Hay textos con facultades mágicas. Observadas
por separado, sus palabras, sus frases, no parecen destacarse. Paseo la vista
entre las líneas dispersas sin que nada me ancle, sin recibir impactos, sin que
ninguna me reclame. Pero unidas -y cuando digo unidas, quiero decir, convertidas
en un magma de significado-, no se sabe por qué misteriosa condición adquieren
un alcance distinto e hipnótico. Entonces, y solo entonces, después de haber
intuido un sentido profundo en el conjunto, en la mezcla difusa, un significado
que no estaba antes, puedo volver a
destruir la narración y volver a leer las frases aisladas, enormes,
elevadas kilómetros desde el suelo y que ahora me obligan a volver a ellas, a
escuchar, una vez, y otra vez, a desentrañar, a imaginar, a recrear lo creado.
Nos conocimos
aquella noche, somos sombras, visiones de seres translúcidos, observadores distantes de una
realidad física sucia que se desarrolla en otro plano: en el de lo real
inalcanzable. Somos sombras, reminiscencias de nosotros mismos, presencias fantasmáticas,
testigos que miramos desde una ventana aislada, alargamos nuestros brazos
incorpóreos gesticulando el aire en el aire, atravesando el mundo inasible. Trabajando como perros callejeros hurgando en la basura, huidizos,
atentos a los ruidos, preparados para correr. Aparecemos al caer el sol para
olfatear y seguir el rastro de las emanaciones de la miseria. Luego nos desvanecemos, esquivos, a nuestros refugios entre las ruinas, a los agujeros,
a los sótanos, al subsuelo del submundo. Y
de repente se llenan las calles de polis y grúas y los nórdicos riegan las
avenidas más protegidas cuando amanece y el mundo de la pobreza invisible vuelve
a ocultarse hasta la noche siguiente bajo el manto pulcro del bullicio diario
que se esfuerza vanamente cada mañana en eliminar los restos del paisaje de
podredumbre de las noches. En esa impostura de una normalidad artificial en
retirada que se atrinchera ya únicamente en los centros más protegidos contra
la amenaza de esos hombres que arrastran
sus esperanzas en grandes maletas, que desconocen la lengua, que ignoran las
reglas, que nacieron sin gracia, cuya presencia cada vez más visible
asusta. Ese ejército de seres anónimos de nombres impronunciables y rostros
indistinguibles. Seres que se comunican con extraños gritos y que son
portadores de esa dolencia oscura de la pobreza y el hambre, que llevan en sus
desaliño el germen de la destrucción del mundo de la luz blanca y que obligan a sus habitantes a defenderse, a
parapetarse, a colocar por cada diez,
una valla. Para que el centro sea aún habitable, para mantener aún todavía
en su respiración asistida la ilusión de una isla próspera. Aunque haya que sacrificar a los miembros
podridos, cercenarlos de la geografía urbana y dejar crecer la infección negra
en los suburbios, ya perdidos. Guerra inútil, donde una ambulancia tiñe extrarradios junto a una anciana, ese cadáver
prematuro, despojo en espera, presencia inmóvil que mira las aceras, testigo
cansado del drama cotidiano, el de la sangre real, tan roja, aquella que no
aparece en los sucesos, que se derrama cada noche, invisible para todos, la que
deja únicamente esas huellas de suciedad en las baldosas hendidas. Esa sangre
roja que se muestra en los propios ojos al cerrarlos, en las visiones de pesadilla,
tan verdadera, tan cierta, tan inevitable. Frente a la otra, adulterada con las luces naranjas del
falso socorro, de las ambulancias desastradas, los médicos derrotados que recogen con
desaliento, conscientes de lo inútil del gesto, los cuerpos, su coartada. Para
que la violencia se enquiste, y los ojos desconfiados brillen tras los visillos
grises de las cortinas, centelleando cien iris por cada asesinato, emergiendo
esa nueva raza de subhombres embrutecidos, exudando sudor de aceite quemado. Y el dueño del pit bull feo se queda a
cubierto, observando a otros que a él le observan, otros perros guardianes,
otras armas, anhelando el estallido de la violencia para poder imponer el orden
salvaje de los golpes y las palizas en los callejones. Los llantos de los borrachos sangrando. Se miran en los espejos quebrados como reflejos corrompidos
de los guardianes de los barrios nobles, los defensores de un orden que ya les
abandonó a su suerte en este espacio desolado. Son los representantes ficticios de
una ley ilusoria desnudada en barbarie, y en
su casa guardan el casco de un guardia. Más a pesar de todo se abren las vías del contagio imparable, arrasadas las exclusas por la pulsión de muerte del norte que necesita de
los heraldos de la agonía del sur. Que necesita de traficantes y ejecutores. Que respira del hálito de los desgraciados. Que devora lo que le envenena. Luego en los barrios finos, las amenazas,
hasta las cejas coca, la causa es otra. El dolor que viene, la enfermedad
invencible, la epidemia de ruina que acecha contra toda cuarentena. Suenan los tambores que anuncian la gran tragedia final. Los espíritus
malévolos vagan libres por las calles. Trato
o truco, acechan cada puerta. Todo recuerda al reino de los muertos, el mal
se banaliza y se representa en calabazas de rostros grotescos, los niños juegan
a ser tullidos, adoptan posturas deformes, indistinguibles de los anormales, los
contrahechos, los despojos, los lisiados, los deficientes. El aire huele a carne dulce. La noche se hace con todos y el final del caramelo deja en el paladar el anticipo funesto del sabor de la ceniza en la boca. El
lenguaje de las certezas se impone en el terreno conquistado por la plaga negra.
La sociedad secreta escucha hip hop de
verdad. Las palabras valen su peso en dolor. Cada letra es un grito de
culpa y desesperanza. Y nosotros, las
sombras, rumores de nosotros mismos, ecos en la canción que se desvanecen,
nosotros…. nosotros… nosotros…. las sombras… las sombras…. las sombras….. Nosotros, las sombras….detrás.
Nos conocimos aquella noche, somos sombras
trabajando como perros callejeros
y de repente se llenan las calles de polis y grúas
y los nórdicos riegan las avenidas mas protegidas
hay hombres que arrastran sus esperanzas en grandes maletas
desconocen la lengua e ignoran las reglas, nacieron sin gracia
y mientras nosotros hacemos lo nuestro, cada 10 una valla
y mientras nosotros hacemos lo nuestro, cada 10 una valla
trato o truco, la sociedad secreta escucha hip hop de verdad
trato o truco, la sociedad secreta escucha hip hop de verdad
y nosotros, las sombras...detrás
Junto a la anciana una ambulancia tiñe extrarradios
luces naranjas como la sangre adulterada
el dueño del pit bull feo se queda a cubierto
dice que en casa guarda el casco de un guardia
luego en los barrios finos las amenazas
hasta las cejas coca, la causa es otra
trato o truco, la sociedad secreta escucha hip hop de verdad
trato o truco, la sociedad secreta escucha hip hop de verdad
y nosotros, las sombras...detrás
trato o truco, la sociedad secreta escucha hip hop de verdad
trato o truco, la sociedad secreta escucha hip hop de verdad
y nosotros, las sombras...detrás
(Pedro Sanjuan/2009)
No hay comentarios:
Publicar un comentario