Quién es más rico porque haya dos formas distintas de expresión? ¿El planeta? ¿Gaia? Es obvio que los habitantes de A y B son "igual de ricos" que si solo hubiese una pues en realidad solo conocen la suya propia. No es más que teoría de conjuntos básica. ¿Podríamos pensar que un grupo AB con igual número de habitantes que la suma de ambos y una lengua común tiene más posibilidades de diálogo y más posibles conexiones entre hablantes (más posibles lecturas, más posibles discusiones, más posibles colaboraciones en proyectos comunes)? Supongamos que los "hablantes" de la batería, la guitarra, del piano no quisieran compartir un lenguaje común. ¿Habría música o veríamos a unos tipos dando ostiazos a unos tambores? Cuando Castelao dice (haciendo de paso un ejercicio de estulticia en su incapacidad mental para comprender la teoría de la evolución) que "los pobres animales todavía están en el lenguaje universal", podríamos objetarle que también los músicos estamos en el lenguaje universal, ¿y alguien cuestiona la riqueza cultural que produce el lenguaje de la música? ¿Por qué la diversidad es de por sí una condición de riqueza? Y si fuera así..¿no deberíamos entonces procurar que hubiese más y más idiomas, hasta que cada uno tuviese el suyo?
Quizá tenga más dudas con respecto a la sonoridad de las palabras, para ser rimadas o cantadas, pero ¿eso es todo? Y en todo caso…dando de nuevo por hecho que el significado es independiente de su forma escrita…(y esto va contra todas mis ideas hasta ahora y mi praxis diaria) dado que, por ejemplo, el inglés, "parece" más sencillo de ordenar estéticamente en una estructura musical rítmica por su cantidad de palabras unisílabas o bisílabas en contraposición con el castellano donde abundan las trisílabas y esdrújulas..¿no es de personas inteligentes adoptar el vehículo de expresión con el que mejor uno puede expresarse? ¿Qué está antes, la voluntad de comunicación y la búsqueda de la belleza, o la fidelidad cuasi religiosa a un modo de colocación de garabatos?
Y así volvemos al tema de los derechos. Si el idioma en realidad no expresa ningún modo propio de concebir la realidad, si no que se trata más que de una convención de cierto orden de grafías que bien podían haber sido cualquier otras..¿puede tener derechos? Podría darse el caso cojonudo que los símbolos llegasen a tener más derechos que aquello que significan. Para un miembro por ejemplo de igualdad animal los cerdos están en campos de concentración y exterminio. Para nosotros es casi generalizado que su utilidad es alimentarnos y no nos cuestionamos mucho su sufrimiento. Sin embargo, el uso de la palabra “porco”, debe ser protegido y defendido. Incluso si los hablantes no desean usarlo. Incluso a botellazos y por la violencia. ¿Podemos apalear al caballo y emocionarnos hasta las lágrimas porque exista el término “cabalo”, una gran riqueza de una L menos? Según sentencia del TC, el embrión no es titular de derechos si no un bien jurídico protegido. Carece del derecho a existir por ejemplo. Esto es aceptado por casi todo el mundo, sin embargo, la palabra que lo evoca, sí tiene ese derecho a la existencia. Y un derecho que es capaz de imponerse sobre otros. Ya sé que se trata de derechos diferentes, pero cuando menos la cosa es curiosa. Entendido esto así, ¿existe algún motivo para que el innegable derecho a existir de un idioma pueda llegar a ejercerse, ahora o en un futuro, de modo aún minimamente coactivo sobre los individuos?
Al fin, llegamos siempre al mismo lugar, cuando fallan los sustentos de la razón, aparece el verdadero sostén de las cosas. La irracionalidad, la oscuridad, la tiniebla, el ansia de poder (por no hablar del negociazo), de control social por medio de la superstición y el mito, no del conocimiento y del diálogo. La evocación a la leyenda, al pasado fabuloso que crea esa especie de fantasmagórica comunidad de hablantes en la historia. De algún modo resulta que estamos unidos afectivamente a otros que jamás conocimos porque supuestamente dibujan unas tildes en el mismo sitio que nosotros(y cojonudamente, nos alejamos por nuestro hecho diferencial de otros a los que sí conocemos y a los que podemos despreciar y considerar enemigos por usar otro idioma). La lengua de nuestros antepasados, la lengua de nuestros abuelos, allí, pobres, echando piñas en la chimenea, en el hogar. Sin embargo, no somos tan fieles a los abueletes adoptando sus ropas, jugando a sus juegos, viajando en sus medios de transporte, trabajando en sus oficios y con sus útiles de artesanía (tan culturales, tan patrióticos ellos en nuestros museos etnográficos). Tampoco instalamos en nuestra casa una chimenea en la que poder echar piñas tristemente en lugar de jugar a la consola… Mi profe de filosofía repite a veces una de las frases más divertidas y sagaces que oí en los últimos tiempos: “El culto a los santos del rural gallego trata de que unos tipos intentan sobornar a un palo de madera tallado ofreciéndole cera”. Lo nuestro, lo propio..¿es siempre digno de ser protegido? Y en todo caso..¿A qué precio?
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